El encuentro de tres impulsos: la poesía de Wilhelm Müller, la música de Schubert y la obra del pintor Antonio López; los tres sobre el espacio escénico ideado por Bárbara Lluch en la antigua Cárcel Modelo. Es la última propuesta del Liceu, que retrocede al momento del ochocientos en el que la vida real es en sí misma la doctrina. La realidad y lo deseable se han unido después del huracán francés de la Bastilla. El orden primordial y sus leyes esenciales son sustituidos por la historia; la teodicea se despeña delante de los hechos, porque “lo existente es ya teoría”, en palabras de Goethe en su Wilhelm Meister.
El espíritu del siglo XIX avanza, cuando Franz Schubert recopila el arte popular para convertirlo en música y canción en el Winterreise o Viaje de invierno con letra de Wilhelm Müller (libro publicado por Acantilado), una aventura al corazón del romanticismo, una sanación del espíritu, por el que desfilan autores como Goethe, Mary Shelley o Bronté, hasta Samuel Beckett o Slavoj Žižek . Hablamos de la nota pero también del color como representación del mundo, rasgo distintivo de la coloración germánica, las polaridades que van desde el primer romanticismo hasta las vanguardias. Cuando Schubert compone, la pintura se adelanta al encuentro del Jinete Azul, el primer expresionismo por llegar, de Kandinsky y Gustav Klimt; y en el mismo camino, la poesía y la música encuentran una alianza bajo el imperio de la pasión por lo bello. Ahora, el pintor y escultor Antonio López le da una vuelta más al encuentro de las artes como sanación de un pasado negro; entra en La Modelo reconvertida con el mismo ánimo que lo hizo en el Real o Alcalá Meco, donde dio charlas a los reclusos actuales sobre el arte como resiliencia.
El Gran Teatro del Liceu propone una cantata a piano y voz representada en la antigua prisión (23, 24 y 25 de este mes de marzo), un penal que fue altar siniestro de violencia, muerte y dolor. Allí, donde cayó el militante anarquista, Puig Antich, víctima del garrote vil, en marzo de 1974, y donde pasaron algunos meses los 113 integrantes de la Asamblea de Cataluña en plena ruptura del consenso franquista. Winterreise es un poemario de inquietante belleza, invitación a la melancolía profunda en el viaje desesperado de un artista que se siente traicionado. La letra se funde con la música-poética de Schubert, al encuentro del pintor Antonio López cuyo trazo escénico propone como solución un viaje hiperrealista hacia el abismo interior. Cuando Müller y Schubert se concentraron por separado en sus respectivos oficios, el amarillo de Goethe empezaba a ser historia. Pese a su transmisión humildemente triste, Winterreise en el fondo es fulgurante; nos anuncia el mundo nuevo volcado hacia el alma en el que, más adelante, participarán, el psicoanálisis y el arte contemporáneo.
Deslocalización del piano
En 1827, Schubert reunió en su casa a sus amigos para presentarles la musicalización de los Lieder de Müller. Aquella primera reunión desembocó al cabo de los años en las conocidas Schubertíadas, celebradas en verano en los Alpes durante casi un siglo y hoy en varios puntos de España y del resto de Europa. En estos encuentros los asistentes tienen ante sí la trilogía del compositor vienés: naturaleza, tristeza y tesón.
Para comprender a Schubert en toda su profundidad es necesario analizar sus silencios, “esa clase de silencio que solo puede aportar una Pasión de Bach”, escribe Luis Gago, el traductor de Viaje de invierno. Gago es profesor de violín y música de cámara por el Conservatorio Superior de Música de Madrid; autor del libro Bach y de la versión española del Nuevo Diccionario Harvard de Michael Randel, y codirector, junto con Tabea Zimmermann, del Festival de Música de Cámara de la Beethoven-Haus de Bonn.
Lo más significativo de este concierto celebrado en la antigua prisión es comprobar como su música muestra la deslocalización del piano en tanto que órgano rector. Es la voz humana la que proporciona el cénit del conjunto de los Lieder, o poesías cultas en alemán, algo que en el ochocientos fue destacado por los mayores expertos, como nos hace saber Ian Bostridge, autor del mencionado Viaje de Invierno, del que ahora disponemos de una más completa versión del mismo sello, Acantilado. Bostridge es también compositor y ha puesto idéntico ardor en las partituras de Schubert que en los poemas de Müller.
