Una dulce Venus recreándose ante un cuadro de Tiziano es el eje bucólico de las notas de un órgano que envuelven el jardín de una Villa renacentista. La ópera es la transubstanciación de la pasión amorosa, escribió Manuel Valls en La música en el abrazo de Eros (Tusquets). No es consustancial con la erótica, pero sus argumentos vocales y musicales proyectan una elevación hacia el Amor. En Mozart, esa elevación se convierte en ingenua diversión, mientras que su contrario, el emblemática Otello de Verdi, se resuelve a través de una tragedia. En ambos casos, el drama se viste con los oropeles del drama belcantista.
Afrodita es la pasión de un compositor barroco, como Antonio Vivaldi y de otro neoclásico como Alban Berg, casi tres siglos más tarde. Ambas confluyen en los dedos de Glend Gould, el pianista excelso que interpreta desde el cerebro; él es la viva imagen de la belleza de la exactitud, pero simulada por un ensalmo ante el público. Desde su piano viajamos a la voz de Elvis Presley, aquel susurro musical hecho de pulcritud sedosa capaz de convertir un forte en caprichoso y de levantar una nota débil en voz profunda. Las dos diosas tuvieron que esperar al siglo XX para elegir a Elvis en uno de los concursos de canto que se celebran a menudo en el Olimpo, donde se oye jazz primitivo y suenan los blues de B.B.King. Venus y Afrodita, ambas en el camino del medio que nunca conduce a la salvación, son el pórtico de los libros de música elegidos, por sus méritos, para este Sant Jordi 2024.
Glenn Gould. La imaginación al piano. Carmelo di Gennaro (Fórcola)
Glenn Gould, el genial pianista canadiense, llevaba abrigo, bufanda y guantes, en invierno y en verano, con la misma naturalidad con la que Pere Gimferrer va con gabardina, sombrero y paraguas de mano durante todo el año. El autor de este ensayo biográfico, Carmelo di Gennaro, sin esquivar las numerosas leyendas urbanas sobre el pianista, consigue acercar al lector al método de introspección particularísimo de Gould, basado en la primera y única lectura de las partituras que tocaba siempre de memoria; el piano “se toca con el cerebro”, dejó escrito su amigo Leonard Bernstein. Gould dejó de tocar a los 35 años; abandonó los escenarios cuando consideró que había interpretado a Johann Sebastian Bach y a Arnold Schönberg, “como se merecen estos compositores”. Está considerado el intérprete mejor dotado de las Variaciones Goldberg de Bach, el absoluto matemático de la historia de la música, que Gould interpretaba con la frescura de su primer encuentro con la partitura y la intensidad de cada nuevo concierto. A lo largo de su carrera, celebró su autoexigencia y exhibió su misantropía. Sobre las tablas utilizaba asientos paticortos sin almohada y mantenía el torso encorvado sobre el teclado. Admirado por Herbert von Karajan o Yehudi Menuhin, y dotado de una concentración y un oído absolutos, Gould se negó a ser un genio, como confiesa él mismo en su libro, No, no soy en absoluto un excéntrico (Acantilado). El ensayo de Di Gennaro confirma ahora la prevalencia del pianista en el primer eslabón del siglo XX.
Las bodas de Fígaro. Pierre-Agustín Beaumarchais. (Alianza)
Hombre de vida acendrada y de múltiples ocupaciones destinadas a escalar en la sociedad, Pierre-Augustin Caron, más conocido como Beaumarchais (1732-1798), dejó dos obras dramáticas magistrales: El barbero de Sevilla (1775) y Las bodas de Fígaro (1781). Tomamos esta segunda, editada por Alianza, para escandalizar siglos después, con la obra inmoral del Antiguo Régimen francés, prohibida por Luis XVI antes de la Bastilla ye del cadalso borbónico. Se renuevan los mismos personajes de El barbero, inspirados en una sociedad corrosiva pero especialmente divertida y jocosa. Las Bodas (Les Noces), estrenada en clave de teatro de texto, fue encumbrada después al convertirse en la conocida ópera de Mozart con libreto de Da Ponte. Su preminencia no se ha discutido jamás, aclamada por el público, hasta el punto del no hay taquillas en la Scala, el Teatro Real de Madrid, a Ópera Garnier de París o el Liceu de Barcelona. En el Gran Teatro barcelonés repite casi cada temporada con distinto reparto. Las delicias mozartianas son mayores cuanto mayor es la comprensión de los juegos de palabras. En el origen real de su texto, Beaumarchais nos espera. Su libro es la mejor guía para disfrutar de una noche recordada.
