Jaume Giró vino ayer a mi despacho. Quería ponerme en antecedentes de lo que venía. Hoy su renuncia ya es oficial. Y es un portazo que resuena fuerte en Waterloo.

Junts pierde mucho más que un diputado. Pierde el vínculo con lo que fue Convergència i Unió. Con aquella tradición de pactismo y pragmatismo que le daba músculo político y centralidad. Se queda sin el único puente reconocible hacia ese pasado de gobierno estable y gestión solvente.

Giró no es un militante al uso. Es un ejecutivo que dejó una carrera profesional para ponerse al servicio del país. No calentaba la silla. Su salida retrata un partido cada vez más encerrado en la estrategia personal de Carles Puigdemont. Una hoja de ruta que ahuyenta talento y empobrece la oferta de Junts.

La marcha del exconseller es un golpe serio. Porque Junts no tiene recambios de nivel. No dispone de banquillo ni de cuadros preparados para jugar en la primera división de la política catalana. Se achica como formación, se encoge como proyecto y se aleja de ser una alternativa real de gobierno.

La política catalana vive instalada en el tacticismo. En la maniobra corta y en el cálculo de partido. Y eso le pesa al país. Giró lo ha dicho sin ambages: no comparte el rumbo y no está dispuesto a ser comparsa.

Su gesto tiene algo de aviso. Señala que la fuga de talento no se detiene mientras todo siga supeditado al calendario de Waterloo. Y confirma que Junts pierde a uno de los pocos perfiles con credibilidad, forjado en la dirección de La Caixa y acostumbrado a la negociación de alto nivel. Con su marcha se apaga la voz pactista que conectaba con la Cataluña seria, institucional y económica.

El independentismo se queda sin su último pragmático.