Calificar de excéntrico al productor y compositor británico Joe Meek (Newent, Gloucestershire, 1929--Londres, 1967) sería quedarse muy corto. Robert George Meek, auto denominado Joe, sufría un trastorno bipolar y estaba aquejado de esquizofrenia, lo cual no le impidió convertirse en uno de los tipos más ingeniosos del pop inglés de los años 60, pero tampoco le ayudó a gestionar de la manera más conveniente ni su vida ni su carrera, que terminaron de manera abrupta el 3 de febrero de 1967, cuando se suicidó con una escopeta recortada (que le había confiscado a su amante, el cantante Heinz, a quien le había compuesto en 1963 su único éxito, un homenaje a Eddie Cochran titulado Just like Eddie) tras volarle la cabeza a su casera en el número 304 de Holloway Road, Violet Shenton, con la que siempre había estado a la greña a causa de sus rarezas y de los ruidos infernales (para la buena señora) que surgían constantemente de su estudio doméstico.
Cinco años antes, Meek lo había petado a nivel mundial con el tema instrumental de los Tornados Telstar, que lo habría salvado de la ruina financiera que lo acosaba constantemente de no ser por las acusaciones de plagio que vertió sobre él un compositor francés, Jean Ledrut, quien consiguió judicializar la cuestión y congelar los royalties que tan bien le habrían venido al bueno de Joe, condenado a comerse los mocos hasta el día en que se le fue la olla del todo y se quitó de en medio llevándose por delante a su casera. Tres semanas después de tan luctuosos acontecimientos, la justicia falló a su favor y le cayó una millonada que ya no le servía para nada en el otro mundo.
Fabricante de hits
Joe Meek ha pasado a la historia por ser un chiflado espectacular al que se le aparecía el difunto Buddy Holly (con el que tenía una obsesión) y aseguraba que sus melodías le llegaban de noche, mientras dormía, probablemente susurradas por los extraterrestres. Pero la locura no basta para resumir su peculiar carrera, en la que dio muestras de un gran talento para la composición y la producción, pese a no saber tocar ningún instrumento y ser incapaz de leer una partitura: a él se le ocurrían las cosas, las canturreaba y algún propio tenía que localizarlas en el pentagrama (no es tan grave: David Bowie hizo lo mismo con su guitarrista Mick Ronson durante un tiempo). Y se le ocurrían cosas fascinantes, especialmente las que necesitaban recurrir a una electrónica que en aquellos tiempos estaba en mantillas y que solía otorgar a sus temas un aire entre espacial y futurista que los hacía, en su incuestionable rareza, irresistibles (dejó mucho material inédito a su muerte, que luego fue saliendo a medida que crecía su leyenda, como el álbum de 1960 I hear a new world). Puede que Joe Meek estuviera loco, pero como fabricante de hits era de lo que no hay.
Atormentado por su homosexualidad en una época en la que ésta era ilegal en Gran Bretaña (tenía auténtico pavor a que su madre descubriese su auténtica naturaleza), sufrió lo indecible cuando la policía lo detuvo en unos urinarios, y se le metió en la cabeza que le querían cargar un muerto gay que había aparecido descuartizado en una maleta. Su consumo desmesurado de anfetaminas no casaba muy bien con sus problemas mentales, que, unidos a los de dinero (tener talento no le impidió vivir una existencia asaz cutre), le acabaron buscando la ruina. En el ínterin, logró hazañas tales como decirle a Brian Epstein que se librara de los Beatles, pues nunca llegarían a nada, de aconsejar a un grupo prometedor que se hundirían con el cantante que tenían (Rod Stewart) o de acusar a Phil Spector de robarle sus ideas desde el otro lado del Atlántico (también creía que su casera lo espiaba a través de la chimenea o que la compañía Decca había puesto micrófonos tras el papel pintado de su estudio para soplarle las ideas).
La obra de Joe Meek oscila entre lo melódico y lo puramente pop, con una gran querencia por la electrónica, que podía aplicar a sus temas con discreción o a lo bestia. Escuchadas hoy día, la mayoría de sus composiciones siguen sonando tan frescas (y tan majaretas) como en su momento. La suya es la obra de un genio y también la de un perturbado mental, condenados ambos a convivir en el mismo cuerpo y la misma y atormentada mente. Es fácil tomarse en broma al personaje, dada su peculiar manera de ser, pero la mayor parte de lo que compuso y produjo, aunque frecuentemente ignorado en su momento, abrió puertas nuevas a la música pop que, en bastantes ocasiones, él mismo se cerró en las narices. Siempre he pensado que, si llega a vivir cinco años más, podría haber sido el productor ideal para el primer álbum de Roxy Music.