Último tren a Memphis. Peter Guralnick (Libros de Kultrum)
El éxito arrollador de este libro memoralístico se hace patente en sucesivas reediciones, desde 2008. La biografía de Elvis Presley considerada definitiva obtuvo su confirmación el día en que Bob Dylan se unió con estas palabras a un pelotón de apologistas: “Elvis parece salir de estas páginas, notamos cómo respira; este libro anula todos los demás”. Es la única voz realmente instalada, al bucear en el amplísimo espectro del rock and roll, exenta de inspiración religiosa o del acento patriótico del romanticismo. Elvis ha dejado sus rastro en la expresión de un tiempo más que de un lugar. Desde el barroco hasta nuestros días, la música ha precisado identificar su origen para expresarse a sí misma; ha sido así hasta la ruptura contemporánea del siglo XX y, siguiendo la estela que pasa por el blues y la música negra, llegamos a Memphis, hogar puntual de las dos diosas -Venus y Afrodita- que le mostraron al cantante la concordancia entre el tono de voz y el golpe de cintura. Durante el largo fin del romanticismo, expresado por la desesperación de Wagner o de Strauss, todo acabó siendo sustituido por el vínculo más efímero y reciente de una época, encendida en el ecuador de la pasada centuria. Después de la biografía de Pete Guralnick no queda sino disfrutar de la inmortalidad de un Elvis sepultado bajo el templo de la idolatría. Esta biografía en dos tomos hace justicia; ahonda temerariamente en la justificación de un mito sin exégesis, pero con demasiados exégetas; un intérprete que tiró por el camino del medio gracias a su voz privilegiada. Elvis siguió la ruta recomendada por los compositores que odiaban repetirse y que buscaron la renovación, desechando oberturas, movimientos y codas demasiado previsibles. Arnold Schöenberg lo expresó así: “El camino del medio es el único que nunca lleva a Roma”.
La edad de plástico.Ramón de España. (EfeEme)
El periodista y escritor barcelonés nos regala en este libro, publicado por entregas en Letra Global, y compendiado ahora por la revista Efe Eme, un compendium sobre sus preferencias musicales. Ramón concibe la música pop como una manifestación más del arte contemporáneo. Su discoteca es una celebración del buen gusto. Aquí escribe sobre David Bowie, Bryan Ferry o David Byrne, encarnaciones de su ideal creativo; confiesa su fascinación por la electrónica más temprana, de atmósfera retrofuturista, y las primeras vanguardias sonoras –Eno, The Velvet Underground, Lou Reed, John Cale, Kraftwerk, el primer Ultravox, Laurie Anderson–. La selección se completa con músicos del género de lo que ahora se conoce como Americana –Lucinda Williams, Micah P. Hinson–, algo de country & western (Hank Williams) y filiaciones ibéricas, como el fado de Alfredo Marceneiro, la rumba de Gato Pérez o las huellas sonoras de Santiago Auserón. Tampoco faltan Buddy Holly, Roxy Music, The Kinks, Dick Drake, Roy Orbison, Chris Isaak o Gainsbourg. ¿Existe acaso algo mejor que la música para combatir la melancolía?
Los comienzos del jazz.Gunther Schuller. (Acantilado)
El músico y compositor norteamericano Gunther Schuller firma esta obra, que es la primera entrega de su estudio (capital) sobre el jazz. En este tomo, Schuller aborda la prehistoria de esta música sincrética y misteriosa creada por los esclavos negros en Norteamérica primitiva hasta la década de los años 30. El musicólogo norteamericano aborda su crónica sobre la génesis del jazz con la misma dignidad que hasta entonces se dedicaba a la música clásica culta, incluyendo partituras y abundantes muestras musicales, que se complementan con un útil glosario, y que enriquecen su análisis posterior, perfectamente comprensible para cualquier clase de público (melómanos incluidos).
B.B. King, Rey del blues. Daniel de Visé. (Libros del Kultrum)
El periodista norteamericano Daniel de Visé, Premio Pulitzer, es el autor de esta gran biografía de B.B. King, traducida por Íñigo García Ureta. Riley Ben King (1925-2015) fue la última de las grandes leyendas del blues del Delta del Mississippi. Pegado a su guitarra, bautizada de Lucille, apareció a principios del pasado siglo en los campos de algodón de Estados Unidos para interpretar la miseria, el racismo y la esclavitud del pasado que colman la base e inspiración de su producción poética y musical, A la hora del recuento (falleció en 2015), su carrera musical muestra con claridad que fue capaz de convertir su humilde origen en un triunfo. Forjado en una clima de extrema precariedad (nació en 1925 en Itta Bena, Missisipi) supo hacer sentir su voz y su guitarra a todas las audiencias. Testigo de la incriminación racial de los suyos, supo sacar la cabeza en el mundo del espectáculo, sin distinguir entre los bares de carretera, las ferias y las salas de concierto de las grandes ciudades.
