Hace más de treinta años (concretamente, en 1988), un disco titulado Shadowland y grabado por una tal K.D. Lang, que no me sonaba de nada, me tuvo abducido durante varias semanas. En teoría, era un álbum de música country producido por el provecto Owen Bradley (en cuyos rupestres estudios había grabado tiempo ha el gran Buddy Holly, que en paz descanse) y compuesto exclusivamente por versiones de clásicos del género. En la práctica resultó ser, por lo menos para mí, una fiesta para los sentidos sobrevolada por el espíritu de la difunta Patsy Cline. Respetuoso con las raíces y, al mismo tiempo, dotado de un tono indudablemente original, Shadowland parecía el disco de alguien que aspiraba a cantar en el Grand Ole Opry y a insertarse en una tradición absolutamente norteamericana, aunque la señora Lang fuese canadiense (Edmonton, 1961). Pero, al mismo tiempo, trascendía las fronteras del género y apuntaba hacia otros terrenos, como el pop y la torch song, en la línea seguida muchos años antes por la ya citada Patsy Cline, quien resultó ser la principal inspiración de nuestra Kathryn Dawn Lang: antes de Shadowland, la cantante estuvo al frente de un grupo llamado The Reclines, del que solo se distribuyó medianamente bien el elepé titulado Angel with a lariat.
K.D. Lang tardaría algunos años en llegar a un público más amplio. Lo lograría con su siguiente álbum, Ingenue, de 1992, año en el que aprovechó para salir oficialmente del armario y declararse lesbiana, algo más bien innecesario para cualquier observador mínimamente perspicaz, pero que no era lo mejor a la hora de ser aceptada en el mundo del country (aunque nunca se sintió despreciada en él, Ingenue le sirvió para ampliar su público, gracias especialmente a uno de sus escasos éxitos comerciales, Constant craving, algunos de cuyos compases acabaron formando parte de la canción de los Rolling Stones Anybody seen my baby, con el subsiguiente juicio por plagio. Los Stones lo negaron todo hasta que Jagger reconoció que una de sus hijas le había estado dando la turra durante meses escuchando Constant craving y que él había acabado sirviéndose de la canción sin darse cuenta. Disculpas aceptadas e inclusión de la señora Lang en los créditos de Anybody seen my baby junto a los Glimmer Twins).
Ingenue era un gran disco que seguía los mismos pasos dados por Patsy Cline años atrás: partiendo del country, se iba más allá flirteando con el pop y haciendo especial hincapié en la torch song, ese género a base de desdichas amorosas hechas canción que tanto se ha practicado en la música popular anglosajona y del que no se ha escapado una larga lista de artistas que va de Nina Simone a Amy Winehouse pasando por Dusty Springfield. Un año después de Ingenue vino un disco estupendo que pasó injustamente desapercibido y que contenía las canciones que Lang (con su socio habitual, Ben Mink) compuso para la (mediocre) película de Gus Van Sant Even cowgirls get the blues: el largometraje era prescindible, pero la música no.
A partir de ahí, K.D. Lang siguió grabando discos, unos mejores que otros, pero nunca volvió a disfrutar de la inspiración que distingue a los tres álbumes recién citados. Concentrada en su agenda gay (recordemos la célebre portada de Vanity Fair en la que se veía a Lang vestida de hombre, sentada en un sillón de barbero y siendo supuestamente afeitada por Cindy Crawford), su promoción de la dieta vegetariana (que puso en su contra a toda la industria cárnica del Canadá, con ciertas consecuencias funestas para las actuaciones en vivo y la venta de discos) y su apostolado en pro del budismo tibetano (que ella misma practica), K.D. Lang pareció ir perdiendo paulatinamente el interés por la música, hasta el punto de declararse semijubilada en 2019 (tres años antes nos obsequió un disco excelente grabado junto a Neko Case y Laura Veirs).
Ha sido la suya una carrera rara y un pelín errática que se justifica plenamente con esos tres álbumes que son Shadowland, Ingenue y Even cowgirls get the blues. Mientras siguió los pasos de su ídolo, Patsy Cline, todo fue impecable, pero a veces pienso que al interrumpirse la evolución de ésta (muerta en un accidente de aviación en 1963), la señora Lang se quedó sin saber muy bien por dónde tirar (teoría personal sin ninguna base científica, que conste). En cualquier caso, para mí ya ha cumplido. Puedo volver a esos tres discos cuando me apetezca y con eso me doy por satisfecho. Podría incluso añadir un cuarto, el de duetos que grabó con Tony Bennett y que era sensacional: nada que ver con las deplorables versiones que se marcó Lady Gaga tiempo después y cuya puesta en práctica solo puedo achacar a la edad avanzada del señor Bennett, que no supo ver lo que se le venía encima.