Lo escuchamos muchas veces sin saber que era él. Uno de sus riffs —afilados, sucios, vacilones— abre la sintonía de Better Call Saul, la precuela (y a la vez spin-off) de la mítica Breaking Bad. La serie es mejor que la original –más ambiciosa, más arriesgada, más profunda– y explica el proceso de envilecimiento del taimado estafador Jimmy McGill hasta transformarse en el abogado (de reprobable ética) Saul Goodman. El guitarrista, cantante y compositor Barrie Cadogan (1975), melena a lo Javier Bardem en No es país para viejos, es el autor de dicha sintonía y, a la vez, el músico de sesión de algunos de los artistas más populares de la historia. Lleva, por tanto, también una doble vida parecida a la de Saul. Por una parte, es el adalid de la pureza artística, enarbolando la antorcha de la libertad musical; por otro, para pagar la hipoteca –esto es un decir– ayuda a los mastodontes comerciales a afilar su sonido.
Su banda Little Barrie –la formó junto a Lewis Wharton y Virgil Howe-- es de esas delicias para coinesseurs. Nacida en Nottingham, su estilo mezcla en el vaso agitador de su talento y pericia buenas dosis de rock alternativo, soul, funk, garaje-rock y la psicodelia más desacomplejada. Ya con la primera entrega We are Little Barrie, Cadogan presenta las credenciales a guitarrista virtuoso, pero no filigranero. Cadencias endemoniadas, descargas eléctricas y mucho oficio. Sus obras posteriores no han hecho más que profundizar en esos hallazgos. Ampliando los colores de su paleta hasta otros cromatismos más arriesgados. Su nombre se utiliza como consigna entre músicos y melómanos.
'We are Little Barrie'
Pero, en paralelo a su carrera de músico de culto, Cadogan ha desarrollado una descollante actividad como sideman e instrumentista de gira en el rock británico. Como secundario de lujo de popes como Morrissey, Paul Weller, Primal Scream, The The, Edwin Collins o Liam Gallagher en la shows de Knewborth que despertaron los celos de su hermano y la posterior reunión de Oasis. Su guitarra ha transitado con naturalidad desde el revival mod hasta el britpop crepuscular de lololo. Uno de esos secundarios de lujo imprescindible en cualquier salsa. En esos contextos, su guitarra sirve de pegamento: aporta densidad y elegancia sin robar el protagonismo, como esos actores de reparto que elevan cada escena sin necesidad de abrir la boca. El chico para todo. Bricomanía Cadogan.
Su sonido es reconocible desde los primeros compases: ese rasgueo de púa seco, percutor –no se pierdan sus tutoriales en Youtube al respecto-- ; una preferencia por los amplificadores vintage y el fuzz vasto, de trazo grueso, de caño ancho; una economía de notas que remite a maestros como Steve Cropper, Keith Richards y Link Wray, pero pasada por el filtro ácido de la psicodelia británica. En entrevistas Cadogan confiesa su obsesión por “buscar el punto exacto entre el groove y el caos”, ese limbo extraño donde la melodía guitarra está a punto de deshacerse para, de repente, retomar el hilo.
Little Barrie ha sido, desde su debut, el formato pertinente para fatigar esa obsesión. En Stand Your Ground (2006) riza el rizo del riff (perdón por la aliteración involuntaria) y endurece lo que proponía en el primero. En King of the Waves (2011) gira hacia una simpática interpretación el surf rock y la inmediatez casi playera; En Shadow (2014) se adentra en un territorio más oscuro y misterioso, de banda sonora cinematográfica.
'Stand Your Ground'
Después llegar Death Express (2017), su obra más ambiciosa, publicada poco antes de la muerte de Virgil Howe, hijo del legendario guitarrista de Yes. Ese golpe paraliza momentáneamente al trío, pero no a Cadogan: su alianza con el productor y baterista Malcolm Catto cristaliza en Quatermass Seven (2020), una exploración libre de jazz, funk y psicodelia, germen directo de su reciente Electric War (2025).
