John Rawls lo podía intuir. Pero defendió una teoría política, el liberalismo político, que se dio por definitiva. Todos sus hijos ven ahora que las cosas han cambiado. Que el comunitarismo se va imponiendo. Y que los populismos de todo tipo recogen un malestar que tiene mucho que ver con lo que el comunitarismo denunciaba desde mediados de los años noventa del pasado siglo.
La naturaleza humana, ¿casa bien con el liberalismo político, o se encuentra huérfana, le falta algo que no podrá alcanzar nunca?
En invierno, cuando se acerca la Navidad, muchos ciudadanos europeos viajan a Alemania para pasear por los mercados de ciudades y pueblos.
La artesanía, la comida y la bebida en un ambiente festivo ofrece algo difícil de explicar. Surge el sentido de la comunidad, de la misma forma que maravilla ese pueblo tan bien conservado cuando se visita un fin de semana. ¿Qué produce en el visitante esa Iglesia románica, por qué se piensa durante unos minutos que estaría muy bien poder vivir allí, para siempre?
Releer Bajo las ruedas, de Herman Hesse, puede producir ahora otras emociones. Pero en la adolescencia, en la juventud, impresiona. Vivir en una comunidad es algo bueno, por definición, pero también puede llegar a ser opresivo.
El yo queda anulado por lo que espera la comunidad de cada uno. No parece agradable, Sin embargo, el liberalismo es algo descarnado, fuerza que cada individuo compita con el resto. Los separa. Hesse, de hecho, en aquella novela denunciaba que se exigiera a un niño, con gran potencial, un desarrollo académico constante, olvidando su desarrollo emocional. Y presentaba el pueblo como algo idílico, con todas sus piezas bien orquestadas, como la vida de los gremios profesionales.
El comunitarismo, con todos sus matices, ha vuelto con fuerza, y aunque él mismo no se considera como un autor comunitarista a todos los efectos, sí admite la enorme influencia de pensadores como Charles Taylor o Alasdair MacIntyre.
Es Patrick Deneen, autor de un libro que ha abierto los ojos a muchos dirigentes políticos, entre ellos a Obama: ¿Por qué ha fracasado el liberalismo? (Rialp) Su tesis va más allá que los teóricos del comunitarismo, que partían de una base liberal.
Deneen aboga por un conservadurismo del bien común. A su juicio, el liberalismo ha fracaso porque ha logrado su propio éxito: “Cuánto más libre está la gente de los otros, más cautiva está del mercado globalizado”, apuntaba en una entrevista en Nueva Revista.
El liberalismo político es el pegamento que une a ideologías de izquierda y de derecha desde mitad del siglo XX. Ese es el punto de partida de Patrick Deneen, profesor titular de la Universidad Notre Dame (Indiana, Estados Unidos), experto en la obra de Alexis de Tocqueville.
Un acto con votantes de Trump
Hay algunas diferencias, claro, entre los llamados progresistas o conservadores. Más acento en el Estado, una política fiscal más agresiva; menor defensa del Estado, el dinero debe estar en los bolsillos de las personas. Pero, en definitiva, el mundo occidental ha vivido bajo la preeminencia del liberalismo político, que, en teoría, propugnaba algo muy querido y respetado.
Lo teorizó John Rawls en 1971, en su obra ya clásica Teoría de la Justicia. En su libro, Rawls –el filósofo político más importante del último medio siglo—aporta una idea de la justica como “equidad”, y defiende la llamada “neutralidad” del Estado.
Con ciudadanos libres y racionales, el Estado no debe entrar ni defender una determinada concepción del bien. Eso es algo que atañe a la esfera individual. Para autores como Gregorio Luri, filósofo y pedagogo, Rawls vino a defender una especie de “socialdemocracia para todos”.
