Descubrí a Micah P. Hinson (nacido Michael Paul Hinson en Memphis, Tennessee, en 1981, el mismo día en que un espontáneo casi se carga a Ronald Reagan) en el ya lejano 2006, gracias a su segundo álbum, Micah P. Hinson & The Opera Circuit, y que me aspen si sé por qué lo compré: nunca había oído hablar de él y la portada no era gran cosa. En fin, otra de esas intuiciones que me salen bien, aunque la mayoría de las veces meto la pata y me llevo a casa un disco que me expulsa de su audición al segundo tema. Esta vez acerté, pues aquel tirillas con gafas y cara de badulaque resultó ser un intérprete y compositor francamente interesante, dotado de una voz grave que no se correspondía con sus pocos años y más bien parecía la de un tipo de la edad de Johnny Cash que acumulara todo tipo de experiencias desagradables. Luego descubrí que, pese a su juventud, el señor Hinson se las había apañado para llevar una vida de perros y meterse en toda clase de líos por su mala cabeza.
La familia Hinson se trasladó a Abilene, Texas, cuando nuestro hombre era un adolescente al que no se le ocurrió nada mejor que liarse con la viuda de un músico local que lo familiarizó con el uso y abuso de alcohol y drogas (acabaría refiriéndose a ella como La Viuda Negra), aficiones que lo llevaron a pasar un año en la cárcel por falsificar recetas médicas. Así se libró de la funesta viuda (¡algo es algo!), pero cuando salió del trullo, sus padres, que no creían en la redención de los presidiarios, lo pusieron de patitas en la calle. A partir de ahí, se tiró una buena temporada durmiendo en el sofá de la casa de diversos amigos hasta que encontró un trabajo de tele marketing y se instaló en un motel churroso en el que empezó a escribir canciones. Gracias a uno de esos amigos, una de sus maquetas captó la atención de una compañía discográfica escocesa que le ofreció la oportunidad de grabar su primer disco, Micah P. Hinson & The Gospel of progress (2004). Dicha compañía lo invitó a pasar un mes en el Reino Unido para grabar y actuar un poco, pero antes tuvo que pagar los 600 dólares que el señor Hinson debía de varias multas de tráfico sin cuyo preceptivo pago no había manera de sacarse el pasaporte.
De vuelta en Estados Unidos, siguió escribiendo canciones gracias a una novia que se echó en Austin y que lo mantuvo hasta que se cansó de él. Entre su leyenda y su talento, cuando público el espléndido disco que yo adquirí en la FNAC en 2006, el hombre ya había hecho correr un poco de tinta (aunque yo no me hubiese enterado). El subgénero conocido como Americana empezaba a hacerse notar y el señor Hinson destacaba notablemente a la hora de mezclar folk, blues, rock y country de una manera absolutamente personal. Cuando se ponía duro, sus canciones eran unos trallazos memorables. Cuando se ponía suave, era capaz de contagiar una melancolía tan bella como contundente. La voz seguía sin hacer juego con la cara, pero cosas más raras se habían visto y oído, ¿no?
Aunque en su país no lo conoce prácticamente nadie, Micah P. Hinson ha conseguido hacerse con una discreta, pero entregada base de fans repartida por Europa, y puede que la de España sea una de las más notables. Hubo una época en la que se pasaba la vida en Zaragoza, donde le acompañaba una banda local con la que compartía conciertos cutres por Aragón y sus inmediaciones. Durante el trayecto hacia uno de sus bolos, la furgoneta sufrió un accidente que acabó mandando al hospital al señor Hinson y sus baturros (años atrás, bromeando con un amigo, nuestro héroe se llevó un puñetazo en el estómago que condujo a su hospitalización y consecuente recaída en el consumo de analgésicos y tranquilizantes: no digo que el hombre fuese gafe, pero tenía cierta habilidad para romperse con frecuencia, por lo menos hasta que dejó de beber y de drogarse).
Creo que sigue viviendo en Abilene, pero tampoco lo puedo asegurar. Lo importante para sus (escasos) seguidores es que sigue publicando discos, aunque el último tiene ya unos añitos, Micah P. Hinson & The Musicians of the Apocalypse (2018). Cuentan que por fin se ha echado una novia decente y que es feliz dentro de lo que cabe, si es que no le ha sucedido alguna de sus habituales desgracias desde que tuve acceso a esa información. Me extraña que lleve cuatro años sin publicar nada, pero quiero creer que no le ha pasado nada grave a este atrabiliario personaje que tan bien me lo ha hecho pasar con su voz de profeta (o de predicador) en la línea de los difuntos Mark Lanegan o Johnny Cash.