Formado a finales de los años 90, el grupo Devotchka (añadieron una t a la palabra rusa devochka, que significa chica) se mantiene unido y disfrutando de una pequeña, pero fiel, base de fans, que disfruta enormemente de la extraña y fascinante mezcla de sonidos que emana de esta banda originaria de Denver, Colorado, y que es, de hecho, el vehículo de su cantante, líder, principal compositor y multi instrumentista Nick Urata (guitarra, piano, trompeta y bouzouki), aunque sus otros tres componentes también son reacios a limitarse a un solo instrumento: Tom Hagerman toca el piano, el acordeón y el violín; Jeanie Schroeder, el bajo, la flauta y el saxo; y Shaun King se encarga de la batería, la percusión y la trompeta. Devotchka no es una banda de rock, ni un grupo de folk ni una pandilla consagrada al country alternativo, aunque reúne elementos de esas tres músicas. El señor Urata tiene una tendencia innata al melodrama –a veces sincero, a veces irónico- y gusta de ampliar su paleta musical con ritmos extra norteamericanos, como demuestra su querencia por los sonidos mexicanos o las descargas balcánicas a lo Goran Bregovic. Imposibles de calificar e incapaces de alcanzar el éxito masivo, Devotchka se ha especializado en una música mestiza y tremendamente sentimental que consigue llegarte al alma, tanto en los temas acelerados como en las baladas a base de guitarra española. Su peculiar propuesta les ha llevado a grabar discos cuando pueden, no cuando quieren (el último, This night falls forever, data del 2018). Yo los descubrí en 2011 gracias al álbum 100 lovers, que, siguiendo mi costumbre cuando algo me gusta, estuve semanas escuchando de forma obsesiva (luego me hice, como suelo, con los álbumes anteriores, tirándome tres o cuatro meses en los que cada día caía algo de Devotchka en mi equipo de música: la mezcla de pop, rock, folk, country, rancheras y sonidos balcánicos me resultaba tan novedosa como estimulante, y nunca he entendido por qué le va mejor que a ellos a un grupo que se mueve en una línea parecida, Calexico, pero que cada día se muestra más cansino y repetitivo tras haber despachado, hace años, un par de elepés memorables).
La mayoría de la gente (entre los pocos que se fijaron en ellos) descubrió a Devotchka en la banda sonora de la película Little miss Sunshine (2006), en la que colaron varias canciones suyas junto a la banda sonora de Mychael Danna. La cosa fue un avance con respecto a sus comienzos, cuando tocaban en el circuito de las variedades y llegaron a ser la banda de acompañamiento de Dita Von Teese, estrella del neo burlesque que, ¡Dios le conserve la vista!, fue la novia durante unos años del tarado de Marilyn Manson, un Alice Cooper de segunda división (cuando el señor Cooper ya era de tercera regional). Que el grupo no se haya disuelto tras veinte años de carrera a trancas y barrancas es lo más parecido a un milagro que algunos agradecemos mucho, pero el fervor popular no es algo que el señor Urata haya conseguido atraer con sus peculiares canciones. Tal vez Devotchka llegó demasiado tarde, en una época en la que el rock y su constante evolución había dejado de tener la importancia de la que disfrutó en tiempos anteriores. Nick Urata es, en ese sentido, un creador a la antigua, de los que parten de ideas previas y añadidos inesperados para fabricar una propuesta realmente original, opción que hoy en día no te garantiza en lo más mínimo el aplauso de la mayoría, que está muy ocupada escuchando hip hop o reguetón. Lo que en los años 80 podría haber sido una propuesta que llamara poderosamente la atención (no sé qué habría sido actualmente de Cockney Rebel, por poner un ejemplo revelador), es, ya avanzado el siglo XXI, una rareza para cuatro gatos que aún seguimos creyendo en la constante evolución de la música que nos alegró la adolescencia y la juventud.
Devotchka es un estado mental en el que apetece pasar largas temporadas (por lo menos, para unos cuantos). Es, también, el vehículo del señor Urata hasta que éste se canse de vender pocos discos o de tener que grabarlos de uvas a peras. Tengo la impresión de que el hombre puede acabar rozando la indigencia –como le sucedió al líder de Clem Snide, el gran Eef Barzelay-, pues después de escuchar su nuevo disco siempre me pregunto si será el último, dado que no sé si sale a cuenta componer para cuatro excéntricos repartidos entre Europa y los Estados Unidos. Soy de la opinión de que alguien que ha conseguido crear una música nueva a base de mezclar raíces propias y ajenas debería gozar de mejor suerte comercial que el señor Urata y su banda, pero así es el mundo en general y el del pop en particular. Y su propuesta, realmente, tampoco es para todo el mundo, como he deducido de mis escasos intentos de proselitismo musical con amigos que han puesto cara de no entender qué me había dado cuando les obligaba a escuchar algunos temas de Devotchka. No pienso insistir. Me quedo al grupo para mí solo y entretengo la (larga) espera entre álbum y álbum entrando en Amazon a ver si hay novedades discográficas. Ya llevo cuatro años de espera, pero la esperanza es lo último que se pierde, ¿no es cierto?