Y es que el autor de Teoría de la Justicia, que completó –con el objeto de defenderse de sus críticos con el libro Liberalismo Político, en 1993—partía de una idea sugerente: el velo de la ignorancia. Antes de nacer, sin saber la cuna ni los progenitores, ni la comunidad en la que nacemos, ¿cómo nos gustaría que nos trataran?
El ciudadano-cliente
Una de las respuestas que ofrece Rawls es que deberíamos tener todos una igualdad de oportunidades. Y eso lo debería garantizar un estado neutral.
Con esas cartas ha jugado Occidente en los últimos decenios. Los comunitaristas incidieron, a lo largo de los años noventa, en que el liberalismo dejaba al ser humano a la intemperie. Que nadie podía aislarse o pretender que estaba fuera de una determinada comunidad.
Se nace en un grupo, con unas características, no como un individuo aislado. Se interpretó como una defensa de los nacionalismos. Pero la crítica iba mucho más allá. Sin embargo, para Deneen siempre jugaron en un campo liberal.
Lo que plantea este profesor de origen irlandés es que se pueden aprovechar las instituciones liberales, pero que es necesario un cambio drástico, porque la naturaleza humana no puede seguir con un sistema que se ha preocupado más en ofrecer objetos y servicios para comprar. El ciudadano-cliente, el individuo consumista, que ha quedado exhausto, porque el modelo no podía satisfacer el espíritu, pero tampoco las condiciones materiales.
La posición de Deneen tiene sombras. El trumpismo se ha agarrado a ese conservadurismo del bien común. Y otros populismos reclaman volver a la ‘cueva’, a la comunidad patriótica, en la defensa de la soberanía. Prima el grupo, y la voluntad, por tanto, de echar al otro, al extranjero.
Portada del libro de Deneen
Otros posicionamientos achacan al liberalismo, precisamente, porque no ha cumplido con sus promesas. Es el caso de los autores de Abundancia (Capitán Swing), de Ezra Klein y Derek Thompson.
La tesis es que el liberalismo –en Estados Unidos, por ejemplo—ha dejado fuera a mucha gente. No ofrece ya esa abundancia material, ni viviendas dignas ni salarios en condiciones. Es la hipocresía de un sistema político y su correspondiente modelo económico que decía que iba a satisfacer al ciudadano, porque el mercado era el mejor instrumento para hacerlo.
Catalanes, ingleses o franceses perdidos
El debate recoge todo lo que está sucediendo en el mundo occidental. Clases medias que se empobrecen, jóvenes con pocas oportunidades y nuevos partidos políticos populistas, a izquierda y derecha, que ofrecen soluciones fáciles, --infantiles—pero que son eficaces porque los votantes las acogen.
Deneen no puede considerarse un autor reaccionario, o que pida una especie de retorno al oscuro pasado. Supone, en cambio, un profundo toque de atención. La concepción liberal de la vida se ha venido abajo. Las personas necesitan asideros morales, redes asociativas en las que se sienten valoradas y útiles.
Vuelven, --en España se ha comenzado a notar—a la religión, y, especialmente, los jóvenes, que se han quedado en el alambre.
Obama ha valorado el libro de Deneen. El trumpismo u otros populismos pueden utilizar a Deneen. Pero lo que pone sobre la mesa es de una gran trascendencia. No en vano, este autor menciona una y otra vez a Alexis de Tocqueville, con la idea de las comunidades locales como base para un mejor acomodo del ser humano.
Lo que falla en el liberalismo, a juicio de Deneen, es la propia concepción antropológica. ¿De verdad estamos hechos para ser consumidores-clientes, prescindibles cuando los mercados lo dictan?
Deneen toca muchas fibras. Enlaza con esos autores que reparaban en la fuerza de la comunidad, como el escocés Alasdair MacIntyre, o el católico Rod Dreher.
Catalanes desorientados en Ripoll, norteamericanos perdidos en Virginia, franceses perplejos en Reims, castellanos viejos olvidados y solos en pueblos aislados, ingleses fuera del mundo en el norte que fue industrial… Vuelve la fuerza de la comunidad.
