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Activistas lanzan pintura roja biodegradable sobre un cuadro en el Museo Naval

Activistas lanzan pintura roja biodegradable sobre un cuadro en el Museo Naval EFE

Pensamiento

El arte, la insurgencia y la manipulación del caos

"Estamos ante un nuevo tipo de guerra cultural e informativa, donde el arte es el escenario, las emociones son la munición y los insurgentes son, muchas veces, peones inconscientes de una partida mucho más grande"

Más información: Redescubrir la sonrisa y la humanidad en un mundo tan polarizado

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Durante las últimas semanas hemos visto una escalada de acciones violentas o simbólicamente agresivas en espacios culturales, pintura arrojada sobre cuadros, irrupciones en salas, sabotajes estéticos.

El fenómeno tiene nombre, art vandalism o art attack,  y grupos visibles como Just Stop Oil lo han convertido en un formato global. Pero hay algo más profundo que conviene observar: no todas las acciones que parecen activismo lo son realmente.

La instrumentalización del activismo

En muchos casos, los llamados “activistas” no actúan por iniciativa propia ni con coherencia ideológica. Existen estructuras que detectan, infiltran y dirigen la rabia social, la canalizan, y la convierten en herramienta política.

Esa figura, “insurgente funcional”, puede creer que está luchando por una causa noble, cuando en realidad está siendo utilizado por agencias o actores interesados en desestabilizar un entorno político, económico o social.

No es una teoría conspirativa: es un patrón conocido en la inteligencia moderna.

Lo vimos en movimientos separatistas, disturbios urbanos y protestas internacionales donde, bajo la capa de la indignación legítima, operaban células organizadas, financiación encubierta y estrategias de comunicación sincronizadas para amplificar el conflicto.

Del museo a la calle: el mismo guión

Las acciones contra el patrimonio, como la que podría haber ocurrido hoy en el Museo Naval,  no son inocentes ni aleatorias. Atacar un símbolo cultural es atacar la identidad.

Cuando una obra que representa el "Descubrimiento de América” o la historia marítima española es cubierta de pintura roja, el mensaje no es solo ecológico o anticolonial: es un acto de guerra narrativa, un intento de reescribir símbolos comunes para dividir, culpabilizar o enfrentar.

Y mientras el público se queda con el gesto, “jóvenes lanzan pintura roja”, detrás puede haber una estrategia milimétrica de desestabilización cultural y emocional: generar polarización, saturar las redes de contenido, provocar enfrentamientos ideológicos y erosionar la confianza en las instituciones.

El insurgente sin bandera

Lo más inquietante es la figura del insurgente sin bandera, alguien que actúa convencido de servir una causa justa, pero sin saber que su rabia está siendo teledirigida.

Estos perfiles, jóvenes idealistas, militantes emocionales, artistas o activistas radicalizados, son seleccionados, alentados y financiados de manera indirecta por estructuras estatales o paraestatales interesadas en desestabilizar a países rivales o en tensionar sociedades democráticas desde dentro.

El resultado es eficaz: incendios provocados en zonas críticas, ataques simbólicos al patrimonio, altercados durante manifestaciones “espontáneas”, campañas coordinadas en redes sociales y una narrativa pública cada vez más crispada.

Ya se vio en el proceso independentista catalán, donde operativos de desinformación extranjeros amplificaron el conflicto con precisión quirúrgica; se ha repetido con el conflicto palestino-israelí y con los incendios “casuales” que se reproducen con extraña sincronía.

El verdadero riesgo: la manipulación emocional colectiva

Lo más peligroso no es la acción puntual, sino el efecto acumulado: la fatiga emocional de la sociedad.

Una población expuesta a estímulos constantes de indignación, caos y enfrentamiento pierde su capacidad crítica y se vuelve manipulable.

Ahí es donde el arte, los medios y las redes se convierten en armas de guerra psicológica.

No estamos solo ante activistas impulsivos o jóvenes airados. Estamos ante un nuevo tipo de guerra cultural e informativa, donde el arte es el escenario, las emociones son la munición y los “insurgentes” son, muchas veces, peones inconscientes de una partida mucho más grande.

Por eso, cuando se pinte de rojo un cuadro o se incendie un bosque, deberíamos preguntarnos menos “qué causa defienden” y más “a quién beneficia ese caos”.