Lo recuerdo como si fuera ayer: la aparición en 1979 del primer disco de los B-52´s puso patas arriba la redacción barcelonesa de la revista Star, buque insignia del underground de la época (junto a Disco Exprés y Ajoblanco). Del jefe al último mono, yo diría que a todos nos estalló la cabeza (en el buen sentido del término) con aquella chaladura pop surgida de las mentes enfermas de una pandilla de gamberros de Athens, Georgia, que habían decidido divertirse y divertirnos a todos con su particular acercamiento a una música que, en aquellos tiempos, no paraba de evolucionar ni de permitirse excentricidades. El grupo reconocía que todo había empezado un poco como una broma, como una forma de entretenerse, sin pensar en que esa broma iba a durar más de cuarenta años (la gira de despedida de los B-52´s está teniendo lugar durante este 2022) y les iba a llevar a todos a vivir una larga aventura.
El arranque sinuoso de Planet Claire te iba preparando para lo que te ibas a encontrar en ese primer disco, producido por Chris Blackwell, que era una serie de vibrantes rarezas que, escuchadas del tirón, equivalían a una inmersión en territorio desconocido, pero acogedor. Un extraño sentido del humor teñía todos los temas (tiene narices titular una canción como Rock lobster, o sea, Langosta rock), fáciles de adscribir a lo que podría definirse como pop majareta. De los cinco miembros del grupo, solo dos tocaban algún instrumento (el guitarrista Ricky Wilson y el batería Keith Strickland). Los otros tres (Cindy Wilson, hermana pequeña del guitarrista, Kate Pierson y Fred Schneider) se limitaban a cantar (o berrear), dar saltos o tocar la pandereta (aunque con el tiempo todos se acabaron familiarizando mínimamente con los teclados). Ahí no había ni un virtuoso de nada: la música sonaba frecuentemente a lata y los cantantes podían desafinar en el momento más inesperado. Pero (¡y ahí estaba la magia de la propuesta!) daba lo mismo porque las canciones se te habían metido en el cuerpo y en la mente y se habían apoderado de ti.
La música de los 80's
El único problema de los B-52´s fue que, prácticamente, lo habían dado todo en su disco de presentación, y a partir de ahí todo derivó hacia una gozosa repetición con la que te lo podías pasar bien, pero que ya no ejercía el efecto hipnótico del primer disco. Hay que reconocer que la muerte a causa del sida de Ricky Wilson (que era el principal compositor de la banda) en 1985 no contribuyó a la evolución del grupo, que, poco a poco, fue convirtiéndose en una parodia de sí mismo. Muy graciosa, sin duda, pero carente ya del efecto intoxicador de su opera prima.
Aunque disfruté de álbumes como Wild planet (1980), Whammy (1983) o Bouncing of the satellites (1986, el último grabado por Wilson), reconozco que poco a poco fui dejando atrás a los B-52´s, convertidos a perpetuidad en el grupo que pasmó en 1979 a toda la redacción de la revista Star (“¡Es la música de los 80!”, clamaba, eufórico e iluminado el jefe, Juanjo Fernández). De hecho, me sorprende que se hayan mantenido en activo hasta este mismo año gracias a una base de fans tal vez menguante, pero de una fidelidad a prueba de bomba. Aparentemente frívolos, los B-52´s se acercaron muy seriamente (o sea, con mucho sentido del humor) a una música que servía para bailar y daba qué pensar, una música vibrante, divertida y estimulante que tuvo en su primer disco, pese a todas sus chapuzas, su mejor plasmación. Descansen en paz los B-52´s, que bien sabe Dios que se lo han ganado.