Parece un chiste, pero es verdad: Benjamín Netanyahu propone a su amigote Donald Trump para el premio Nobel de la paz. Y puede que se haya quedado corto por pura modestia. Puestos a desbarrar, ¿por qué no aspirar a un Nobel ex aequo para ambos mandatarios, mundialmente conocidos por su amor al prójimo y sus medidas para construir un mundo mejor?
La noticia ha pasado bastante desapercibida y no ha suscitado grandes muestras de indignación entre mis compañeros de oficio. Debe ser que tienen mejor asumida que yo la desfachatez política, un fenómeno bastante reciente que tiene en España como principal representante a nuestro querido presidente del Gobierno, un hombre que dejó hace tiempo de disimular, de inventar excusas morales para asuntos que solo le favorecen a él, y que todo lo que hace, lo hace pensando exclusivamente en sí mismo, y, como se dice en el ejército, el que venga atrás, que arree.
La desfachatez política no es un fenómeno exclusivamente español, como demuestra la candidatura al Nobel que le ha montado Netanyahu a Trump. Cuesta pensar en alguien menos merecedor de ese galardón, pero, para su amigo Bibi, alias Carnicerito de Gaza, el Donald es ideal para ganarlo.
Pensemos en las contribuciones de Trump a la paz mundial: tenemos su errática actuación en Ucrania, donde a veces envía armamento y a veces interrumpe el suministro, dependiendo del estado en que estén sus relaciones con Vladimir Putin, quien, siguiendo la costumbre del Donald, a veces es un amigo y a veces no; tenemos su campaña de deportaciones masivas de gente que no tiene donde caerse muerta o que lleva un tiempo sobreviviendo en Estados Unidos como buenamente puede; tenemos esos aranceles, igualmente erráticos, que, según él, van a representar un chorro de dinero para su país, contra lo que opinan la mayoría de los economistas (según con qué pie se levante, Trump te atiza unos aranceles del 50% y se queda tan ancho, como acaba de hacer con Brasil porque están juzgando a su compadre Jair Bolsonaro, político ejemplar al que no han entendido en su país); tenemos la suspensión de la ayuda internacional a cargo de US Aid, que matará de inanición a miles de desgraciados repartidos por el tercer mundo; tenemos sus empáticas medidas para que sus amigos ricos paguen menos impuestos, mientras se les retira a los pobres la escasa ayuda médica gratuita de la que disponían…
Y con semejante historial, a Bibi se le ocurre que la academia sueca ya tarda en darle a ese animal el premio Nobel de la paz. Tras tan gloriosa y necesaria iniciativa, Netanyahu volvió a Israel a seguir dando órdenes a su ejército para que acribillen a la gente que intenta hacerse con algo de comida,
mientras se pregunta, supongo, por qué nadie lo propone a el para el Nobel de la paz.
Benjamín Netanyahu (y cualquier otro político mundial) puede decir lo que se le antoje porque la desfachatez ya no indigna a nadie porque ha sido admitida de la misma manera que el personaje de aquel anuncio aceptaba pulpo como animal de compañía. Y si cualquier político puede decir lo que quiera, en América, en España y donde sea, es porque la opinión del pueblo, aparentemente, ha dejado de interesar a los que hacen como que gobiernan.
Ya no se guardan las formas, amigos. Netanyahu propone a Trump para el Nobel de la paz. Marine Le Pen dice que le tienen manía porque le registran la sede de su cochambroso partido en busca de pruebas de un posible choriceo de fondos europeos para sus cosillas. Pedro Sánchez quiere
que nos creamos que había pensado en dimitir, pero que se queda porque alguien tiene que defendernos del fascismo. Y así sucesivamente.
No es que los ciudadanos de a pie hayamos pintado gran cosa en tiempos pasados, pero lo de ahora, esta extensión de la desfachatez, es un fenómeno que a mí me resulta inédito. Y veo que se va expandiendo. Que nadie disimula o se busca una excusa, ya que no digna, por lo menos creíble
para sus desafueros. Y me temo que esto no ha hecho más que empezar: si así se comporta el mandamás del país más poderoso del mundo, el efecto llamada a las demás naciones acabará generando infinidad de políticos desfachatados que, tras llegar al poder (aunque sea amañando unas
elecciones, que es el siguiente paso), harán lo que les salga de las narices sin molestarse tan siquiera en vestir un poco a la mona.
¿Trump, premio Nobel de la paz? Tal como está el patio, ¿por qué no? Como decía Cole Porter, Anything goes…