Uno de los mejores conceptos en toda la historia de la música pop se lo debo al británico Wreckless Eric y el único hit que ha tenido a lo largo de su carrera, que continúa a día de hoy, aunque no sean muchos los que se den por aludidos. La canción se titulaba Whole Wide world, fue grabada en 1977 y contenía esta perla de sabiduría (en traducción aproximada): “Cuando yo era un chaval/ Mi madre me dijo/ En este mundo solo hay una chica para ti/ Y lo más probable es que viva en Tahití”. Ante tan ominosa advertencia, el bueno de Eric respondía, a gritos, en el estribillo: “Recorreré el mundo entero/ Recorreré el mundo entero/ Solo para encontrarla”. El tema era buenísimo, fue un exitazo y hasta acabó siendo versionado por gente tan variopinta como los Monkees (en 1987) o los Proclaimers (en 2007). Asimismo, Whole wide world ha sonado en varias películas y series de televisión. Cualquiera diría que Wreckless Eric empezó a lo grande y solo podía ir a mejor, pero no fue así, sino más bien al contrario.
Aunque se hacía llamar Eric el Indestructible, nuestro héroe empezó a recibir sopapos de la industria discográfica poco después de su primer y único éxito, aunque hay que reconocer que la cosa nunca le ha afectado mucho, pues él ha seguido a lo suyo (fuera lo que fuese) contra viento y marea, hasta acabar convertido en eso que los ingleses definen como un national treasure. Nacido como Eric Goulden en 1954 (Newhaven, condado de Sussex), tuvo una epifanía juvenil al ver actuar a Kilburn & The High Roads (gloria del pub rock cuyo cantante, por cierto, era el difunto Ian Dury, con el que nuestro hombre mantuvo una entrañable amistad) y decidió que eso era lo suyo. Fue así como alumbró su peculiar mezcla de pop, rock, folk acelerado y vaudeville (música festiva y seudo cabaretera británica: nada que ver con lo que en España se entiende por vodevil), que aquí conocimos con su segundo álbum, el espléndido The wonderful world of Wreckless Eric (1978), incluido en aquel amasijo de interesantes propuestas que nos facilitó el sello Stiff Records (cuyo lema era: Si no es de Stiff, no vale para nada) y entre las que destacaban las de Ian Dury, Jona Lewie, Lene Lovich o Nick Lowe (productor, por cierto, de Whole wide world). El disco del señor Goulden lo identificaba claramente como uno de esos gloriosos excéntricos que Gran Bretaña produce en cantidades envidiables y parecía tenerlo todo para triunfar: era divertido, fresco, raro y muy personal. Pero no acabó de funcionar y en España nos fascinó a cuatro gatos.
Acostumbrado a hacérselo todo él mismo, Eric no tardó mucho en rebotarse con el jefe de Stiff, Jake Riviera (¡qué gran nombre, aunque apeste a seudónimo!), que lo quería mangonear, imponerle músicos de acompañamiento, sugerirle compositores para perfeccionar sus temas y otras argucias que acabaron motivando la fuga de nuestro héroe de la compañía que lo había acogido. Podríamos decir que a finales de los 70 su carrera ya se había ido a la mierda, pero él perseveró, grabó varios discos más a su nombre y formó diferentes grupos con los que no llegó muy lejos: The Captains of Industry, The Len Bright Combo o The Hitsville House Band. En solitario y con su nombre auténtico, Eric Goulden, grabó en 1997 el notable álbum Karaoke.
Entre 1989 y 1998, nuestro héroe se instaló en la campiña francesa con su mujer, la cantautora Amy Rigby, con la que se trasladó a Nueva York en 2011 para ver si allí les iban las cosas mejor (lo que no sucedió). Aunque le perdí la pista hace unos años, creo que vuelve a rondar por su Inglaterra natal, que es, por otra parte, el único país del mundo en el que puede aspirar a la categoría de tesoro nacional. Su último disco data de 2019. De vez en cuando, desempolvo The wonderful world of Wreckless Eric y recuerdo lo bien que me lo hizo pasar a finales de los 70 (Whole wide world está en la banda sonora de una película cuyo título he olvidado y nunca consigo encontrar el vinilo, así que, cuando necesito escucharla, la busco en YouTube). Sigo creyendo que el señor Goulden merecía mejor suerte. Los pocos fans que reclutó en España le seguimos queriendo mucho y le deseamos una larga vida, aunque siga consistiendo en la habitual serie de fracasos bienintencionados e incomprendidos. En 1978 lo confundimos con una estrella. Y yo quiero creer que tal vez no íbamos excesivamente errados.