Cuando quiero (necesito) escuchar una canción que me ponga al borde del llanto o que, directamente, me haga incurrir en él, suelo acabar recurriendo a un tema de Demis Roussos de 1977 producido por su primo Vangelis Papathanassiou, Because, que el artista grabó también en español con el título de Morir al lado de mi amor. Reconozco que es un placer culpable y que quedas fatal diciendo que te emocionas escuchando al señor Artemios Ventouris-Roussos (Alejandría, 1946 – Atenas, 2015), pero eso es lo que hay y ya no tengo edad para andarme con disimulos. Me consta que a mucha gente Because le parece una cursilería insufrible, pero a mí me pone los pelos de punta y me emociona sobremanera. Sé que resulta más respetable decir que lloras con Nick Drake (lo que también es el caso) o con según que canciones mexicanas, pero yo reconozco sin ambages que la voz de Demis siempre me ha llegado al corazón de una manera especial, aunque, frecuentemente, su repertorio (el hombre no componía) no estuviese a la altura de sus cuerdas vocales quebradizas y profundamente sentimentales.
Para la mayoría de la gente, Demis Roussos era un señor obeso que vestía túnicas ridículas, calzaba botas de plataforma y parecía el líder zampabollos de alguna secta de enajenados, pero el hombre tenía un pasado bastante glorioso como bajista y cantante del grupo Aphrodite's Child, la única aportación griega a la música pop del siglo XX digna de mención, un trío que compartía con Vangelis a los teclados y la composición y Lucas Sideras a la batería y que gozó de cierta consideración en Europa y, sobre todo, en el Reino Unido, donde su rock psicodélico de raíces bizantinas fue especialmente apreciado. Aphrodite's Child dejó tres elepés excelentes antes de disolverse a principios de los 70. No sé qué fue del señor Sideras, pero Vangelis se deshizo de su apellido impronunciable y triunfó como compositor de música para películas (Carros de fuego, Blade Runner) y Demis se convirtió en el baladista que todos conocemos y algunos apreciamos.
Sus primeros singles me siguen pareciendo francamente buenos. Canciones como We shall dance, When I´m a kid o Velvet mornings mezclaban folk y pop con unas innegables influencias de la música popular griega y triunfaron a lo grande. La voz que nos había llamado la atención en Aphrodite's Child tomaba el centro del escenario y mantenía intacta su capacidad para emocionar, conmover y hasta invitar a la danza. Poco a poco, eso sí, nuestro hombre se fue deslizando hacia un estilo algo cursi que, si bien resultaba comercial, no era el que más le convenía a su privilegiada y doliente voz.
Para acabarlo de arreglar, se puso hecho un ceporro y cayó, a principios de los 80, en una depresión atroz de la que tardó años en recuperarse. Para dar lo mejor de sí, Demis Roussos habría necesitado compositores más inspirados que los que le cayeron en suerte y que casi nadie (ni yo mismo) recuerda. Si Antony Hegarty, cantante de Antony & The Johnsons que actualmente atiende por Anohni, hubiese caído en manos de Barry Manilow, es muy probable que le hubiera ocurrido algo similar. Es posible que, sin la compañía de su primo Vangelis (o de algún otro compositor destacable), Demis se dejara llevar hasta acabar convirtiéndose en ese gordo de la túnica al que casi nadie se tomaba en serio más allá de sus primeros éxitos.
Nuestro hombre falleció de un triple cáncer: estómago, páncreas e hígado. No le faltaba mucho para cumplir los setenta. Musicalmente, puede que haya que considerarlo un intérprete que no atinó del todo a la hora de escoger su repertorio. Pero cuando acertaba, acertaba de pleno. Y siempre gracias a esa voz prodigiosa, doliente, sentimental, capaz de hacer llorar al más insensible de los oyentes. A quien siga considerándolo un gordinflón con túnica, le recomiendo que busque en YouTube alguna de las muchas versiones de Because (la española es especialmente buena) y se esfuerce en sentir algo por ese hombre que solo desea morir al lado de su amor. No le costará mucho. Y luego puede volver a su música favorita y seguir haciendo como que el pobre Demis nunca le interesó lo más mínimo: para presumir de placeres culpables, ya estoy yo.