Tony Bennet, por Farruqo

Tony Bennet, por Farruqo

Músicas

Tony Bennet: ‘Fly Me To The Moon’

Considerado como el último crooner, Bennet era el amigo que no habíamos conocido, la voz susurrante que garantizaba siempre el buen rollo

22 julio, 2023 00:41

Le llamaron muchas veces el último crooner porque su generación iba abandonando lentamente el planeta en dirección al espacio-tiempo, desde donde él nos manda ahora su clásica sonrisa. Grabó Blue Velvet 1951, con un toque de enorme clase musical, pero sin llegar a la versión perdularia de Boby Vinton que se nos pegó en el inconsciente y, por si no tuviéramos bastante, se repitió hasta la gloria en Twin Peaks, la serie de David Lynch. Diez años mas tarde, en 1961, lanzó su tema más popular I Left My Heart in San Francisco. Las discográficas ya no lo dudaron; era el mejor, lo que le valió un álbum homónimo vendidísimo y considerado histórico en el Registro Nacional de Grabaciones. Luego fueron llegando sus hits que nos pillaban despistados en vacaciones o en noches de estudio y barra de bar; entre ellos The Good Life y especialmente Who Can I Turn To (When Nobody Needs Me) donde Bennett mostró su voz prodigiosa tan admirada como envidiada por su maestro, Frank Sinatra; sus mejores canciones son un rosario sin fin hasta llegar a Fly Me To The Moon, versionado por infinidad de músicos hasta convertirse en un clásico del siglo XX.

Del medio siglo en adelante, en quince años, lo hizo todo. El resto, casi todo, fue la perfección, arreglos, big bands de medio centenar de músicos o cuartetos de jazz sin remilgos, repicando sus clásicas canciones como el que canta al oído de su pareja. Es lo que la gente hacía en Las Vegas o en las salas de concierto de Los Ángeles; susurrar al oído no el 'tan tan' de la pieza sino las frases completas que sonaban como si uno lo recitara por primera vez. Al final de la canción Bennet chasqueaba los dedos como un anuncio de coda.

El niño mimado

Lo que mas odiaba este músico y compositor pulcro es que el aplauso pisara las últimas notas. Él iba en serio. Pilló el jazz cuando empezaba su carrera, pero se entregó al swing. En plena posguerra los gustos musicales distinguían entre cantantes, canciones y bandas; el gusto de la mayoría apostó por la autenticidad de la música negra en ascenso y el big band como una forma de stablishment. En este entremedio apareció el rock’n roll. Bennet se mantuvo. Estaba habituado a dirigir con la mirada a grupos de medio centenar de instrumentistas; sacaba su perfil y su voz entre aplausos. Su voz era el diapasón del primer tono. En su caso, la voz humana no solo protagonizaba sino que dirigía.

Tras décadas de profesionalidad impoluta, dejando tras de sí la exageración y el grito, ayer murió Tony Bennett. Se había retirado hace años a causa del Alzheimer. Tony Bennett (Anthony Dominick Benedetto), nacido en NY, y estudió en la Escuela de Artes. Bennet era hijo de un tendero italiano que murió cuando el músico tenía apenas 10 años cumplidos. Conoció todos los oficios en el país que crecía sin asegurar el futuro de la infancia, pero se las compuso para cantar en la inauguración del puente Triborough, entre Mahattan y Queens.

Tonny Bennet / EFE

Tonny Bennet / EFE

Se ganó la vida en su juventud en el mundo de la hostelería. Fue llamado a filas en la Segunda Guerra Mundial. Estuvo en el frente de Francia y ayudó a liberar a los prisioneros de un campo de concentración nazi. Entró en Alemania con las tropas aliadas de Patton y Eisenhower.

Bennett lo ha tenido todo para ser el niño mimado del gran público americano: infancia difícil, pasado militar en defensa de la gran nación y vocación por la música del siglo XX. Gracias a su gran afinidad tonal, Bennet enamoraba al público en los teatros de Broadway y en los casinos de Las Vegas. Algunas de sus canciones nacieron de conversaciones informales con otros músicos. Bennett coordinaba el melos con el tempo correcto de cada entrada. Entendía que aquello, que en el pop suena a adagio, complementa el sonido persistente del allegro que puede ser muy largo mientras se atenga a la ley de la belleza. Esta última establece una conexión que ha preocupado a músicos y cantantes de enorme seriedad pero metidos en otra piel, como David Bowie o John Lennon: el encuentro entre extremos. Las letras-músicas de Bennet han sido como las partituras de un pianista que identifica las notas antes de leerlas.

Frank Sinatra en un estudio de grabación

Frank Sinatra en un estudio de grabación

Su voz es siempre un buen rollo sin antecedentes. Todo en Bennet empieza como el acorde del que se cuelga un concierto. En su caso, es la voz pastosa y casi familiar de un cantante que era amigo sin conocerle; él tenía autoridad moral para interrumpir el silencio.

Sentarse frente a un escenario cabaretero es lo mismo que hacerlo en un auditorio de música clásica. Si está Bennet, no habrá estridencias. No hace falta conquistarnos a gritos ni a solos extremos de percusión o trompeta. Él es la magia de la voz humana algo que queda, cuando no queda nada. Bennett, igual que Sinatra, nos ayuda a creer en la noche templada y el amanecer diamantino de la lejana costa atlántica, donde nació y vivió.