“Lo recuerdo, ese paisaje desolado, sin cielo, contrastando con otros tantos en los que sólo estaba el mar presente, infinito. No lo he olvidado, aquel fuego quemándolo todo, y el mundo impertérrito, de una pieza y mudo como un muerto, presente y asustado, contemplando el espectáculo dantesco de la vida….”
Es un fragmento del poemario Y nadie, (Esto no es Berlín Ediciones) de José Ángel González Franco, uno de los más prestigiosos abogados penalistas, que ha desarrollado una faceta poética en los últimos años, y que busca compatibilizar algo complicado: la dureza del día a día, los juicios y los argumentos jurídicos, con la palabra que intenta alimentar el espíritu interior. En el prólogo, de Pere Gimferrer, se señala: “La extrema delicadeza es también el extremo brutalismo poético, como se anuncia ya en el título, Y nadie.
González Franco (Barcelona, 1971) acaba de cumplir 50 años, y eso es determinante. Asegura, en conversación con Crónica Global, que eso le ha llevado a una reflexión sobre cómo se transforma el profesional, o cómo se adapta el poeta en la lucha diaria, y considera que todo pasa por la aceptación del “misterio”, por entender que, al margen de todo lo que se tenga alrededor y por más que uno se considere pertrechado, “la vida es un absoluto” en el que el misterio nos condiciona.
“Puedes tenerte en pie por un anclaje cultural, por un sostén individual, que te aporta tu formación, tu interés por esos esquemas culturales que están al alcance, pero hay que aceptar el misterio, lo que plantea la vida, que puede cambiar mucho y en un instante”, asegura González Franco, en referencia a cómo se ha podido salvar la pandemia, pero más que a eso en concreto, a cómo solventamos las inclemencias de la vida y también a cómo disfrutamos de los momentos buenos.
La cita del inicio, del poemario Y nadie transmite bien lo que pretende González Franco, y guarda relación con Pessoa, con aquel poema sobre los jugadores de ajedrez. Mientras la civilización se destruye, aquellos dos jugadores en Persia siguen con la partida. ¿Nos permite señalar que seguiremos, pese a todo, que se superará todo aquello que se presente como una calamidad? El abogado penalista, que prepara juicios, que se documenta y perfila sus respuestas jurídicas, da paso al poeta que mira en su interior, y que se enriquece de todas esas experiencias “tan humanas” que se adquieren en un juicio: “Más que pensar que saldremos adelante, lo que intento transmitir es que estar vivo es tremendo, es la bomba, y que tenemos la fuerza del pensamiento, que nos podría llegar a decir que ‘porque pienso, hay realidad’. Y lo que sucede es que pasan muchas cosas, y que no sabemos a quién afecta en concreto. Se trata de tomar una conciencia global, que va más allá de lo individual”.
González Franco no aboga por una supuesta relatividad, que debamos considerar que nada es tan importante. Pero sí adopta un cierto pensamiento budista, con lecturas abundantes en los últimos años sobre el budismo, para señalar que “todo es misterio, que conocemos menos de lo que conocemos, y que es importante tener toda una construcción cultural para darte seguridad, pero no es suficiente”. El poeta entiende que en tiempos donde sólo se habla de tener un relato, de ofrecer un relato, éste debe servir para uno mismo: “El relato está para divertirse y para soportarse”.
Los 50 años
El poemario del inicio continua: “Me gustaría saber qué tiene que hacer uno con ese fuego, por qué arde sin tregua y sin fin, y por qué al final de todo yo siento que el fuego arde y arde pero no quema. Querría saberlo, pero sé que la respuesta está en otro lugar, y mientras lo pienso me viene ese azul intenso del mar a la cabeza”.
Arde, pero no quema. “No quema porque no sabemos a quién afecta”, indica González Franco, que admite que la reclusión por la pandemia le ayudó de forma especial. “Me tomé el confinamiento como una bendición”, señala, porque pudo parar --y se lo pudo permitir, algo que no rehúye-- y vivir en una casa en el campo donde reflexionó sobre casi todo, también sobre sus inminentes 50 años, que ya ha cumplido.
El abogado penalista lleva 20 años de gran intensidad profesional, con clientes de todo tipo, que le obligan a un enorme esfuerzo. Empezó tarde, señala, porque hasta los 30 se dedicó a la actividad académica. Y eso, en realidad, ha sido un acierto. “Hay una dualidad entre el abogado y el poeta, porque el poeta le recuerda al abogado que dispone de una buena técnica y de argumentos para desenvolverse en el mundo jurídico, con ventajas respecto a otros abogados, y el abogado le pone una casa de campo al poeta”.
Y cuando el poeta se impone, llegan también los problemas para el abogado, porque González Franco entiende que la modernidad presenta demasiadas zonas oscuras. En sus poemas hay “nostalgia y amor a una etapa anterior”. Esa “melancolía, incluso”, es muy buena para el momento creativo, pero no debe durar demasiado. El abogado penalista llama a la puerta: hay casos por resolver.
El hombre, José Ángel González Franco, tampoco desdeña la suerte. Él la ha tenido. En un trayecto de AVE hacia Madrid, mientras leía a Pedro Salinas, se asomó Pere Ginferrer, que comenzó a recitarle poemas de memoria del autor. Y con ese contacto casual, el abogado pudo contar, más tarde, con un prólogo a su primer trabajo poético: Aritmética del desgaste (2014). Como autor novel, que vuelva a contar con Ginferrer como prologuista en Y nadie, es un auténtico privilegio.
Pero, ¿qué queremos? González Franco lo escribe en Y nadie: “Lo único que de verdad ha resucitado con el tiempo es la palabra tiempo”.