Pocos intérpretes consiguen ponerme de tan buen humor escuchando sus discos como el alemán Max Raabe (nacido Matthias Otto en Lünen, Westfalia, en 1962). Reconozco que si lo incluyo en esta lista de mis músicos pop favoritos, pese a que fuera de Alemania no lo conoce ni su padre, más allá de ciertas minorías selectas que comparten su peculiar sentido del humor, es porque para mí y mis estados de ánimo ha sido muy importante: su último álbum –de canciones propias, cuando su especialidad son las versiones de temas de la república de Weimar, alternados con standards norteamericanos y alguna que otra concesión al cancionero francés- creo que lo habría rayado si me lo llego a comprar en vinilo. Juraría que lo estuve escuchando a diario durante cosa de un mes y que siempre mejoraba mi humor al hacerlo, aunque no entendiera ni su título, Wer hat hier schlechte laune (me dijeron que quiere decir algo así como No hay por qué estar triste).
Max Raabe no es un rocker ni nada que se le parezca. De hecho, vive en un mundo perdido en el que parece encontrarse muy a gusto y ejerce de crooner (se licenció como barítono en la escuela de música de Berlín a la que acudió en su juventud) al frente de Der Palast Orchester, once amigotes a los que reclutó en 1985 para que le ayudaran a preservar un material musical del año de la pera que él había descubierto de niño en casa de sus padres, escuchando los discos del grupo estrella de los años de Weimar Comedian Harmonists. Y lleva desde entonces actuando y grabando con inusitada frecuencia, siendo en Alemania un valor seguro y en el extranjero, una rareza que entretiene sobre manera a unos cuantos, entre los que me incluyo. A quien le apetezca descubrirlo, le recomiendo que recurra a dos espléndidos discos en directo, At the Carnegie Hall (2007) y Eine nacht in Berlin, que incluye un DVD del concierto (2014). En el primero hay más concesiones al material americano, mientras que en el segundo se imponen los temas rancios cantados en alemán. Puede que haya quien lo ha visto sin saber quién era, pues aparece en la cuarta temporada de la serie Babylon Berlin, como hizo Bryan Ferry en una de las anteriores.
El idioma no es un problema para dejarse atrapar por el señor Raabe. Básicamente, porque las antiguallas que interpreta suelen ser espléndidas, la Palast Orchester suena de maravilla y nuestro hombre canta como los ángeles, aunque sin desprenderse jamás de cierto tono irónico (eso que los anglosajones definen como tongue in cheek) que puede acabar forzando la sonrisa del oyente, pese a la aparente seriedad de la propuesta. El señor Raabe va siempre vestido de esmoquin y gusta de aparecer en sus videoclips de esa guisa, montando en bicicleta y con las manos en los bolsillos, como si nada de este mundo representara para él un motivo de preocupación. En la portada de Wer hat hier schlechte laune lo vemos, de esmoquin, claro, cruzando un paso cebra con una cebra que le sigue obedientemente, aunque no intuyamos hacia dónde. ¿Estamos hablando de un excéntrico? ¡Sin duda alguna! Pero se trata de uno de los excéntricos más interesantes y divertidos del actual panorama de la música popular. Por edad, a nuestro hombre le tocaba montar una banda de rock. En vez de eso, se enamoró de un montón de canciones que ya eran viejas cuando sus padres las escucharon por primera vez y las convirtió en el centro de su peculiar propuesta musical. Añadir clásicos americanos y franceses fue un movimiento lógico. Como cuando le dio por aplicarle el tratamiento Weimar a temas pop muy recientes, convirtiéndolos en algo totalmente distinto al original. De vez en cuando, reúne a dos o tres colaboradores y se marca un disco de material inédito que suena igual de anticuado (o intemporal, si lo prefieren) que las canciones de los Comedian Harmonists: como compositor, el señor Raabe nunca se aleja del todo de la ortodoxia de sus maestros.
Me consta que hay gente que lo considera un majadero y un lechuguino, pero a mí siempre me pone de un humor excelente, tanto con sus temas propios como con sus homenajes a los sonidos de la decadente y desdichada república de Weimar. ¿Cómo lo consigue? Pues intuyo que mezclando un material de primera con una visión levemente irónica de la música y de la vida que le lleva, en sus apariciones públicas, a pedalear con los manos en los bolsillos, a cruzar pasos cebra en compañía de cebras y a no quitarse el esmoquin ni para irse a dormir. A los 23 años tuvo una idea (o una visión), reunió a Der Palast Orchester y lleva desde 1985 viviendo en un mundo de su propia fabricación en el que tal vez no apetezca quedarse a vivir para siempre, pero sí visitarlo con frecuencia. Un mundo en el que no hay por qué estar triste, ya que en él todo es bonito, gracioso y deliciosamente vetusto porque nunca existió Adolf Hitler y la Segunda Guerra Mundial jamás tuvo lugar. De hecho, la belleza de lo que canta Max Raabe puede interpretarse también como la calma que precede a la tormenta, una calma eternizada, congelada en el tiempo, consagrada a retrasar la catástrofe que no tardaría mucho en llegar.