El presente (digital) que anuncia el futuro: nuevos tiempos, consumos y sonidos
El Ipod fue la bisagra entre el final de la era analógica y la transformación de la música en un fluido digital, una metamorfosis que ha cambiado por completo el significado de la creación artística, gobernada por el algoritmo
El 10 de mayo de 2022, la compañía Apple anunció que dejaba de fabricar su reproductor iPod, aunque este seguiría vendiéndose mientras quedasen existencias. El cambio del soporte físico por lo inmaterial llegó en realidad antes, en 2008, con la creación del iPhone y el lanzamiento de Spotify la primera plataforma de streaming. La transformación tecnológica siempre ha estado ligada a la música de manera estrecha, incidiendo no solo en las tendencias creativas, sino en la forma en que consumimos cualquier forma de arte.
La cultura del consumo se ha infiltrado en nuestra vida a través de diferentes manifestaciones. El cine, la televisión o la literatura también han cambiado a ojos del consumidor y con ellas las industrias que las hace posibles. Y a todas afectan los nuevos fenómenos culturales, como la irrupción de la Inteligencia Artificial, que ha desmoronado toda una serie de creencias y suposiciones para volverse a construir de nuevo. Una transformación provocada por el propio ser humano y de la cual no conocemos todavía su alcance. El cambio del soporte físico (iPod) al inmaterial (el streaming) pone de manifiesto la velocidad en la que vivimos actualmente. ¿Esta velocidad de los hábitos de consumo ha impactado en la innovación musical? ¿La música es más innovadora ahora que cuando se distribuía a través de artilugios físicos? ¿O hemos cambiado nosotros, los consumidores y los oyentes y, por tanto, nuestros hábitos de escucha?
Nuevos tiempos: Los cambios en la forma de consumir música
La compañía Apple lanzó el 23 de octubre de 2001 el primer dispositivo portátil dedicado esencialmente a escuchar canciones. Su revolucionario diseño y funcionamiento permitía un almacenamiento equivalente a tener “1.000 canciones en el bolsillo”, según su creador, Steve Jobs. Desde su puesta a la venta en 2001, 400 millones de iPod fueron distribuidos por todo el mundo, a la vez que 35.000 millones de canciones se vendieron en la plataforma iTunes. La intención de Apple era transmitir que poseer música seguía siendo fundamental. Ya no se trataba de almacenar físicamente canciones, sino de utilizar pequeños dispositivos locales y apostar por la economía del espacio. No hacía falta tener un reproductor o discos físicos por separado. En un solo objeto tenías ambas cosas juntas.
La tecnología no ha parado de perseguir nuevos horizontes y mecanismos donde seguir almacenando archivos de sonidos para que el consumo siga creciendo gracias en paralelo a una mayor libertad de acceso a la música. ¿Significa esto que, a más espacio, mayor consumo? ¿O se trata de otro tipo de consumo? Con la muerte del reproductor físico (el antecedente del iPod fue el Walkman) y su decadencia se abrieron nuevos horizontes en la década de 2010 en la industria musical. Nuevos dispositivos aparecieron sucesivamente, como el iPhone, que ya incluía la funcionalidad específica del iPod, arrinconado hacia una súbita obsolescencia programada. Siete años después, la música se trasladaría a la nube con la aparición de las primeras plataformas: el deseo de unificarlo todo en un mismo sitio (internet) se hizo realidad con la llegada de Spotify (2008) y Apple Music (2015), aunque desde su aparición no han dejado de aparecer otras alternativas. Definitivamente, la música dejó para siempre de depender del almacenamiento físico y, por tanto, la cantidad de música a consumir o escuchar se convirtió en ilimitada.
