Richard Melville Hall (Nueva York, 1965) adoptó el alias de Moby en homenaje a su antepasado Herman Melville, cuya novela más famosa gira en torno a una ballena con muy malas pulgas llamada Moby Dick. Moby triunfó a lo grande en 1999 con el álbum Play, el primero cuyas dieciocho canciones fueron utilizadas en dieciocho anuncios distintos. Play despachó doce millones de copias en todo el mundo e hizo rico y famoso a su autor. ¿También feliz? No exactamente: al darse cuenta de que había conseguido aquello que andaba persiguiendo desde que militaba en un grupo punk a mediados de los años 80, se apoderó de él una paradójica sensación de tristeza y fracaso moral que le llevó a pensar en el suicidio (la vez que estuvo más cerca de llevarlo a la práctica fue en el hotel Arts de Barcelona, pero las ventanas de su suite en la cima del edificio no se abrían). El éxito de Play nunca se repitió y nuestro hombre, viendo que la fama y la fortuna no lo sacaban de la miseria anímica en la que llevaba inmerso desde la infancia, optó por un cambio radical de vida: adiós al alcohol y las drogas que lo ayudaban a retrasar el momento de quitarse de en medio y hola al veganismo y a la defensa de los derechos de los animales, a los que siempre había tenido más cariño que a las personas, empezando por sus propios padres, que, tras pasarse el día discutiendo y gritándose mutuamente, no necesitaron divorciarse porque papá, completamente cocido, se empotró contra un muro al volante de su coche y murió en el acto, cuando Moby contaba la tierna edad de tres años.
De estos asuntos, y muchos más, puede enterarse cualquiera que vea en Movistar el largometraje Moby Doc, dirigido por Robert Bralver y escrito por éste a medias con el músico. Estamos ante un documental insólito que constituye, de hecho, una larga sesión de terapia en la que Moby cuenta sus desgracias con un candor y una desfachatez admirables: nada que ver con las habituales hagiografías a las que se prestan los famosos que siguen vivos (un hombre que reconoce que recuerda el día en que tocó fondo porque amaneció, tras una noche de sexo, drogas y alcohol, rebozado en mierda ajena, cuyo origen sigue sin identificar a día de hoy, es alguien al que no le importa mostrarse en toda su gloriosa miseria).
Como en un presidio
A diferencia de otros documentales sobre figuras de la música pop, Moby doc es, prácticamente, una lección de filosofía personal que fortalece la idea de que una vez te han amargado la infancia, es muy difícil levantar cabeza durante el resto de tu vida. Entre el padre beodo que se comió una pared con su coche y la madre escasamente afectuosa que se echaba unos novios a cuál más lamentable, al pequeño Moby le jodieron la existencia para siempre jamás. Según él mismo cuenta, la búsqueda de la fama y la fortuna fue la manera que encontró para superar una estancia en la tierra que había empezado de la peor manera posible, pero cuando vio que ni la fama ni la fortuna lo hacían feliz, lo único que se le ocurrió fue optar por el suicidio en diferido a base de drogas y alcohol. Cuando todo el mundo lo admiraba, él se daba un asco brutal del que no lo sacaban ni su amistad con David Bowie y David Lynch (ambos aparecen en el documental), ni el sexo con mujeres que ni se habrían fijado en él de no ser por su éxito, ni las quince o veinte copas diarias, ni las drogas de todo tipo que se metía. Aspiraba a dormirse y no despertar jamás, pero cada tarde, cuando emergía del sueño etílico, se sentía como el que sigue cumpliendo condena en un presidio.
Especialmente destinado a los espectadores propensos a la melancolía y dados a pensar que la vida es poca cosa y además no se entiende muy bien, Moby doc es un autorretrato sincero y sin embellecimiento alguno de un músico que se hizo famoso sin saber exactamente por qué. En ese sentido, el éxito le resultó tan incomprensible como todo lo que le había sucedido hasta entonces, y su manera de encajarlo no fue, evidentemente, la más adecuada. La historia, pese a todo, tiene un final feliz. Musicalmente, Moby nunca reverdeció el triunfo de Play, aunque el álbum 18 (2002) funcionara más que dignamente (una de sus canciones, Extreme ways, se convertiría en el tema central de todas las películas del espía amnésico Jason Bourne). Pero humanamente, el hombre llegó a hacer las paces consigo mismo, dejando de beber y de drogarse y abrazando el veganismo y la defensa de los animales (dos causas que nos pueden resultar indiferentes, pero que a él le han servido para esquivar su horror existencial, así que, ¡bienvenidas sean!).
Llevarse bien con los animales
Resulta curioso que casi nadie reparara en su momento en lo tristes que eran las canciones de Play. El álbum, de hecho, triunfó gracias a millones de personas que, de hecho, no lo habían entendido. En su álbum de 2021 Reprise, Moby revisó con orquesta sinfónica los highlights de su carrera. La idea era ofrecer versiones más optimistas de sus grandes éxitos, pero, como puede verse en el documental, el material nunca había sonado más fúnebre y más impregnado de una belleza inevitablemente melancólica.
Moby doc es un producto insólito por su sinceridad rayana en la desfachatez, su humor retorcido y la evidencia de que no hace falta conocer al protagonista para prestar atención a lo que dice. Te guste o no te guste Moby, el músico, hay mucho que disfrutar de Moby, el ser humano que, según propia confesión, se lleva tan bien con los animales porque vienen de otro planeta y él también. Y yo diría que hasta mucho que aprender.