Cuando el duque de Mantua hace su aparición en el primer acto de un Verdi sobradamente difundido, Rigoletto, bufón jorobado, se atiende a un juego de música suave y ecos cercanos cantando a la vida alegre del mismo duque, rodeado de mujeres. Pero para ir a la Corte de Mantua hay que retroceder casi tres siglos, cuando el Renacimiento se adueña de la música para entrar en el Versalles recién levantado por Luis XIV, el Rey Sol. La referencia es Orfeo, la ópera de Claudio Monteverdi, que llega este fin de semana a Versalles de la mano de Jordi Savall.

Se da la circunstancia de que esta pieza majestuosa fue conocida por unos cuantos elegidos en la Barcelona ilustrada del novecientos. Orfeo se representó, en la segunda mitad de los años cuarenta y 1958, de lleno en aquel medio siglo tan relevante como disimulado, en el patio de los naranjos de la Casa Bartomeu, una mansión de Pedralbes propiedad del mecenas Josep Bartomeu i Granell. La finca fue el centro de una actividad cultural y musical duradera, representada los veranos y dotados de una programación estable, siguiendo el rail del Institut de les Lletres y el estilo del modelo seguido por los Juegos Florales de la poesía catalana. En invierno, los conciertos se celebraban en una sala de música de la misma casa, decorada con vitrales y tapices alegóricos del muralista Antoni Vila Arrufat. En las terrazas abundaban esculturas noucentistes sobresaliendo en alturas al jardín babilónico, pero sin perder la estética evocada por un hortus conclusus absolutamente latino.

Influido por Wert

En un alarde de conocimiento y buen gusto, Jordi Savall dirige hoy y el domingo en el teatro de ópera de Versalles que hay en el interior del palacio, una de las piezas controladas en su día por la corona francesa y alejadas del pueblo llano. La Ópera Real siguió los pasos de Molière en el caso de la Comédie, con estrenos obligados delante del monarca y de sus cardenales, Mazarino y Richelieu, que naturalmente hacían de censores. El París musical y sus visitantes celebran hoy el Dia de la Música --en realidad fue este viernes--, nada menos que aquel mismo Orfeo de Claudio Monteverdi.

Claudio Monteverdi WIKIPEDIA

En el momento del estreno de Monteverdi, el compositor todavía estaba influido por Wert, el maestro de la capilla de Mantua; trató de contentar a su antiguo maestro, pero acabó representando, sobre las tablas y desde foro musical enterrado su capacidad de unir una partitura sinfónica y el canto coral, muy del gusto de su tiempo. Utilizó una plétora de instrumentos, poco usual para la época; El Orfeo es uno de los primeros ejemplos de la asignación específica de ciertos instrumentos a partes concretas para entornar la voz humana.

Maestro de la Viola de Gamba

Ahora, aquel punto de partida del Barroco hace su entrada de nuevo en Versalles de la mano de Jordi Savall. No para el asueto de reyes y corte sino para dirigir la conocida pieza de un compositor tan querido por el público de Barcelona; un regreso a la memoria del puente entre el quinientos y el seiscientos, en el momento en el que la Edad Media languidece. Cuando ofrece su Orfeo, por primera vez, en 1607, Monteverdi ha cumplido con todo lo que se le exigía; sus Madrigales son un anticipo temprano de lo que serían en el ochocientos los lieders del romanticismo germánico.

El músico Jordi Savall Jordi Savall

El viernes, 21 de junio, fue el Día de la Música, y volvemos a Mantua, en pleno esplendor de los orígenes de la ópera, cuando los teatros unían temerariamente música y canto como una forma de transmisión y goce asegurados. Siguiendo al primer barroco, repitiendo una exhibición reconocible en el Liceu, el Teatro Real, la Ópera de Paris o la Scala, entramos en otro buen logro de Savall, el maestro de la Viola da Gamba, acompañado de instrumentos escasamente detectables para el gran público, aunque sobradamente reseñados por los expertos. A esta actuación del Concert des Nations y del coro de la ópera de Versalles le seguirán, este mismo mes de junio, la presentación del mismo Orfeo en el Festival Rencontres Musicales d’Évian (27/06) y en la Opéra de Aviñón, en 2025.

Barcelona como ciudad musical, cetro de mozartianos y wagnerianos muy conspicuos no es ajena al foro parisino de Gardnier, aunque esta vez  traslade a Versalles el arrojo sensual de la música barroca. Nuestra ciudad no compite con el palacio real francés por antonomasia, pero vibra con violas, violines y flautas como lo hace con el mejor romanticismo sinfónico