Es realmente triste lo irrelevante que es España en el mundo. Podríamos ser un país de peso, pero somos muy poca cosa, cada vez menos.
Somos la cuarta potencia económica de la Unión Europea y de la zona Euro. Nuestro PIB está entre los 15 más altos del mundo, con índices de desarrollo muy relevantes. Geográficamente podemos ser nexo entre Europa y el norte de África y por historia, lengua y cultura, puente natural entre Europa e Hispanoamérica.
Los 750 años de pertenencia a los califatos árabes nos hacen un interlocutor natural con los países del Golfo, quienes conocen a la perfección las joyas de Al Andalus y, socialmente, nos parecemos más a ellos que a los alemanes.
Nuestro pasado en Asia lo hemos borrado, pero la huella española en Filipinas no es menor. Nuestro idioma es la segunda lengua materna más hablada del mundo, tras el chino. 475 millones de personas lo usan. Entre 1740 y 1790 más del 12% de la población mundial eran españoles de pleno derecho, siendo el imperio español el tercero más extenso de la historia, tras el británico y el mongol, superando a imperios tan relevantes como el otomano o el propio imperio romano.
Nuestros activos y nuestro acervo son enormes. Pero desde hace muchos años estamos resignados a ser poca cosa en el concierto mundial. Francia, que nunca tuvo una influencia similar a la española, o Reino Unido son capaces de mantener un aura global que a nosotros nos queda grande. Catorce países africanos usan el franco CFA, moneda respaldada por el banco central francés, quien tiene en depósito la mitad de las reservas de los países que usan esta moneda, válida para más de 210 millones de personas.
El Rey de Inglaterra es, también, jefe de Estado de 14 países de la Commonwealth. Y la Unión Europea es cosa de Francia y Alemania. Reino Unido, aunque se marchó, acude de vez en cuando a opinar. España compró de manera acrítica la falsa leyenda negra elaborada por Theodor de Bry y otros enemigos de España para favorecer los intereses de sus naciones y desde entonces solo sabemos ir con la cabeza gacha por el mundo.
Esa absurda culpabilidad de quien ha hecho más por desarrollar la cultura occidental fundando más de 30 universidades y erigiendo más de 50 catedrales en las provincias, que no colonias, de ultramar, puede ser lo que explique el poco peso de España en el mundo, incluso ahora que volvemos a ser un país desarrollado y pertenecemos de pleno derecho a un club de ricos, la Unión Europea.
Ahora, además, se une la habilidad de nuestros gobernantes para desmarcarnos de la Unión Europea. Hemos sido los primeros en reconocer, de manera unilateral, a Palestina, en lugar de esperar a un movimiento conjunto de la UE. Además, nos aliamos con socios tecnológicos que están vetados en el resto de occidente, nos abrazamos con los líderes latinoamericanos que occidente rechaza y preferimos China a Estados Unidos como socio comercial.
Para acabar de aderezarlo, jugamos a dar desplantes al emperador americano, firmando unos acuerdos de gasto anual con la OTAN y retractándonos verbalmente de lo firmado aún con la pluma goteando tras la firma. Además de tímidos parecemos ahora poco fiables.
Que Trump excluya a España de conversaciones sobre la OTAN o Ucrania entra dentro de lo normal con la dinámica actual. Que lo haga la Comisión Europea, no. El salto cualitativo quedando excluidos de las conversaciones respecto a un posible plan de paz en Ucrania deja a España muy mal y no presagia nada bueno.
No puede desligarse este declive institucional del declive de la imagen personal de nuestro presidente del gobierno. Durante años, su imagen exterior ha sido impecable, siendo candidato potencial para casi todo, desde el Consejo Europeo a la OTAN.
La prensa internacional le alababa haciendo oídos sordos a las críticas que emanaban desde dentro del país, por entenderlas como algo natural en la dialéctica entre gobierno y oposición. Pero en esta legislatura esa magia se ha roto por muchos motivos, desde cómo y gracias a qué se creó la mayoría de la investidura, al parón de cinco días para reflexionar que nadie entendió en Europa.
La sucesión de casos de posible corrupción en su entorno le están dando la puntilla. En resumen, a nuestra timidez internacional estructural le sumamos ahora las horas bajas de nuestro presidente del Gobierno y, también, el bajo perfil de S.M. el Rey quien, a diferencia de su padre, parece no salirse ni un milímetro del escaso campo de acción que le deja presidencia del gobierno.
Todo sumado, quienes perdemos somos los españoles, cada vez menos influyentes y, poco a poco, más pagafantas tanto en los clubes en los que necesitamos estar (Unión Europea, OTAN...) como en cooperación internacional, ocupando España, con más de 4.000 millones en 2024, la decimosegunda posición por volumen de ayuda oficial al desarrollo dentro de la OCDE. Otros deciden, nosotros pagamos.