De vez en cuando, sin prisas y con largas pausas, Robert Forster publica un nuevo disco en solitario que suele estar muy bien y que, sobre todo, me retrotrae a los buenos viejos tiempos en que estaba al frente, junto a su amigo de la universidad Grant McLennan, de los Go-Betweens, que es mi grupo australiano favorito de todos los tiempos. Sacaron el nombre de una célebre novela de L.P. Hartley, The go between (El mensajero), que fue llevada al cine en 1971 por Joseph Losey. Seis años después nacían los Go-Betweens en la localidad de Brisbane, dedicándose a facturar un pop que oscilaba entre el ritmo y la melancolía y cuya primera muestra fue el álbum de 1982 Send me a lullaby. Nunca triunfaron a lo grande, pero sí lograron hacerse con una entregada base de fans en Gran Bretaña, la Europa continental y los Estados Unidos. Mi disco favorito (y el más popular, dentro de un orden) fue 16 Lovers lane, lanzado en 1988. Aunque pasaron por la formación un montón de músicos, la batuta la llevaron siempre Forster (1957) y McLennan (1958-2006, año éste en el que un infarto inapelable se lo llevó por delante).

Hay dos etapas claramente diferenciadas en la carrera de los Go-Betweens: en la primera funcionaban como una banda de pop al uso, aunque con la inclusión de instrumentos no canónicos como el violín, y concluyó a mediados de los años 90; la segunda fue un mano a mano entre Forster y McLennan, con la colaboración de algunos músicos que ampliaban la paleta sonora, aunque la base del asunto estaba en las voces y guitarras del dúo fundacional. Los seguidores del grupo suelen dividirse entre los que preferían la primera formación (que son la mayoría) y los que disfrutaron especialmente de los tres álbumes que Forster y McLennan tuvieron tiempo de grabar antes de que éste desapareciera de la faz de la tierra de un día para otro (servidor milita entre estos últimos).

A principios del siglo XXI, los viejos compadres universitarios fabricaron tres discos a los que vuelvo cíclicamente y en los que el lirismo implícito en la primera época de la banda ocupó el centro del escenario: The friends of Rachel Worth (2000), Bright yellow orange (2003) y Oceans apart (2005), mezclas aparentemente imposibles de Nick Drake y el Lou Reed más sensible de The Velvet Underground. Son discos marcados por un tono ligeramente sepulcral que a algunos nos llegaron al alma y que poco tienen que ver con los primeros esfuerzos del grupo. Fue como si el dúo de compositores decidiera eliminar todo lo que les sobraba de los Go-Betweens más pop y optaran por una enternecedora desnudez musical que se manifestaba en canciones que podían defenderse tranquilamente a voz y guitarra peladas. Aún hoy, cuando tengo una tarde tranquila por delante, soy capaz de escuchar los tres seguidos y seguir sintiendo que forman parte de una misma sesión. Las canciones, siempre bellísimas, tienen una capacidad de conmover muy difícil de encontrar en los tiempos que corren. Son discos para escuchar a solas y que difícilmente servirán para animar ninguna fiesta, pero sí para establecer un lenitivo diálogo con el oyente a condición de que éste no haga nada más mientras los escucha, pues requieren una atención exclusiva.

Estaba esperando el cuarto cuando me enteré de la muerte del señor McLennan e intuí que nunca llegaría. Sin su socio de toda la vida, Forster entró en una fase creativa interesante, pero a la que le falta algo para encaramarse a la genuina brillantez. Los pocos discos que ha publicado desde que la diñó su amigo del alma están bien, pero les falta lo que hizo de los tres últimos álbumes de la pareja las piezas sonoras que tanta compañía hicieron a los de mi cuerda. Como les decía, los primeros Go-Betweens nunca superaron la condición de grupo de culto, aunque llegaran a instalarse en Londres durante una época en busca del éxito popular. Los últimos Go-Betweens, no llegaron ni a eso. Muchos de los fans de los primeros tiempos los ignoraron o se mostraron decepcionados por lo que consideraban un molesto ataque de blandura por parte de Forster y McLennan.

Cada vez que Forster saca un disco, me lo compro y suele gustarme, aunque no sé si por la obra en sí o porque me recuerda esos tres álbumes que tan buena compañía me hicieron a principios de este siglo, antes de que un ataque al corazón acabara con Grant McLennan y enterrara definitivamente a los Go-Betweens.