Como el órdago independentista de hace ocho años no salió según lo previsto, el lazismo parece haber optado últimamente por protestas relacionadas con la presunta lengua propia de Cataluña (donde el uso del castellano, por cierto, supera al del catalán, cosa que revienta sobremanera a los que, según propia confesión, aspiran a vivir las veinticuatro horas del día en catalán, pregonando así una cierta desevolución o, directamente, una involución de la realidad, siempre tan dañina para sus intereses).

La cosa consiste en quejarse estrepitosamente cada vez que alguien les pide que se pasen al castellano porque no les entienden. En ese momento, hierven de santa indignación, de divina impaciencia, y corren a chivarse a la Plataforma per la llengua, que improvisa ipso facto campañas de desprestigio e insultos contra quienes han tenido el descaro de no entender nuestra sagrada lengua.

A falta de poder ponerse farrucos con los altos poderes del perverso estado español, que tiene muy malas pulgas, como ya han podido comprobar, los lazis la toman con camareros, médicos, guardias civiles o cualquiera que no les atienda en su querido idioma. Catalanofobia, le llaman. Y le cuelgan el sambenito al primer camarero recién llegado de Ecuador con el que se cruzan o con ese picoleto de Badajoz al que acaban de destinar a Barcelona.

Y gracias a Óscar Escuder, el jefe de la Plataforma, montan el cirio correspondiente, en colaboración con los digitales del antiguo régimen (que sobrevive gracias a la ayuda del PSC, siempre tan de fiar desde un punto de vista constitucional). Cuando la muestra de catalanofobia ha sido especialmente ofensiva, Escuder y sus muchachos recurren al gobierno autónomo, que, en vez de hacer oídos sordos o enviarlos directamente al carajo, a menudo les da la razón, recordando a los insurrectos de la lengua sus supuestas obligaciones.

Como la inverosimilitud de la independencia es más que notable, ha habido que rebajar las aspiraciones y dedicarse básicamente a incordiar a los conciudadanos. De ahí que se haya perfeccionado la táctica a la hora de dar la tabarra lingüística que puso en marcha hace años Santiago Espot, pionero del acoso y la delación, cuando patrullaba la ciudad con un cuadernito y un boli a mano para apuntar nombres de comercios y restaurantes que no tenían sus rótulos en catalán.

Espot era un friki barcelonés, en la línea del Sheriff de la Rambla, la mítica La Moños o aquel demente que paseaba en pelotas con un grueso anillo colgado de la punta del ciruelo. A diferencia de éstos, Espot sigue vivo, pero casi nadie se acuerda de él, ni siquiera en la plataforma del Tío Óscar, donde no han tenido ni el detalle de ponerle al frente de una brigadilla de chivatos patrióticos. Así se escribe la historia, amigos.

Entre los ofendiditos también hay clases. La vieja que no ha encontrado un médico que la entienda en lemosín o la señora que ha pedido un helado de maduixa y le han respondido “¿Lo cualo?” son seres prácticamente anónimos, pero cuando se les suma alguna celebrity de la catalanoesfera, la cosa alcanza una mayor repercusión.

Pensemos en Antonio Baños (revolucionario que no ha pagado alquiler en su vida porque vive en un piso de su abuelito, y cuando se lo recuerdan, se compara con Lenin, que también era de familia desahogada) y sus insultos para la heladería DellaOstia (la del incidente de la maduixa). O en Toni Albà, que expresó en público su satisfacción por la muerte de Javier Lambán (el gobierno aragonés lo quiere empapelar por delito de odio, pero lo que realmente necesita el hombre es ayuda psiquiátrica, en caso de que aún se esté a tiempo de recuperarlo para la sociedad, cosa que dudo).

La situación del lazismo es como la del cazador al que no le da el pecunio para cazar elefantes y debe conformarse con matar cucarachas a golpe de chancleta. Los continuos chancletazos, no lo negaré, resultan molestos, dada la contundencia con la que se aplican (por no hablar del ruido), pero, afortunadamente, solo son muestras de impotencia.

A la sociedad catalana en general se la soplan la vieja del médico argentino o la señora de la maduixa, por no hablar de Toni Albà o el Antoniu. Casi no merece la pena enviarlos a todos a la mierda. Pero, por si acaso, lo voy a hacer desde aquí a título estrictamente personal y en catalán: Aneu a cagar a la via!!!