¿Fue la primera década del siglo XXI la última vez en que el rock intentó ser relevante desde la ciudad de Nueva York? Eso parecen creer los cineastas Will Lovelace y Dylan Southern, responsables de un interesante documental, Meet me in the bathroom (Nos vemos en el baño), inspirado en el libro homónimo de Lizzy Goodman (editado en España en el 2018 por NeoSounds) y que puede verse actualmente en Filmin y Movistar (de momento, apoquinando aparte de la suscripción). Lovelace y Southern se centran en grupos hoy algo olvidados ya, como Moldy Peaches, Yeah Yeah Yeahs o Interpol, reservando el puesto de honor de la pandilla a los Strokes, cuyo álbum de debut, Is this it (2001) constituyó un estupendo regreso a los orígenes, un back to basics sensacional de apenas media hora de duración que se benefició de todo el hype desplegado en torno a la banda, compuesta principalmente de niños ricos (lo que algunos utilizaron en su contra, aunque de forma totalmente injusta) y que sigue en activo (su último disco, The New Abnormal, publicado en el 2020, era magnífico, aunque las ventas no fuesen las esperadas porque los chavales, pobres, ya habían pasado de moda y, sobre todo, porque el gusto del público se había desplazado hacia otras músicas que poco o nada tenían que ver con el rock & roll fundacional).
Nos vemos en el baño (que también podría haberse titulado Nos vamos al carajo) es, asimismo, un retrato de Nueva York y su triste evolución de meca de las artes y la creatividad contemporáneas hacia una ciudad para ricos que expulsa a los que empiezan y que ha pasado de ser el teatro de operaciones de Andy Warhol a ser el de Donald Trump (con la complicidad de su abogado, Rudy Giuliani, ex alcalde de la ciudad al que se le fue la mano con la gentrificación y que en cierta medida arrojó al niño por el desagüe junto al agua sucia, no sé si me explico). Al principio de Nos vemos en el baño, todos sus protagonistas están encantados de vivir en Manhattan; al final, casi todos se han dado el piro a Brooklyn (concretamente al barrio de Williamsburg; primera parada de metro fuera de Manhattan: Bedford Avenue). Aunque ahora, la mayor parte de Brooklyn es un asalto en descampado como Manhattan y ya hay quien se ha visto obligado a mudarse a Filadelfia o volver a casa de sus padres en Peoria, Illinois.
Algunos siguen en la brecha. De otros, hace tiempo que no se sabe gran cosa. Y en el fondo, lo que llevaron todos a cabo fue un remake, puede que involuntario, de la escena musical neoyorquina de finales de los 70, la que se desarrollaba en aquel adorable sumidero del Bowery que fue el CBGB y que protagonizaron grupos como Blondie, los Ramones, los Talking Heads o Television. La actitud de quienes tomaron el relevo durante el cambio de siglo (¡y de milenio!) era la adecuada. Los resultados, lamentablemente, no estuvieron nunca a la altura de los alcanzados por sus predecesores de dos décadas atrás.
Reinventar el rock
Personalmente, de todo lo que aparece en Nos vemos en el baño, me quedo con los Strokes, aunque no les niego cierto interés a los Yeah Yeah Yeahs (su cantante, Karen O, una mezcla de blanca y coreana, era una fuerza de la naturaleza). Siempre me pareció que Interpol tenía buenas ideas, pero mezclaba todas sus influencias de manera un tanto confusa. Los Moldy Peaches tenían cierto encanto friki, pero en extravagancia, como queda claro en el documental, nadie podía superar al inefable James Murphy, un productor discográfico que acabó montando su propio grupo, LCD Soundsystem, y triunfando a lo grande durante, eso sí, un breve período de tiempo (algo muy meritorio para semejante neurótico inseguro y errático).
Todos estos grupos se comieron el 11S y asistieron a la mutación de su querida ciudad en un patio de juegos para millonarios en el que, actualmente, un taxista te puede soplar cien pavos por llevarte del JFK a Manhattan y dos capuchinos en una cafetería del Village se llevarán veinte de tus mejores dólares. Desde finales de los años 60, Nueva York fue una ciudad en la que la roña, el desorden y el caos rodearon a algunos de los mejores nombres de la música pop: The Velvet Underground fue la principal fuerza alternativa de la Década Prodigiosa; diez años después, en la Nueva York de Taxi Driver, no la de Giuliani, los grupos del CBGB reinventaron el rock y fueron tremendamente influyentes en lo que vendría después; a principios de siglo, los Strokes y los demás personajes de Meet me in the bathroom intentaron reinventar la rueda e hicieron lo que pudieron para aplicarle la respiración asistida a una música moribunda que hoy día ha perdido casi toda su relevancia. Los Velvets, los Talking Heads, los Strokes…Ya iría tocando un nuevo relevo, pero, de momento, ni está ni se le espera. Y, lo que es peor, Nueva York ya no tiene nada que ver con la ciudad de alquileres baratos y una actitud de anything goes (como diría Cole Porter) que permitió florecer a Lou Reed, David Byrne o Julian Casablancas.
Nos vemos en el baño acaba siendo, finalmente, un agridulce responso, un réquiem solemne por una música y una ciudad íntimamente unidas que hace ya un tiempo que dejaron de ser lo que habían sido.