Nuestro vecino del otro lado del Estrecho es un elemento peculiar. A bote pronto, estaríamos frente a un país aliado, que «nos ayuda» en la lucha contra el terrorismo yihadista y que nos hace el trabajo sucio de gendarme en la frontera del Estrecho, al más puro estilo Erdogán. Pero sólo cuando le da la gana.
Cuando le da la gana de otra cosa, abre la valla de Ceuta y Melilla para que entren hombres en tropel en las peores condiciones imaginables, o «relaja» la vigilancia de ciertos elementos extremadamente peligrosos, o dedica a su más que temible servicio secreto a hacerse con dispositivos móviles de dirigentes extranjeros con mucho que ocultar, que bien le valen la cesión de territorios de la manera más cordial.
Además, ahora el reino alauita es el favorito de Estados Unidos y su socio preferente en la zona de Gibraltar, relegando a nuestro país a una tercera o cuarta fila en una de las zonas más calientes del planeta, debido sin duda alguna a que la misma sensación de que tenemos las y los ciudadanos de este país de que no hay nadie al mando, se transmite también fuera de nuestras fronteras y no se fían de nosotros ni locos.
Así, Marruecos se ha convertido en el hijo caprichoso del jefe al que hay que reírme todas las gracias, especialmente desde España. Debe ser esa una de las razones por las que el Gobierno de España ha peleado tanto para que en Jumilla se pudieran juntar 5.000 islamistas a celebrar una fiesta en la que degollar cientos de animales sin la más mínima medida de higiene como muestra de libertad religiosa.
Debe ser ese favoritismo sobrevenido otra de las razones por las que en nuestro país proliferan las mujeres con burka y hiyab en el espacio público sin que ningún, y sobre todo ninguna, dirigente de la autosentida izquierda se alarme ni un poquito ante la violación flagrante de los derechos humanos que eso supone en Europa, la tierra de la presunta igualdad.
Debe ser también por esa primacía que hay que callar ante el aumento más que evidente de los delitos sexuales a manos de oriundos de nuestro vecino sureño (también de víctimas de la misma procedencia, a las que siempre olvidan). Y, si lo señalas, te llaman racista.
Y entiendo también que debe ser esa subyugación al vecino marroquí o la esperanza de que sus inmigrados les voten, lo que ha llevado a todos los partidos políticos de España a practicar un silencio atronador ante el caso más reciente de ataque a las libertades públicas en el reino marroquí, llevado a cabo el pasado domingo. El día 10 de agosto Ibtissame Lachgar, Betty, una conocidísima activista feminista por el ateísmo y los derechos humanos, fue detenida en su casa de Casablanca, previa denuncia de un miembro de la organización islámica Hermanos Musulmanes, acusada de "blasfemia", por llevar una camiseta en la que se podía leer "Allah es lesbiana".
En este punto hay que señalar que el artículo 25 de la Constitución marroquí salvaguarda el derecho a la libertad de expresión. Pero parece que no se aplica si Allah está por en medio, ya que el delito de "blasfemia" se castiga con penas entre 6 meses y 10 años.
Todavía hoy ninguna autoridad española ha osado levantar ni la voz ni el teléfono para interesarse por el estado de la víctima de una detención a todas luces contraria a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, llevada a cabo por un país que al que se le trata como aliado estratégico, y que se las da de moderno y cosmopolita.
Ninguna ONG española de esas que están ampliamente subvencionadas por el Gobierno y que cobran por cabeza de «niño rescatado» o «inmigrante salvado» del mar, ninguna ha dicho ni media sílaba para exigir la libertad de Betty ni para solicitar que se hiciera la más mínima gestión.
Y lo que es aún más escandaloso, siendo Betty una conocida militante a favor del colectivo LGB, es que ninguna de las más que regadas entidades que representan al colectivo en España ha dicho ni pío sobre este asunto tan vinculado a sus supuestos intereses. La razón es que Betty es una activista lesbiana, pero también es una feminista y no compra la idea del transgenerismo ni la teoría querer woke. Y como castigo recibe ahora el silencio de aquellos por los que está encarcelada.
Betty se pasó dos días en un calabozo en Casablanca y luego fue trasladada a la cárcel de La Salé de Rabat, una de las más duras del país. Ahí se le denegó la libertad provisional, incluso haciendo caso omiso a su estado de salud, ya que es una mujer enferma que se encuentra en tratamiento de cáncer.
Mientras, miembros de los Hermanos Musulmanes están llenando las redes sociales exigiendo su lapidación y/o decapitación por su "ofensa". Más o menos lo mismo que pensaban de los asesinados que atacaron Charlie Hebdo. Entonces, todos fuimos Charlie, sin embargo ahora sólo un puñado de mujeres en todo el mundo estamos alzando la voz contra esta nueva hoguera inquisitorial que se le permite al favorito, arropado por el silencio de quien no quiere molestar al niño bonito del jefe.
Sin embargo, el fuego todo lo quema. Hasta lo más tibio.