El streaming (cuyo término proviene del inglés stream, traducido como arroyo) hace referencia a algo que fluye sin interrupción. La difusión digital de contenidos –mediante una red de ordenadores– permitió acceder a bibliotecas particulares, y no solo para escuchar la música escogida por el usuario. Las playlists han transformado por completo el paradigma de la escucha: si antes escuchábamos nuestra propia selección, ahora existen listas ya establecidas. Se produce una especie de dirigismo musical. Ahora podemos conocer las novedades musicales cada viernes (seleccionadas en muchas ocasiones por las propias discográficas), buscar sonidos de la década de los ochenta o escoger listas específicas para estar en casa o limpiar el polvo.
La personalización (o despersonalización) del hábito de la escucha ha hecho que el streaming cree una industria nueva. Es alrededor de estas nuevas plataformas de distribución donde opera el mercado musical. El objetivo de conseguir la viralidad y alcanzar millones en streams (el número de veces que se reproduce una canción) es el nuevo medidor de éxito para todos los artistas, con independencia de su trayectoria o de si son desconocidos que luchan por hacerse un hueco en las discográficas multinacionales. El consumo se ha convertido en una actividad pasiva: en apariencia, podemos elegir, pero en realidad estamos sometidos a lo que la industria quiere que escuchemos.
Nuevos consumos: ¿Cómo escuchamos música ahora?
El iPod permitía poseer archivos de audio. ¿Y ahora? El streaming, a través de un modelo comercial de suscripción, nos aleja de esa costumbre. El drástico cambio que la tecnología ha producido en el mundo de la música ha hecho de la posesión en algo irrelevante, priorizando la inmediatez y el acceso ilimitado –y en buena medida sin coste– a las canciones. Cabe preguntarse dónde queda la música como creación cultural. Algunos de los artistas representativos de este cambio de paradigma han gestionado la adaptación digital ensayando nuevos modelos de negocio y jugando con las plataformas.
En 2007, justo antes del lanzamiento de las plataformas de streaming, el grupo Radiohead lanzó su álbum In Rainbows a través del modelo pay what you want, con el que los oyentes podían abonar un precio libre por descargarse el LP. Ganaron alrededor de tres millones de dólares, obteniendo más ganancias que con una compañía discográfica. En 2014, U2 regaló su álbum Songs of Innocence –en colaboración con Apple– a más de 500 millones de usuarios de iTunes. Una operación de marketing que, además de sorpresa, generó críticas por la imposición del disco, de difícil retirada de las bibliotecas personales. Era un regalo envenenado. Ya en la era del streaming, Chance the Rapper hizo historia al lanzar Coloring Book (2016) exclusivamente en estas plataformas y sin formato físico y ganar un premio Grammy.
Taylor Swift tuvo encontronazos con las plataformas. En 2017, con la publicación de su álbum Reputation, decidió volver a publicar todo su catálogo en Spotify, de donde había sido retirado por decisión de la propia artista. Su batalla contra estas plataformas no había hecho más que empezar: en 2021 regrabó sus seis primeros álbumes para recuperar los derechos de sus canciones (los tenía su anterior discográfica, Big Machine Records). Sus cifras de streaming se dispararon y ahora que domina todo el panorama musical.
Nuevos sonidos: Las tendencias musicales del futuro
La aparición de nuevas redes sociales ha hecho que las estrategias de marketing se adapten a los modos de consumo. Las canciones ya no se promocionan mediante lanzamientos tradicionales, sino que se adaptan al consumo inmediato y fragmentado de las redes sociales (lo que tiene su traslación en las listas específicas de Spotify o Apple Music). TikTok ha demostrado ser una plataforma fundamental porque en ella el fragmento de una canción puede volverse viral en cuestión de horas (es el caso de Say So de Doja Cat o de I like the way you kiss me de Artemas). Otro fenómeno es el del retorno de viejos conocidos: Fleetwood Mac vio como su canción Dreams (1977) volvía a las listas de éxitos después de más 30 años o la parte instrumental de Chiquitita (ABBA, 1979) hizo resurgir el interés por el grupo ante nuevas audiencias.