En Electric War, Cadogan parece haber encontrado su voz definitiva. Los temas fluyen como improvisaciones medidísimas, con la batería quebrada de Catto –latido irregular a punto del ictus, un enfermo que se niega a tomar la medicación– y un bajo que resuena como si proviniera de un antro de los sesenta: humo, moqueta sucia y mundo analógico. Pero no se engañen. No hay ahí ni pizca de artificio, ni nostalgia sepia: sólo la voluntad de seguir empujando los límites de un formato —el trío de rock— que muchos daban por agotado. El disco, reseñado con entusiasmo por la flor y nata de la crítica anglo, confirma que su autor ha alcanzado una madurez artística insólita: demuestra que la electricidad, el ritmo y la textura pueden ser unos recursos expresivos tan contemporáneos como la filigranas digitales.
En cortes como The Spark That Lingers o Static Devotion, la guitarra de Cadogan parece transubstanciarse en una voz humana, temblorosa y expresiva; en Circuit Sermon, se atreve con pasajes de free-jazz que rozan lo espiritual. Pero no todo es solemne. Hay también momentos para el desparrame: heredero del funk británico de aquellos The Meters o The JBs, pero pasados por un filtro psicodélico que los hace más conscientes, más oníricos. Electric War no es un disco fácil ni busca serlo. Es una obra que reclama escucha, paciencia y fe en la música como experiencia física, casi ritual. Es Cadogan siendo fiel a su tradición de outsider. El resultado es un álbum que no hace ascos al silencio, ni a la repetición, ni al riesgo. Un testamento, quizá provisional, pero pleno.
'Shadow'
Pero volvamos al riff de Better Call Saul, compuesto junto a Wharton y Howe. Nació casi por accidente: la productora les pidió una treintena de ideas breves y aquel corte seco de guitarra, apenas unos segundos, fue el elegido. El tema —que en la serie dura apenas quince— es una condensación perfecta de su estilo: twangv, ese timbre metálico típico de las guitarras de los años sesenta, y el fuzz con distorsión gruesa, saturada y rugosa que convierte cada nota en un zumbido eléctrico. En su versión extendida, incluida en la banda sonora oficial, se escucha cómo ese motivo podría transformarse en una canción completa, con su crescendo, su feedback y su melancolía.
Hay en Cadogan también algo de arqueólogo del sonido, pero mira hacia atrás sin caer en el fetichismo. En directo, con su Fender Jazzmaster —una guitarra de cuerpo amplio, favorita entre los fanáticos surf-rock— o su Telecaster Custom, más afilada, seca y con ese chasquido característico del rock clásico británico, rescata la electricidad primitiva del garage y la combina con el swing más añejo y profundo. Su actitud, sin embargo, dista de la del guitar hero de poster tradicional: no hay solos interminables, ni poses atléticas para el póster de la habitación adolescente; hay precisión, instinto y un respeto reverencial por cada canción.
'Electric War'
Quizá por eso su figura resulta por el momento tan elusiva para el gran público. No es un músico de estadios. El eslabón perdido entre Curtis Mayfield y Jack White. El paradigma para los feroces cachorros del nuevo rock. En una escena saturada de efectos y pirotecnia digital (¡Hola, Rosalía!), Cadogan reivindica la pureza del cable, el amplificador y las manos.
En una de sus entrevistas declara: “No busco ser virtuoso, busco que una nota diga algo que una escala entera no puede”. Y esa frase resume su poética: discreto, elegante, inasequible al desaliento, fiel a una idea del sonido como oficio artesanal. Por eso, cuando su riff rasga nuestra televisión en Better Call Saul, más que una sintonía o un eslogan, lo que escuchamos es una declaración de principios. La de alguien que, sin alardes, sigue recordándonos por qué la guitarra eléctrica y su tradición debe seguir teniendo un lugar preponderante en la música contemporánea.
