El medio que está leyendo cumple en el presente mes de julio sus primeros diez años de vida. Iniciamos la andadura durante el verano de 2015 con ínfimos recursos económicos y una enorme ilusión. Cataluña padecía en aquel momento la chifladura del procés, que dos años después desembocó en un golpe de Estado en toda regla, perpetrado por Puigdemont y Junqueras, acompañado de una estampida de empresas nunca vista por estos meridianos.
El Govern estaba consagrado por entero a cantar las bondades de la independencia. Derrochaba cientos de millones de euros de los contribuyentes en propaganda y compra de voluntades, tanto aquí, como en el extranjero.
Las todopoderosas TV3 y Catalunya Ràdio semejaban los órganos de agitación del norcoreano Kim Jong-un. Los editores del sector privado abrazaron en masa el soberanismo con el fervor de los conversos subvencionados.
En ese ambiente uniforme, de pensamiento férreamente monolítico, el fundador de esta casa, Xavier Salvador, advirtió la extraordinaria ocasión de lanzar un diario plural, a izquierdas y derechas, que defendiera ni más ni menos que la Constitución. Otros no supieron ver la oportunidad o prefirieron abstenerse, quizás por la asfixiante presión oficial imperante.
Recordemos que a la sazón, todo aquel que se apartara de la línea gubernamental era arrojado al averno de los traidores a la sagrada causa de Cataluña. Si alguien osaba significarse, corría el riesgo de acabar lapidado en la plaza pública.
En tal entorno irrespirable y vitriólico, de unanimidad sin excepciones ni matices, germinó Crónica Global. Los escasos trabajadores que éramos entonces, apenas un equipo de baloncesto, grabamos a fuego un principio fundamental, que sigue plenamente en nuestro ideario corporativo, la salvaguarda de la legalidad vigente.
El Govern, las formaciones secesionistas y sus incontables satélites lubricados, nos recibieron con abierta hostilidad. Para ellos era inconcebible que una cabecera de Barcelona, elaborada por y para los catalanes, pudiera oponerse al alumbramiento de la fantasmagórica república.
Nos pusieron como no vean dueñas y sufrimos todo tipo de insultos e injurias personales en las redes. El partido anticapitalista CUP, cuya oficina se hallaba a sesenta metros de la nuestra, envió de madrugada un escamot de sicarios y sicarias cubiertos con pasamontañas, para atacar a martillazos nuestras instalaciones, al genuino estilo de la kale borroka etarra.
Curiosamente, a esa misma chusma la encontrábamos después desayunando tan campante en el bar que existía entre las dos sedes.
Los políticos nos negaron desde el primer minuto el pan y la sal. Nos consideraban un diario “español”, equivalente para ellos a algo parecido a un simpatizante del franquismo.
Su aldeana arrogancia les impidió comprender que, mal que les pese, los ciudadanos todavía disfrutan de libertad para enterarse de lo que ocurre y formar su propio criterio. En un mundo digital como el que habitamos en el siglo XXI, cualquiera provisto de un móvil, tableta u ordenador puede consultar la prensa que le plazca.
Contra viento y marea, poco a poco nos hicimos un hueco en el mercado. Y desde hace tiempo disputamos el liderazgo de la audiencia en Cataluña. Quién podía imaginar, un decenio atrás, que Crónica Global devendría hoy el medio de referencia de la comunidad.
Esta hazaña histórica es fruto del trabajo incansable del equipo de profesionales. Combina una juventud insultante, una audacia extraordinaria y, sobre todo, un talento innato para este apasionante oficio.
La formidable plantilla de periodistas, empleados, opinadores y colaboradores de Crónica Global constituye sin duda alguna el bien más preciado que albergamos y que brindamos al servicio de la sociedad. Es, por utilizar un símil contable, nuestro mayor activo patrimonial. El éxito de este periódico habría sido imposible sin su generosa dedicación y compromiso de informar a los lectores día tras día con plena libertad.
Diez años son muchos o pocos, según se mire. Pero qué duda cabe de que Crónica Global y su matriz Grupo de Medios Global, gracias al impecable desempeño de las personas que los hacen posible, alcanzará en el futuro altas cumbres. Como suelen decir los anglosajones, el límite es el cielo.