El formato del álbum tradicional ha perdido relevancia frente a los sencillos que dominan las listas de reproducción de las plataformas. El efecto playlist ha incentivado la creación de canciones más cortas (inferiores a los 2:30 minutos), repetitivas y concebidas para un consumo rápido, ya que los algoritmos priman las canciones que capaces de captar la atención en los primeros segundos, aunque aún quedan resquicios donde la duración no ha sido rebajada al mínimo. En este contexto de inmediatez y reproducciones rápidas, la creación musical se ha fragmentado. Por un lado, están aquellos que producen para conseguir canciones virales; por otro, artistas como Rosalía afirman que su proceso creativo no nace del deseo de agradar o subir en las listas de éxitos.
Para ellos, la música es un fin en sí mismo, no un medio para lograr visibilidad y reconocimiento inmediato. El acceso ilimitado y la comodidad del streaming han contribuido a la volatilidad de los contenidos online, donde lo efímero prima sobre lo duradero. Este modelo ha causado una pérdida de control sobre lo que escuchamos, ya que las recomendaciones automáticas tienden a priorizar lo que se ajusta a patrones de consumo rápido, a menudo desplazando opciones más elaboradas o experimentales.
¿Es el streaming un sinónimo de innovación? Innovar en la industria musical parece casi un oxímoron en el acelerado mundo actual. Pensamos en la era digital como la herramienta que ha democratizado el acceso a la escucha y a la creación. A pesar de que los cambios suelen ser bien recibidos, pues permiten entender que el género está evolucionando, es la familiaridad lo que al oyente medio le atrae. La industria musical se ha convertido en una forma de trabajar y no de vivir: muchos artistas se enfrentan a la lucha por mantener cierta relevancia en el panorama, ya sea apostando por fórmulas conocidas o arriesgando en sus producciones. La búsqueda de nuevos caminos artísticos no siempre se relaciona con las ventas, aunque en los últimos años hay casos muy significativos.
Hablar de globalización en la música es un tópico. El discurso de la tecnología como herramienta para acercar(nos) a otras culturas musicales es evidente, pero ya no es tan necesario. La facilidad que permiten las plataformas para conocer nuevos géneros y artistas es muy seductora para el oyente. Sin embargo, este mercado global no siempre se traduce en diversidad musical. Resulta curioso, por ejemplo, que en España las listas de éxitos estén dominadas mayoritariamente por el reggaetón, a pesar de todas las opciones musicales disponibles. En este contexto, proyectos como el de los Hermanos Gutiérrez (Sonido Cósmico, 2024), un dúo suizo de origen ecuatoriano que triunfa en Estados Unidos, destacan por ofrecer una propuesta distinta. Su música instrumental, cargada de influencias latinoamericanas y atmósferas cinematográficas, demuestra que, aunque las tendencias globales apunten hacia ciertos géneros, existe espacio para propuestas que ofrecen una experiencia auditiva diferente y singular.
La Inteligencia Artificial también está empezando a afectar en la creación musical, con experimentos de algoritmos que generan canciones o colaboraciones con artistas. Un ejemplo ocurrió en octubre de 2023, cuando una canción titulada nostalgIA se hizo viral a cargo de FlowGPT. Superó el medio millón de reproducciones en TikTok y un millón en Spotify. Bad Bunny renegó totalmente de la composición, que manipuló su voz sin autorización. El debate sobre la violación de la propiedad intelectual de los artistas se puso sobre la mesa y, desde entonces, las discográficas ordenaron el bloqueo de estas canciones, que no fue aceptado por las plataformas debido al alto consumo que generan.
La asistencia a conciertos ha cambiado también desde que la pandemia hiciera tambalearse a toda una industria del espectáculo. No sólo las escuchas en streaming funcionan como referencias para medir el éxito, sino que la búsqueda de los soldouts en los grandes auditorios o estadios emergen como varas para evaluar la rentabilidad de los artistas. Internet ha servido para llegar a nuevas audiencias a través de la red social TikTok o de videojuegos como Fortnite, donde los conciertos se retransmiten mediante avatares o perfiles anónimos.
