La movilización de ayer puede calificarse de éxito para sus promotores. No es de extrañar. Es lo normal en todas las manifestaciones alentadas y promovidas desde el poder. Además, es innegable que existe un amplio sector de la población catalana que se identifica plenamente con la reivindicación independentista. Este sector lleva años super movilizado y recibiendo una lluvia permanente de información -propaganda desde el poder, los medios de comunicación públicos y la mayoria de privados de Cataluña-. Posee el apoyo y las consignas unánimes de los partidos independentistas y de un potente y bien organizado y financiado movimiento social.
Frente a ello, los partidos catalanes que consideran que la independencia no es la solución adecuada apenas contraargumentan, no prestan ningún apoyo a las organizaciones sociales que discrepan del nacionalismo y se limitan a poner paños calientes a la situación, incapaces de tomar la iniciativa.
Artur Mas estuvo acertado anunciando pocos días antes de la Diada su rectificación de la hoja de ruta. Hoy le sería casi imposible hacerlo, pero lo dicho, dicho está. Con todo, el panorama continúa siendo confuso y la posición de CDC muy delicada. Es consciente de que la independencia exprés que le piden los manifestantes, alentados por ella misma, es un imposible práctico. No por argumentos jurídicos que hoy están en segundo plano, sino por inviablidad práctica. Una independencia unilateral, sin acuerdo con el Estado, en momentos de crisis, sin reconocimiento internacional llevaría al país a una situación más proxima al infierno que al paraíso prometido. CDC no puede seguir jugando al bombero pirómano. Debe optar. En estas condiciones las próximas semanas serán determinantes.
Rajoy, por su parte, tampoco lo tiene fácil. Se ha dejado pudrir tanto la situación que reorientarla es una tarea titánica. Se va a ver presionado por quienes le piden que se confronte con el independentismo -los editorales de la mayoría de la prensa de Madrid son indicativos de esta postura- y su anuncio de diálogo con Mas. Si atendemos a su trayectoria seguirá con el diálogo que, en mi opinión, es la única vía.
Pero el diálogo debe ir acompañado de una explicación clara y amplia de por qué la independencia de Cataluña es una mala opción para los catalanes y, sin duda, para todos los españoles. Y debe también asegurar una minímna lealtad de su interlocutor. No se puede pedir a nadie que te ayude para estar mejor preparado para cortarle un brazo. No se trata de que nadie renuncie a sus objetivos máximos, pero sí de acordar un campo de juego con garantías de estabilidad a corto y medio plazo.
Mientras tanto, los muchos catalanes que pensamos que la independencia no es una buena opción económica, que va contra la construcción europea, fractura innecesariamente a la sociedad catalana y no garantiza más libertad a los ciudadanos, debemos hacer pedagogía para que nuestros argumentos lleguen al mayor número posible de catalanes. Con medios precarios. Pero con el convencimiento de que lo mejor para los catalanes no son las aventuras de alto riesgo ni las exaltaciones patrióticas que sólo conducen a la confrontación, sino seguir construyendo una sociedad libre, próspera, dialogante y abierta al mundo, sin renunciar para nada a sus señas de identidad. Y lo hemos de hacer al margen de lo que hagan los partidos no independentistas. Cuando despierten de la siesta puede ser demasiado tarde.