Me costó años llegar a los Stones. A veces, tienes las cosas delante, prácticamente en las narices, y no las ves. O las ves, pero las ignoras porque tienes la cabeza en otra parte. Intuyo que mi pasión por los Beatles y los Kinks me impidió disfrutar como se merecía a la banda de Mick Jagger y Keith Richards, de la que había escuchado temas sueltos que, vaya usted a saber por qué, no me habían causado una gran impresión. Puede que parte de la culpa de mi desinterés por los Stones se debiera a Angie, una balada de 1972 que me pareció tan cursi que le cogí una manía tremenda, casi tanta como al Imagine de John Lennon. Un buen día, pensando que ahí había una laguna que subsanar, compré, siguiendo el consejo de un amigo, el álbum de 1966 Aftermath, y ahí cambió todo. De repente, Jagger dejó de parecerme un cantante que se movía por el escenario como una furcia, y su grupo, una fábrica de ruidos. La atenta escucha de Aftermath tuvo carácter de epifanía y con él empezó mi búsqueda del tiempo perdido, lanzándome a adquirir todo lo que los Stones habían grabado antes y después, aunque saltándome Goat´s head soup, que incluía la temible Angie y que sigo sin tener a día de hoy (aunque algo me dice que acabaré picando).
Como muchos otros devotos de la primera etapa de los Stones, reconozco que me desenganché ligeramente de ellos después de Exile on Main Street, cuando empezaron a publicar una serie de discos mediocres en los que, eso sí, siempre había una o dos canciones buenas (It´s only rock & roll no es gran cosa, pero contiene dos maravillas como Till the next time we say goodbye y Time waits for no one; tampoco Some girls es una obra maestra, pero contiene la estupenda Faraway eyes, balada country en la línea de una de mis canciones favoritas y más ignoradas del grupo, Sitting on a fence). Fue todo un viaje por el túnel del tiempo que disfruté mucho. Comprar Their satanic majesties request como si acabara de salir tenía un punto majareta, lo reconozco, pero más vale disfrutar tarde que no disfrutar nunca. Me gustaban hasta los discos en los que, prácticamente, solo había versiones de temas norteamericanos. Y me gustaban del principio al final básicamente por su sonido antañón y entrañable (ese órgano Hammond, ese sitar de Brian Jones en Paint it black…) que me fomentaba la nostalgia de unos tiempos no vividos en una ciudad, Londres, que no era la mía. Actualmente, de Exile on Main Street hacia atrás, lo tengo todo de los Stones. Hacia delante…En fin, digamos que hay abundantes huecos.
Llegar tarde al planeta de los Stones
Hoy día, lo que más me fascina de los Stones es que sigan en la brecha, como si todo lo que sucede fuera de su mundo careciera de la menor importancia. Cuando Brian Jones murió en 1969, era relativamente fácil e indoloro sustituirlo. Pero cuando Charlie Watts la diñó en 2021, el camarada de toda la vida fue enterrado y reemplazado rápidamente porque, ya se sabe, the show must go on. Mick Jagger sigue ejerciendo de sex symbol eterno, aunque va para octogenario, y lo hace con una dignidad admirable que lo aleja del ridículo. Keith Richards se ha convertido en carne de meme (“¿No deberíamos pensar un poquito más en el mundo que le vamos a dejar a Keith?” o “Cuando mueran sus hijas, Keith lo heredará todo”) mientras él mismo cae voluntariamente en la self deprecation (“Lo divertido del sexo a mi edad es que nunca sabes si vas a tener un orgasmo o un infarto”). Mick y Keith son ya como de la familia porque siempre han estado ahí y no dan la menor señal de querer dejar de estarlo. Y si Richards palma antes que Jagger, estoy convencido de que éste se pondrá al frente de cinco mercenarios y seguirá de gira con los Rolling Stones.
Durante un tiempo, fui de los que pensaba que más valía que los Stones se jubilaran. Ahora quiero verlos palmar en el escenario, pues esa es la manera que Mick y Keith parecen haber elegido de acabar sus días en este planeta. Me flagelo por haber tardado tanto tiempo en ser consciente de su grandeza, pero se me pasa rápidamente cuando escucho de nuevo She´s a rainbow, Paint it black, Mother´s Little helper o su magnífica versión del tema de Otis Redding I´ve been loving you too long. Sí, llegué tarde al planeta Stones, pero, en cierta medida, me he quedado a vivir en él.