Cartago, Túnez. El abandono del titubeo de Barack Obama, al pasar a la acción contra el dictador sirio Bashar El Assad, tras el ridículo del primer ministro británico David Cameron al ser rechazado por su Parlamento para unirse a la estrategia de Estados Unidos, ha colocado al líder norteamericano en la recta final -en realidad un callejón sin salida. "Cartago, delenda est", dice la historia que fueron las palabras proferidas por Catón el Viejo, senador romano, ante el persistente reto cartaginés. Expresaba el agotamiento de la paciencia de Roma por la tozudez de los cartagineses en competir por la hegemonía mediterránea al imperio nacido a orillas del Tíber. Cartago rastreaba su origen al territorio de la antigua Fenicia, coincidente en sus dimensiones con parte de la actual Siria.
En las tres largas guerras púnicas, desde 264 a 146 a.C., Cartago se había burlado de los que insistían en capturar y mantener el monopolio del Mare Nostrum. Ese mar era un escenario natural para ejercitar el destino manifiesto del mayor imperio que haya existido en los aledaños de Europa. Cartago, delenda est: "Cartago debe ser destruida", según una de las traducciones más generalizadas, era el eco de las palabras de Catón.
Pareciera que nada ha cambiado desde la Revolución del jazmín, que detonó lo que exageradamente se llamó Primavera árabe
El resultado de ese decreto imperialista fue el cerco más descomunal que haya sufrido un enemigo de Roma. Liderado por Publio Cornelio Escipión Emiliano, el largo asedio del año 150 a.C. se ejecutó reforzado por fosos, empalizadas, innovadoras armas de todo tipo, y tras el ataque final, llegó el cumplimiento de la venganza advertida. Los desgraciados que no se pasaron a las filas romanas y que sobrevivieron los combates, y se rindieron bajo falsas promesas, fueron esclavizados o aniquilados. Por si acaso, para evitar la resurrección del antiguo competidor, la leyenda dice que los romanos sembraron el territorio circundante con sal, con el objeto de que la naturaleza no les jugara una mala pasada a los vencedores y facilitara el surgimiento de otra potencia adversaria.
Las huellas de esta decisión son detectables para los visitantes en Túnez. Al dirigirse a los aledaños de la antigua Cartago desde el puerto de La Goulette se sienten decepcionados. De la capital cartaginesa no queda nada, y solamente los restos de las construcciones romanas son prueba fehaciente del devenir histórico. Ruinas de termas y residencias nobles, un anfiteatro, algunas columnas identificables, son apenas las anclas para el fanático de la historia. Todo se halla a un tiro de piedra del actual palacio presidencial y las viviendas exclusivas de la nueva élite. Pareciera que nada ha cambiado desde la Revolución del jazmín, que detonó lo que exageradamente se llamó Primavera árabe. Siguen mandando una minoría y el resto anhelando por la emigración… a Roma y capitales del viejo imperio.
Obama cometió el error lógico de haber advertido que la manipulación y uso de armas químicas se considerarían como el límite que no estaría dispuesto a tolerar. Creyó que la admonición sería suficiente. Pero El Assad apostó que precisamente por pasar la raya le haría pensar a Obama sobre las consecuencias de una acción drástica, que en el fondo el sirio creía que el presidente estadounidense no quería en realidad ejecutar. La pusilanimidad de los aliados durante más de un año ayudó a la continuación de la ambigüedad. El apoyo material y moral de Rusia, Irán y otros hicieron el resto.
No se trata -dicen- de la destrucción de Siria como Estado, sino solamente de disminuir su capacidad de seguir produciendo armas químicas y usarlas
Ahora, Obama y Kerry han insistido que no están en realidad repitiendo la amenaza de Catón y la estrategia consiguiente en terminar con el régimen sirio. No se trata -dicen- de la destrucción de Siria como Estado, sino solamente de disminuir su capacidad, en primer lugar, de seguir produciendo armas químicas y luego de usarlas irresponsablemente.
Hay que "degradar" la capacidad bélica de El Assad, dicen desde el Pentágono, en un vocabulario de resonancias militares que no se entiende bien en las aulas de West Point y que MacArthur y Patton no firmarían. Pocos observadores sinceros, dentro y fuera de Estados Unidos, creen en la efectividad de esa promesa.
Siria, delenda est, en fin, se lee en los polvorientos caminos del país, navega en el Mediterráneo sobre las banderas de los destructores estadounidenses, y esas palabras en latín se escuchan claramente en Moscú, por muy difícil que sea la traducción. En Riad, Jerusalén y Estambul nadie lloraría por la caída del moderno régimen cartaginés entronizado en Damasco. Pero nadie lo dirá en público.
El único obstáculo para que Obama no llegue a decidir la aniquilación del régimen de El Assad es que, sin sembrar la sal, en ese territorio surgirían como vencedoras las nuevas fuerzas que ahora se oponen al dictador. A renglón seguido se convertirían en enemigos quizá más letales de Washington y sus aliados, porque, en el fondo poco tienen que perder (ahora no tienen casi nada), en contraste con El Assad, que solamente le quedaría la (improbable) negociación.