Viena, capital de Europa
La posteridad se ha encargado de inmortalizar estos Lieder, la expresión poético-musical más genuina del Romanticismo, pero también de relegar injustamente a un segundo plano la vida, obra y talento de su primigenio autor musical. Ahora, Schubert se redime una vez más del olvido, de la mano de un carismático viajero imaginario que decide abandonar la calidez cotidiana y nos introduce en una peregrinación a través del invierno. La composición de Schubert sobre estas letras es la música después del Sturm und drang --el movimiento liderado por Goethe y Herder-- dominio de la emoción sobre la razón y énfasis irracional, que influyó en Mozart y Joseph Haydn. Cuando se supera en Alemania la tormenta antifrancesa del final del setecientos, vuelve la dulzura de los espíritus altos, forjados en condiciones difíciles: Mendelssohn, Robert Schumann, Franz Liszt, Johannes Brahms y el propio Franz Schubert.
La noción de Schubert como el genio despreciado, incomprendido, se aleja de la realidad. No era ni desconocido, ni despreciado, ni fue mal remunerado durante su trayectoria. Lo que terminó con su vida en 1828 no fue la desilusión, sino la sífilis, que había contraído ya en 1822 que se vio aún más socavada por el exceso de trabajo, los malos hábitos alimenticios o el consumo excesivo de alcohol. Pero nunca dejó de ser un exponente cultural de la Biedermeier, el gusto especialmente ornamental, que se desarrolló en el Imperio austríaco y en el resto de la Europa central entre el Congreso de Viena 1814-15 y la Restauración de 1848. Mientras Austria reformulaba la cartografía fronteriza del continente, tras la derrota de Napoleón en Waterloo, el imperio austro-húngaro entró en una ebullición cultural paradójicamente propulsada por una descomposición, que se encargó de aplazar Francisco José. En los años de la Cuádruple Alianza --Reino Unido, Rusia, Austria y Prusia-- Viena ocupó la capitalidad de Europa, antes de ceder el testigo a Weimar, en la Turingia alemana. Los dos paréntesis de Austria y Alemania catapultaban entonces la mejor música a todo el mundo.
La voz humana alcanza el corazón
Durante los primeros meses de 1827, Schubert tenía 30 años, y le quedaban menos de dos años de vida. Fue entonces cuando comenzó a componer Winterreise, 24 canciones de Müller que le habían proporcionado los textos en un anterior ciclo de canciones, Die schöne Müllerin (La bella molinera). Schubert encontró los primeros 12 poemas de Winterreise en Urania, una antología de nueva poesía en lengua alemana. El ciclo trata de un hombre solitario e infeliz, no tanto luchando como sometiéndose al destino; en dos de sus canciones más significativas, Frühlingstraum y Die Post, los autores, el poeta y el músico, permiten que se filtre un poco de luz pálida, pero se extingue rápidamente, como una esperanza ilusoria.
El conjunto Winterreise ocupa un puesto relevante en la experiencia interior de los mejores; merece un trato similar a Shakespeare o al Dante de La Comedia, a los cuadros de Picasso o a la narrativa de Marcel Proust. La obra dispuesta ahora por el Liceu, pero fuera del teatro, fue una exaltación en la Viena de 1820, y como prueba de su universalidad puede decirse que, a día de hoy, resulta igual de elocuente en Tokio, Londres o Nueva York. La fuerza de los Lieder musicalizados supera los estadios del corazón en busca de una espiritualidad mas adentrada. Para escarbar mar adentro, Gago, en la introducción española del Viaje propone una comparación entre El rey de los elfos de Schubert y el Dónde han ido todas las flores de Marlen Dietrich, la canción más sentimental que ha conocido la juventud alemana en el siglo del cine. Gago acaba obviando con elegancia que no hay comparación posible. El músico y traductor cuenta que descubrió a Schubert al escuchar por primera vez en vivo a Fischer-Dieskau, el príncipe de los barítonos en centro Europa, capaz de transportar hacia la melodía, el temblor o la encarnación del mal. No existe la sensibilidad sin una porción bastante necesaria de alma.
La necesaria unidad entre piano y voz supera la complementariedad simétrica, cuando se trata de alcanzar la unión. Schubert lo expresa así en una carta enviada a su hermano, mientras estaba en Salzburgo: “El modo en que Vogl canta y yo le acompaño al piano, cuando en un momento determinado parecemos ser uno solo; eso es lo que resulta para todos completamente inaudito”. Vive la música inscrito en la estética de Beethoven, pero se revela contra el método del gran maestro. No explora la energía de las sinfonías, “explora el espacio ampliándolo hasta obtener una obra breve en la que cada movimiento es más expresivo y amplio que el precedente”, en palabras de Charles Rosen (Las fronteras del significado; Acantilado). Es una forma de concretar el efecto que produce en el oyente una canción corta. La brevedad gana la partida. La canción es un experimento único; la voz humana alcanza el corazón antes de que aparezca el mismo teclado.