En las últimas semanas, de forma reiterada se habla de la burbuja de la inteligencia artificial impulsada por las inversiones millonarias que han efectuado las grandes tecnológicas. Esto ha provocado que recientemente hayan tenido un crecimiento exponencial, el cual ahora se ralentiza, mientras surgen con fuerza los agentes de IA (algunos ya le llaman la IA agentiva).
La IA parece estar llamada a integrarse en cualquier aspecto de la vida cotidiana, pudiendo reemplazar a las personas en algunas actuaciones por su capacidad de ejecutar acciones de forma autónoma al recibir una instrucción. En algunos casos, la agentiva es capaz de comunicarse con otros agentes para aprender y hasta autoreconfigurarse como consecuencia de su aprendizaje. Una IA que parece que va a integrarse rápidamente al quehacer diario, al igual que ha hecho la IA generativa --cuyo propósito básico es colaborar para aumentar la eficiencia de las personas--.
La reflexión sobre la supuesta burbuja de la IA y su posible estallido, el cual si se produjese, generaría correcciones de mercado y dudas sobre la credibilidad y seguridad de la IA, pero no frenaría su uso y penetración en la cotidianidad, me condujo a leer el informe “Trust, Attitudes and Use of Artificial Intelligence: A Global Study 2025”, elaborado por la Universidad de Melbourne, en colaboración con KPMG.
El estudio es una amplia investigación sobre percepción y adopción de la inteligencia artificial en la que han participado alrededor de 48.000 personas de 47 países. Un informe que pone de manifiesto una realidad dual. Por un lado, la inteligencia artificial avanza con rapidez y se integra en numerosos aspectos de la vida cotidiana y profesional; por otro, la confianza en esta tecnología avanza de manera mucho más lenta.
A pesar de esa falta de confianza la adopción de la IA es muy amplia ya que el 66% de los encuestados, en el trabajo asociado al informe, afirma utilizarla de forma habitual. Si bien, sólo el 46% manifiesta confiar en ella, el 83% de los encuestados considera que aportará beneficios significativos. No obstante, para su correcto uso el 70% considera preciso que se creen marcos regulatorios tanto a nivel nacional como internacional.
El uso de la IA actualmente es preocupante, ya que el mismo informe recoge que el 66% de las personas encuestadas reconoce utilizar los resultados generados por IA, sin verificar su precisión. Un hecho que además está sustentado por la falta de capacitación técnica para el uso de esta tecnología. Solo el 47% de los participantes ha recibido formación.
Esta falta de uso responsable se extiende también a los estudiantes que por ser naturales del mundo tecnológico consideran tener la capacitación necesaria para utilizarla. Sin embargo, es latente que las nuevas generaciones carecen de la formación y concienciación necesarias para poder usarla de forma responsable.
Según el estudio, cuatro de cada cinco estudiantes, (65 % en educación universitaria, 16 % en programas vocacionales y 18 % en secundaria), usan regularmente la IA en sus estudios al permitirles ser más eficientes y reducir la carga de trabajo. Un hecho que según los docentes comporta una excesiva dependencia y la disminución del pensamiento crítico.
Con dudas sobre la fiabilidad, la falta de regulación y los rumores de burbuja, la IA sigue tomando posiciones y enfrenta a las organizaciones a la decisión de dónde y cómo integrarla en su quehacer diario. Considerando la gran velocidad de su evolución y el notable incremento de modelos y opciones, es difícil analizar qué modelo es el más adecuado para la organización, así como su conveniencia y en qué unidades de la organización integrarlo adecuadamente.
Otras dificultades añadidas para escoger el modelo correcto, son la idoneidad de la inversión y los retornos esperados, ya que se espera que repercuta positivamente en los resultados y de forma rápida. Un análisis complejo, el cual se incrementa por el rápido desarrollo de esta tecnología que complica el mantenerse actualizado de todas las novedades del sector. Siempre dando la sensación de que aparecen nuevas y mejores. Por ello la buena decisión en cuanto a la IA, exige, como siempre en toda elección, establecer objetivos concretos y escalables para reducir los riesgos de error.
Un panorama lleno de desafíos en el cual el uso de la inteligencia artificial, en sus formas generativa y ahora agentiva, se mueve en la paradoja de usar algo en lo que no confiamos del todo, impulsados por la promesa de eficiencia y la presión competitiva. Ello conduce a pensar que la encrucijada de la IA no es tecnológica, sino humana. Su integración es ya irreversible, pero la brecha entre su adopción acelerada y la confianza que inspira supone su mayor riesgo.
El verdadero antídoto contra una posible burbuja no es frenar el progreso, sino cimentarlo en marcos regulatorios robustos que aseguren su desarrollo ético y una capacitación de los trabajadores, estudiantes y población en general para potenciar el pensamiento crítico. Ya que lo importante es saber utilizarla con responsabilidad, combinando su poder con la irreemplazable capacidad humana para evitar la dependencia negligente.