El primer guitarrista de los Rolling Stones, Brian Jones, apareció muerto en la piscina de su granja en el condado de Sussex el 3 de julio de 1969. Tenía 27 años de edad y dejaba seis hijos ilegítimos (a los 19 ya tenía tres). Fue de los primeros en tener el honor de figurar en el llamado Club de los 27, en alusión a todas las figuras del rock fallecidas a edad tan temprana, una lista que va de Jimi Hendrix a Amy Winehouse pasando por Jim Morrison. Su fallecimiento no tardó mucho en verse envuelto en una leyenda según la cual había sido asesinado, aunque no se sabía muy bien por quien. Para los responsables del documental de Netflix Rolling Stone: the life and death of Brian Jones (Rolling Stone: vida y muerte de Brian Jones), la cosa fue claramente un crimen, y el responsable, el albañil que, en teoría, le estaba arreglando la granja de Sussex, que necesitaba reparaciones a tutiplén. Al espectador del documental no le quedan las cosas tan claras como a su director, Danny García, pero hay que reconocer que todo apuntaba al albañil de marras, que murió hace años, saliéndose de rositas (si es que realmente fue el asesino). Lo que sí queda meridianamente claro es que el pobre Brian era un desastre y un imán para las desgracias (y los embarazos no deseados).
El Brian Jones que nos presenta el señor García es un músico espléndido, capaz de tocar prácticamente cualquier instrumento que no fuese la guitarra (pensemos en las marimbas de Under my thumb o en el sitar de Paint it black), pero absolutamente negado para cantar y componer, algo que le atormentaba particularmente, sobre todo porque era imposible presentarse como el líder de los Stones (su obsesión particular) cuando el que cantaba era Mick Jagger y los que escribían las canciones eran éste y Keith Richards. Jones no tenía bastante con ser un excelente instrumentista y con aportar ideas nuevas a la banda. Aspiraba a más. Y llevaba muy mal lo de ser un segundón. Ayudado por el alcohol y las drogas, su frustración se convirtió en un incordio permanente para sus compañeros, quienes no tardaron mucho en ponerle de patitas en la calle. Entre eso y que Keith Richards le levantó a la novia, la alemana Anita Pallenberg, gran amiga de Marianne Faithfull, el pobre Brian se dejó llevar por sus peores instintos, siguió dándole al alcohol y (algo menos) a las drogas y acabó ahogándose en su propia piscina.
Frustrado y abandonado
El retrato de Brian Jones que nos muestra este interesante documental es favorecedor a ratos e implacable a menudo. Básicamente, nos quedamos con la imagen de un músico con talento cuyas ambiciones desmesuradas le impidieron encontrar su lugar en la escena británica. Y también, asimismo, con un irresponsable que iba echando hijos al mundo y se desentendía de ellos, un eterno adolescente dado a las manías y los caprichos y, en suma, un tipo de poco fiar. Llegó un momento en que Jagger y Richards no lo soportaban y no veían la hora de perderlo de vista: se hubiese agradecido su presencia en el documental, pero todo parece indicar que no quisieron aparecer (ni prestar sus canciones: no suena ni una de los Stones y el director ha tenido que tirar de imaginación a la hora de la banda sonora). Además de la inquina de los Glimmer Twins, Jones tuvo que pechar con la policía británica, que lo eligió como chivo expiatorio de todo lo que iba mal con la juventud de los años 60 y se pasó tres pueblos a la hora de detenerlo por posesión de drogas y por cualquier motivo que se le pasara por la cabeza al superintendente de turno en cualquier momento.
El Brian Jones que se refugia en una granja de Sussex es un hombre destrozado por el alcohol al que odian las fuerzas del orden y sus supuestos camaradas de los Stones. Un hombre que se pasa el día pimplando y dando fiestas llenas de gorrones (entre ellos, los albañiles encargados de la reforma, que nadie sabe a qué hora trabajaban). Según Danny García, Jones se peleó con el albañil en jefe (que se nos presenta como un genuino facineroso) y acabó ahogado por éste en un abrevadero, de donde fue trasladado a la piscina para dar la impresión de que se había ahogado a causa de lo cocido que iba. Es una teoría más de las muchas que han alimentado la leyenda de Brian Jones desde 1969, pero hay que reconocer que resulta asaz verosímil. De todas formas, lo más interesante de Rolling Stone es el patético retrato de alguien que pretendió, como dicen los franceses, péter plus haut que son cul y solo consiguió acabar frustrado y abandonado. Una historia muy triste. Una más en la larga historia de la música popular.