En una fecha no determinada del año 2016, adquirí el disco de M. Ward More rain. Que me aspen si recuerdo por qué. Por la portada no creo, pues no era especialmente espectacular. Puede que hubiese leído en algún sitio un artículo en el que hablaban bien de él. Como ya me ha pasado en otras ocasiones, el disco se tiró encima de una mesa unos cuantos meses sin que encontrara el momento adecuado o las ganas precisas para escucharlo. Cuando por fin lo hice, lamenté el tiempo perdido, ya que More rain era, probablemente, lo más bonito que había oído últimamente. La voz del norteamericano Matthew Stephen Ward (Newbury Park, California, 1973, aunque trasladado en la infancia a Portland, Oregón) me llegó al alma, igual que sus (¿anticuadas?) canciones, cuyo tono atemporal hacía que hubiesen podido ser grabadas en una fecha imprecisa: tanto podía tratarse de un disco recién compuesto y editado como de una antigualla ignorada de finales de los 60 o principios de los 70.
Su manera de tocar la guitarra era también muy peculiar, como inspirada en la técnica de algún viejo bluesman (luego descubrí que dicha técnica atendía por fingerpicking). Las canciones bebían del folk, del country, del blues y del pop, consiguiendo sonar nuevas y viejas al mismo tiempo. Y, sobre todo, eran de una belleza absoluta, con la cantidad justa de melancolía, sin llegar a las cotas de tristeza suicida del gran Nick Drake. Tras meses pasando de More rain como de la peste, me pasé varias semanas escuchándolo de manera obsesiva. Y teniendo, como tengo, un carácter compulsivo, me lancé a comprar todo lo que el señor Ward había grabado previamente (o casi todo: los dos primeros discos no los encontré en ninguna parte). Así fueron cayendo Transfiguration of Vincent (2003), Transistor Radio (2005), Post war (2006), Hold time (2009) y A wasteland companion (2012).
Ya puestos, me hice con algunos de los álbumes que había grabado nuestro hombre con Zooey Deschanel bajo el alias de She & Him (no estaban mal, pero tampoco mataban: pese a lo bien que parecían encontrarse juntos, Ward y Deschanel no producían un material tan peculiar y emotivo como el del señor Ward a solas). Y con el único disco (hasta ahora) del grupo Monsters of Folk, en el que Ward se unía a tipos tan interesantes como Jim James, de This Morning Jacket, o Conor Oberst, líder de Bright Eyes: todo lo que puedo decir de ese álbum es que es una pena que no haya habido una continuación, ya que aquí, a diferencia de She & Him, la colaboración funcionaba a las mil maravillas. Y así fue cómo me tiré varios meses escuchando casi exclusivamente a M. Ward, un tipo tan trabajador que incluso ha tenido tiempo para colaborar con Brian Wilson, Giant Sand, Cat Power, Neko Case o Beth Orton.
A continuación, me puse a esperar sus siguientes discos, que, lamentablemente, no me parecieron a la altura de todo el material que me había tragado previamente: What a wonderful industry (2018) o Migration stories (2020) son obras correctas a las que les falta, junto a la inevitable sorpresa inicial del bendito descubrimiento de un artista, lo que separa un disco agradable de un disco importante (aunque solo lo sea para uno mismo).
No pierdo la esperanza de recuperar al M. Ward que me cautivó hace seis años con More rain y toda su obra anterior, pero si no lo consigo, tampoco me parecerá excesivamente grave: este hombre acarrea un montón de álbumes magníficos que me han aportado compañía, belleza, una leve melancolía y saludable alimento para el alma. No se le puede pedir más a ningún músico.