Sepultado entre la inmensa oferta de Netflix yace un documental sobre la fotógrafa norteamericana Elsa Dorfman que vale mucho la pena, especialmente porque sitúa en la historia a un personaje que ha pasado bastante desapercibido, pese a una personal manera de mirar que la convirtió en una de las retratistas más interesantes del siglo XX. El director es Erroll Morris (1948), clásico en vida del documentalismo norteamericano que ganó un Oscar en 2003 por su retrato de Robert McNamara, ministro de defensa de los gobiernos de Kennedy y Johnson durante la guerra de Vietnam, The fog of war (La niebla de la guerra). Previamente, en 1988, Morris se reveló como un alumno aventajado del Truman Capote de A sangre fría con su documental The thin blue line (La delgada línea azul), sobre el asesinato de un policía cuyo responsable nunca quedó claro si era el que se pudría en una penitenciaría o el testigo de los hechos.
The B side. Elsa Dorfman´s portrait photography (La cara B. Los retratos fotográficos de Elsa Dorfman) tiene algunos años encima, concretamente cuatro, y Netflix lo ha colgado en 2020, año del fallecimiento de la artista a los 83 años en su población natal, Cambridge, Massachusetts, donde vivió toda su vida, salvo una breve etapa en Manhattan, un lugar que siempre se le antojó demasiado tenso y vibrante para una buena chica judía, que es como se define a sí misma, no sin cierta retranca, en un par de momentos del documental. Elsa Dorfman nunca se hizo famosa por culpa de una absoluta falta de ego y de pretensiones. Afirmaba no tener interés alguno en captar el mundo interior de sus modelos y que con las apariencias iba que chutaba, algo que contradicen sus propios retratos de personajes célebres o anónimos, que fracasan a la hora de quedarse en la superficie del inmortalizado. Elsa Dorfman miraba a todo el mundo con el mismo candor y solo quería hombres y mujeres felices como modelos: según ella, la gente atormentada no la inspiraba. Pero algo intangible en su forma de mirar lograba dotar de una extraña gravedad a quienes en manos de otros fotógrafos podrían haber pasado por simples badulaques.
La 'hermana' de Allen Ginsberg
La carrera de esta buena chica judía terminó cuando dejó de fabricarse el material al que había recurrido durante la mayor parte de su carrera, el papel de revelado instantáneo de Polaroid. Su especialidad fueron los retratos de 20 por 24 pulgadas (cerca de 40 por 50 centímetros) que obtenía con una de las cinco cámaras que Polaroid alquilaba a los profesionales que optaban por esa técnica. Elsa disparaba dos veces, el cliente se llevaba uno de los retratos y ella se quedaba el otro, al que se refería como la cara B (de ahí el título de la película). Nunca fueron para ella las exposiciones en galerías de postín ni las retrospectivas en el ICP de Nueva York, y no fueron pocos los que la consideraron durante toda su vida una fotógrafa de bodas, bautizos y cónclaves burgueses. Cultivó la amistad de algunas celebrities (Anaïs Nin o Bob Dylan posaron para ella) y fue como una hermana para el poeta Allen Ginsberg, pero nunca alteró para ellas su forma de mirar, que era la misma para la voz de una generación que para una familia judía de Brooklyn que pudiera pagar sus honorarios.
A lo largo de una hora y pico, Morris nos la muestra como una persona sencilla y optimista, felizmente inconsciente de su lugar en el canon de la fotografía contemporánea y, cual personaje de Marsé, encerrada con un solo juguete, esa enorme cámara Polaroid que dejó de fabricarse y la envió a una muy bien ganada jubilación.