Su esposa, Judith Coghlan, la última de siete matrimonios y algunos escarceos poligámicos, anunció el pasado viernes el fallecimiento de Jerry Lee Lewis, un genio indomable que ha pasado sus últimos años pegado a una piscina en forma de piano de cola, en su casa del condado de Desoto (Mississippi), donde residía y ha fallecido. Tras la muerte del músico, la viuda se dirigió a legiones de admiradores nostálgicos con la esperanza de que no le mandaran flores para posar ante su tumba, a cambio de que depositaran donaciones en instituciones benéficas. Jerry Lee ha desaparecido con 87 años cumplidos, después de décadas desafiando el destino de los que funden su juventud en los excesos. Un derrame cerebral le había obligado a cancelar conciertos y apariciones públicas y desde el 2019 arrastraba importantes problemas de salud. “Ha abusado tanto de su cuerpo que tenía pocas posibilidades de llegar a la madurez, y mucho menos a la vejez”, señala Zack Farnum su representante. Pero el Killer --así le llamaban en sus mejores años-- aguantó hasta la tarde triste del pasado día 28, cuando se apagó sin sobresaltos, como una de aquellas estrofas alargadas que él trasladaba desde el vértigo del rock and roll hasta el compás de la balada.
Jerry Lee pertenece al selecto grupo que inventó el rock y transformó el woogie. En el medio siglo, cuando languidecían las bandas de swing que habían hecho furor durante el New Deal del presidente Roosevelt, estalló la música contemporánea. El tirón de los negocios favorecido por la expansión monetaria de la Reserva Federal “lanzaba dólares desde el cielo”, en palabras de Milton Friedman, el padre de la Escuela de Chicago. Los negocios selectivos alcanzaron entonces a las casas discográficas. Y en Menphis (Tennesse) ocurrió el milagro, el 4 de diciembre de 1956: por distintos motivos, Elvis Presley, Carl Perkins, Jerry Lee Lewis y Johnny Cash coincidieron casualmente en un estudio de grabación de la discográfica Sun Records, comandada por Sam Phillips. El Rey, famoso ya en medio mundo, entró casualmente en un estudio de grabación a saludar al grupo de Perkins; ellos dos empezaron a tocar acordes y a dirigirse frases entrecortadas. Phillips hizo comparecer a Jerry Lee, como pianista, por lo que pudiera pasar y para dotar de densidad y armonía a los guitarristas enloquecidos; y al rato, entró en escena Johnny Cash, el hombre de negro que aportó sin pensarlo el matiz del toque country.
Una revolución cultural
Con Elvis al mando, empezó una jam sesión que cambiaría el curso de la historia de la música. No había nada ensayado; nada estaba predispuesto; simplemente, como por ensalmo, se produjo el encaje del The Million Dollar Quartet, pionero del rock and roll. A partir de aquel momento, se consolidó la ruptura de una generación entera con el mundo pacato de las salas de baile o con las celebradas bandas sonoras de la Warner. El cambio de partitura actuó como una espoleta que puso en primer plano la desacralización de las formas convencionales. En medio del mundo ruralizado y empobrecido del Sur, en el Menphis puritano hasta las cejas, los nuevos músicos atraparon a miles de jóvenes atraídos por la fusión de la música negra y el sonido acústico. El rock iba más allá del jazz y laminaba el gospel afroamericano de los hermanos pentecostales y evangelistas. A partir de aquel momento, los excesos etílicos y el uso de los psicotrópicos ayudaron lo suyo, pero acabaron siendo la causa de ascensos meteóricos y descalabros espectaculares.
El material inventado aquel diciembre en Sun Records reunió años más tarde medio centenar de temas esparcidos por el mundo, considerados por aficionados y críticos como las grabaciones de la jam de las jams. El conjunto contiene charlas, canciones, fragmentos, intentos o versiones incompletas de enorme calidad, gracias a la espontaneidad de los autores. Simboliza todavía hoy el comienzo de lo que fue una revolución cultural en marcha.
Allí jugó fuerte Jerry Lee Lewis, el último en desaparecer de los cuatro del Million Dollar, el músico blanco que “cantaba como los negros”, el instrumentista que anticipó la procacidad teatral del músico sobre el escenario, el que empezaba y terminaba sus conciertos en vivo acompañado de vítores y exhalaciones, esquivando el dulce contorneo melódico de la pelvis para mostrar una mendacidad hasta entonces desconocida. “Lewis era un vándalo cuya alma se debatía entre el Espíritu Santo y las tentaciones del demonio, este último en forma de piano boogie-woogie”, escribió Greil Marcus en el prólogo de Fuego eterno, la biografía que Nick Tosches dedicó al pianista, tal como recuerda la reseña de ABC.
Al conocerse su afición a las armas, el revolver encontrado en la guantera de su coche después de darse contra el muro del jardín de Graceland, la mansión de Elvis Presley, y el disparo efectuado contra el guitarra bajo de su grupo, nadie salió jamás en su defensa. Dos de sus esposas murieron en circunstancias extrañas; un por soredosis y la otra ahogada en la piscina. Él mismo reconocía y en parte alardeaba de su propensión a la violencia. El periodo de su vida mas complicado, marcado por su prepotencia y la marginación a la que fue sometido por los medios, quedó reflejado en la película Gran bola de fuego, protagonizada por Dennis Quaid y Winona Ryder.
Pero más allá de sus excentricidades y de talante cruel, Lewis supo posicionar su influencia en la nueva música: sus matices sobre el teclado y su voz educada en el blues acabaron por definir los contornos del rock. Había nacido en una familia humilde y empezó a tocar a los nueve años con un piano que su padre, albañil, le compró tras hipotecar su casa.
Rebeldía hasta la violencia
Lewis tenía mejor voz de la que exhibió; se sabía un mago con las yemas de los dedos, era capaz de tocar el piano con los pies y su obsesión por la nota que somete al saxo, al bajo y al guitara solista, no le dejó espacio para alcanzar otras metas. Al subir a un escenario, se perdía en las formas pensando en encandilar a su público más fervoroso. Llenó el género de rebeldía, lascivia y hasta de violencia. En su presentación del tema Whole Lotta Shakin Goin On le lanzaron sillas y cubos de agua simbolizando el deseo de sofocar el infierno que él creaba en el escenario. Se dice que fue aquel día, cuando este último superviviente de la generación de Elvis, Chuck Berry o Little Richard, decidió quemar el piano a final de sus actuaciones. Otra versión más compartida emparenta la decisión demoníaca de Lee con su presencia como telonero en un recital que cerró Chuck Berry como gran estrella y cabeza de cartel. Lee aspiraba a la gloria que se llevó su compañero; salió a escena en penúltimo lugar por indicación del sello organizador y, en venganza, antes de dejar el escenario, Lewis roció el piano de gasolina y le prendió fuego, mientras interpretaba su flamígera pieza Great Balls of Fire.
A lo largo de sus vidas, Jerry Lee y Berry compitieron y compartieron. Berry murió en 2017, a los 90 años. El guitarrista, considerado como uno de los mejores de todos los tiempos, se mantuvo profesionalmente activo durante 70 años; Chuck Berry fue el autor de éxitos como Johnny B. Goode, Roll over Beethoven o Rock and Roll Music, además de poner música a You Never Can Tell en la mítica escena de Pulp Fiction. Recibió un Grammy en reconocimiento a su trayectoria y fue uno de los primeros músicos incluidos, junto a Lee Lewis en el Salón de la Fama del Rock and Roll de Ohio, donde figuran Ray Charles, Sam Cooke, James Browne, Buddy Holly, los Everly Brothers y naturalmente el mismo Elvis.