¿No es digno de alguna meditación, no hay algo que chirría cuando piensas en el caso trágico de Bertrand Cantat, roquero que tiene a sus espaldas la muerte de su novia, la actriz Marie Trintignant, a la que mató a golpes, en un rapto de furia, obnubilado por el alcohol y las drogas, una noche de 2003 en Vilnius, Lituania, adonde la había acompañado como consorte mientras ella participaba en el rodaje de una película? Durante el juicio, su esposa, Kristina Rady, testificó en su favor y contribuyó con sus declaraciones a que la pena que impusieron al roquero homicida fuese relativamente leve; a la salida de la cárcel Cantat volvió a vivir con ella, pero siete años más tarde, en 2010, Kristina, desesperada por los malos tratos que él le infligía, se ahorcó en su casa, mientras él dormía en el cuarto contiguo.
Antes de aquella noche de Walpurgis en Vilnius, Cantat dirigía la banda roquera Noir désir (Negro deseo), una de las más populares en Francia. La sensibilidad izquierdista o progresista de sus canciones, su actitud pública, su compromiso con causas nobles y humanistas, confería a Cantat y sus colegas roqueros el aura de excelencia moral: roqueros de aspecto patibulario, sí, pero en el fondo buenos chicos. Yo he escuchado su versión de Le temps des cerises, la famosa canción sobre una inocente muchacha muerta por los soldados durante la Comuna de París, que Yves Montand interpretaba con mucho sentimiento. Cantat le dio un ritmo punk y acelerado, bronco, desgarrado y urgente, a aquellos versos elegíacos sobre el fracaso de la Comuna y la muerte de la muchacha: "J'aimerai toujours le temps des cerises / et le souvenir que je garde au coeur". Siempre amaré el tiempo de las cerezas y el recuerdo que conservo en el corazón.
¿Deuda pagada?
Bien, asombrosamente, en vez de cambiar de nombre, de país y de profesión, Cantat ha vuelto a firmar discos y a subirse a los escenarios; y a quienes con excelentes motivos se escandalizan y le reprochan ese narcisismo perverso que no puede sino hacer daño a los amigos de las víctimas y exigen que desaparezca de la vida pública de una vez y para siempre, él les responde que no mató a Marie adrede, y que ya ha pagado su deuda con la sociedad pasando cuatro años en prisión y otros diez en el ostracismo, y que todo hombre tiene derecho a una segunda oportunidad.
Aún sin compartir su convicción, es posible entenderle. Algunos, aunque les repugne el pasado del cantante bajo la sombra del ángel de la muerte, que delata una pauta patológica de machismo y violencia irredimibles, sienten algo cercano a la empatía o la piedad por ese ser humano tarado que se empeña con todas sus fuerzas en dejar atrás el pasado, dejar atrás su responsabilidad en asuntos espantosos, y dejar atrás también --en fin, salvo que sea un perfecto monstruo-- la conciencia de culpa que ha de torturarle; y que empujado por su sentido de la supervivencia la fuerza de la voluntad se empeña en seguir adelante --como si aquello no hubiera pasado, o como si aquello fuera encogiendo y desapareciendo en la lejanía del pasado, lejanía cada día más brumosa-- haciendo lo que mejor sabe hacer: componer y cantar ante la multitud, a la luz de los potentes focos de la notoriedad, himnos emancipatorios y humanistas...
...y ser aplaudido y convertido otra vez en estrella glamourosa del rock francés...
Anonimato y sombra
Cantat, créeme, deberías romper la guitarra o por lo menos no cantar en público nunca más. Deberías buscar el anonimato y la sombra. Deberías apuntarte, por ejemplo, a un curso de ebanista, e instalar una modesta carpintería en algún pueblo de las peladas Highlands, en Escocia, frente al mar tempestuoso. Precisamente tu caso recuerda un poco la ópera Peter Grimes. Salvo que el pobre pescador de Britten que por su tozudez provoca involuntariamente la muerte de su grumete, y luego la del grumete que reemplazaba al muerto, y en consecuencia es aborrecido por los vecinos de su aldea, que expresan en un coro la condena sin redención posible ("¡Peter Grimes, Peter Grimes! ¡Peter Grimes, Grimes, Grimes!") figura entre lo mejor de la historia de la ópera moderna y es una tragedia con todas las de la ley; mientras que el empeño de Cantat por seguir expresándose, en el negocio del rock, es hasta cierto punto comprensible, pero pasado ese punto, despreciable.
Para mí, simultáneamente despreciable y conmovedor. Para mí, nadie está muy lejos de los demás, salvo Jesucristo. No obstante, creo que como Peter Grimes, Bertrand Cantat no tiene salida, no la tiene si se empeña en desoír mi desinteresado consejo de apuntarse a formación profesional, sacarse un título de ebanista o de restaurador de muebles, y empezar de cero muy lejos.