Asimismo, las estrategias de promoción han alcanzado niveles tan sofisticados como insólitos. Taylor Swift ha sacado a la venta hasta 40 versiones diferentes de The Tortured Poets Department, su último disco, para asegurarse un buen lugar en las listas de ventas y complacer a sus fans con productos exclusivos. El coleccionismo y el consumo fragmentado son formas para optimizar el éxito. Por otro lado, la influencia de otros artistas en las redes sociales puede lanzar a la fama a grupos desconocidos: es el caso del Alcalá Norte, que se benefició de la promoción (aparentemente gratuita) de Rosalía en su canal de WhatsApp, con 1,5 millones de seguidores.
En plena era digital, el coleccionismo de formatos físicos como vinilos y casetes ha resurgido. Su elevado precio de venta y el merchandising asociado demuestran que la vuelta de muchos artistas de antes no se debe únicamente a la nostalgia o al producto tangible que ofrecen frente a las reproducciones en streaming. La compra de un disco físico de música es la segunda acción que el consumidor toma una vez que una obra le ha convencido tras las primeras, segundas o terceras escuchas digitales. Pero no funciona así en todos los rangos de edad. Como pasó con el ebook, que se creyó que iba a desbancar al libro, lo tangible aún es significativo. El futuro también es pasado.
El futuro ya está aquí
La transición del iPod al streaming ha cambiado radicalmente no solo la industria. También influye en la forma en que escuchamos, creamos e interactuamos con la música. Las barreras que conocíamos se han diluido en favor de transformaciones que moldean el consumo musical de forma constante. A pesar de los números apabullantes que las plataformas musicales registran cada año, parece el regreso al pretérito es el nuevo porvenir: buscamos garantizarnos una posesión tangible y duradera de la música. Las canciones también son marcas en el camino que nos permiten recordar quienes fuimos en un mundo en el que todo se evapora con facilidad. Las tendencias culturales seguirán cambiando, nuevos artistas aparecerán y la misma definición de lo que es una canción evolucionará. Pero la música seguirá existiendo.
Guía rápida sobre tendencias y artistas
- La búsqueda de una estética futurista no solo pasa por la evolución musical, sino por acercar a la experimentación visual y sensorial otros discursos: Grimes (Nothing Lasts Forever, 2023), Fka Twigs (Eusexua, 2024).
- Romper convenciones de géneros a través de la música experimental ha hecho nacer nuevas tendencias, sobre todo con la mezcla de géneros: Arca (kiCK iiiii, 2021), Holly Herndon (PROTO, 2019).
- El britpop, que tanto ha dado que hablar, había sido underground, pero ahora no para de copar las listas de éxitos. El futuro ya ha sido alcanzado: Charli XCX (BRAT, 2024), A.G. Cook (Britpop, 2024).
- El panorama urbano español es de lo más suculento, con propuestas arriesgadas que promueven la fusión entre el productor y el cantante: Ralphie Choo (SUPERNOVA, 2023), TRISTÁN! (Music EP, 2024), Judeline (CANIJO, 2023), caracazador (FALLA, 2024).
- Desde el surgimiento de Rosalía, C. Tangana o Rodrigo Cuevas, nuevos nombres mantienen el folklore actualizado en versión moderna: Baiuca (MonteViso, 2024), BRONQUIO (Nocturnos, 2023), Lontreira (Apnea, 2023), Maestro Espada (Maestro Espada, 2024).
- La recuperación del pasado con los códigos contemporáneos se evidencia a través de grupos de indie-rock que rememoran las guitarras sucias de los 80: Alcalá Norte (Alcalá Norte, 2024), Depresión Sonora (MAKINAVAJA, 2024).
- Los álbumes de remixes enfocados a las pistas de baile buscan dar un giro a los LP tradicionales, mezclando lo que se escucha en casa para llevarlo al club: Shygirl (Club Shy RMX, 2024), Nathy Peluso (CLUB GRASA, 2024).