Conversaciones sobre música. Wilhelm Fuertwängler. (Acantilado)
Para entender que Mozart tenía mayor dulzura y nobleza que el resto de compositores de su tiempo y que Haydn pertenecía al pueblo llano, aunque sus partituras tenían más alegría del vivir que la del resto; para saber por qué Wagner no entendió el fervor de Haydn y por qué el mundo sería más pobre sin Haydn. Wilhelm Furtwängler nos lo cuenta con la tranquilidad que le sanaba en Baden-Baden, después de haber dirigido la Filarmónica de Berlín. Nos lo cuenta con sus mismas palabras en el libro Conversaciones con la música (Acantilado). Responde a preguntas que son enigmas: ¿Por qué es necesario saber que, en Bach, cada nota tiene, a la vez, un significado armónico y otro melódico? En un momento de la civilización en el que la técnica musical ha dejado de ser un obstáculo, el director, fallecido en 1925, nos lleva ttas los pasos fulgurantes de Paganini o Liszt , cuando la gente acudía a los recitales y sinfonías sin validar la técnica de los grandes compositores y poniendo el acento en la voz insonora de la mente del músico. ¿Por qué la autoría interesa más que la pieza a partir de músicos como Mozart o Verdi? ¿La música es el único arte intangible y sin origen? ¿Es comparable el hecho de ser alemanes por parte de Strauss, Brahams o Beethoven, con el de otros músicos formados en los mismos conservatorios germánicos, pero sin ser alemanes, como Berlotz, Schuber o Greig en la gran corriente centro-europea, concentrada en Viena?. Sin enigmas para el aficionado, y sin que a nadie le ciegue la pasión por su músico, leer a Furtwängler es aleccionador, racional, tiene magia y es muy divertido.
El enigma Vivaldi. Peter Harris. (Harper Bolsillo)
Cuando la laguna lo es todo, las barcazas alcanzan las aguas profundas de los Fondi dei sette morti, el marjal húmedo y maldito en el que un músico español desconocido encuentra el enigma del compositor y violinista Antonio Vivaldi, en la ciudad de Venecia. Es un misterio que despierta tres siglos después de la cumbre del barroco para revelar la amarga verdad de la secta Fraternitas Charitasis, vinculada a Vivaldi, y reconvertida hoy en organización humanitaria, sin pasado. El autor de este libro, Peter Harris, juega con el fuego sagrado de lo que la música provoca, como el amor desmedido o su contrario, el crimen. Nos zambulle en la intriga, pero nunca dejamos de oír el acorde lejano del órgano de Iglesia Vivaldi, un edificio insigne conectado por un pasadizo secreto con el mismo Palacio Ducal, según cuentan las leyendas de la ciudad del dogo. En Venecia nada es lo que parece, como mostró con delicadeza Thomas Mann, en Muerte en Venecia, narrando a Gustav von Aschembach, ahogado en el amor ambiguo inspirado por Tazio, mientras suena otro gran maestro del barroco, Albinoni, con aquel adagio que se hizo incómodo por excesivo. En El enigma Vivaldi avanzan el misterio y el dolor, mientras atravesamos la gran laguna recorriendo la costa a modo de cabotaje: el Cason dei Mile Campi, la casi invisible San Marco in Bocca Lama, la Chioggia o la línea alargada y borrosa de Pellestrina. Aunque no salga de las páginas del libro, la música está siempre presente. El barroco te come las entrañas.
Alban Berg y Hanna Fuchs. Constantin Floros. (Trotta)
Las catorce cartas secretas del compositor Alban Berg a su “amada lejana”, Hanna Fuchs, son la base de este libro en el que el amor y la música se dan la mano, pero se alejan de la figura icónica de la complicidad entre la nota y la caricia. Berg, un músico a caballo entre el XIX y el XX, dejó muy clara la separación entre ficción y realidad; no quiso emparentar su obra con el sensualismo esperado por el público de los auditorios y teatros de su tiempo. Lo demostró en Lulu, con un libreto de Berg, la fusión entre dos tragedias de Frank Wedekind, Erdgeist y La Caja de Pandora. Lulú, la mujer-serpiente, sitúa a Berg en el bando mozartiano, mezcla de humor, exactitud y énfasis. En el libro, Constantin Floros intercala las cartas del compositor vienés en la correspondencia entre una hermana del músico y el filósofo Theodor Adorno. El padre de la Escuela de Frankfurt, musicólogo infinito, fue testigo de la relación amorosa de la pareja y espoleó el nacimiento de la Suite Lírica de Berg. Influido por su maestro Sebastián Halffter -el compositor dodecafónico- y por los franceses Claude Debussy y Maurice Ravel, Berg desempeñó un papel destacado, junto a Chaikovski, en la frontera de la modernidad. El melómano del dos mil acomoda novedades, como Boulez o Elliott Carter, que resultan iluminadoras a la hora de volver a Beethoven o Wagner. Constantin Floros analiza este juego de espejos, pasado-presente, sobre el que Berg fundamentó su música.