El portugués Adolfo Correia da Rocha (Miguel Torga fue su nombre literario) nació el 12 de agosto de 1907 en São Martinho de Anta (región de Tras-os-Montes, al norte del país) y murió en Coimbra el 17 de enero de 1995. Tras una infancia y juventud pasadas en Oporto y Brasil comenzó a estudiar medicina y empezó a publicar libros de poesía. Colaboró en la importante revista Presença, con la que rompió en 1930. El régimen de Salazar lo metió un tiempo en la cárcel por sus críticas al franquismo. Rehabilitado tras la Revolución de los Claveles, de la que este año se cumple el cuadragésimo quinto aniversario, obtuvo el Premio Camões en 1989. Hasta aquí la sucinta concreción de los hechos fundamentales de su vida.
Torga, que adoptó el nombre de Miguel en homenaje a Cervantes y Unamuno, y el Torga a partir de una planta agreste que nace en la roca, publicó a lo largo de muchos años un Diario que alcanzó los dieciséis volúmenes, obra que le dio una alta reputación. Entre aquellas anotaciones hay muchos poemas (alrededor de setecientos), de los cuales Amador Palacios ha traducido cuarenta y seis en Los primeros poemas del Diário / Odas de Miguel Torga, libro incluido en la colección de Letras Portuguesas de la Editora Regional de Extremadura.
Palacios habla de versiones, en realidad. Sirve esto para deslindar los campos de la traducción y la versión, no siempre claros. Vale decir que una traducción va más pegada al original, sigue sus talones cuando este transita por terreno llano y suele permanecer en el suelo, por más que sea fiel, cuando aquel salta. Sin embargo, la versión también toma impulso y brinca con el original, pierde pie cuando es necesario, asciende y corre riesgos, siempre en peligro de resbalar, torcerse el tobillo, invitar a un esguince o tentar a la fortuna partiéndose, o casi, la crisma.
La poesía de Torga tiene una característica uniforme: la
Palacios declara las características del verso de Torga, y su intención y su resultado: “Siempre que he podido me he atenido fielmente a esos ritmos y a esa rima consonante. Cuando no ha sido posible, y tantas veces no es posible…, no he rimado todos los versos, he acudido a la rima asonante, he trastocado los ritmos”.
A veces vierte “barro” por chão (“suelo”) para que rime con “desgarro”. En otra ocasión elimina algo del original cuando convierte da terra-mãe que me chama en “de la tierra que me llama”, quitando el “madre”. O meter no inferno o tal das tranças, / só porque ele não gostava de crianças pasa a ser el un tanto postizo, pero qué remedio, “Y arrojar al infierno al de las trenzas descomunales, / Solo porque no amaba a los chavales”.
Até de mim a minha dor se esquece, que quedaría en el impecable endecasílabo “Hasta de mí se olvida mi dolor”, es por mor de la rima “Mi dolor olvidándome enmudece”. Pero no querría fijarme demasiado en las servidumbres de la rima, porque esta funciona generalmente muy bien en las versiones de Torga que firma Palacios, poeta él mismo. Valga este breve poema, Fado (palabra intraducible que ha designado a todo un género musical) como muestra de alguno de los tonos de la poesía torguiana y de los loables resultados de su traductor: “Hoy la enorme desgracia no fui yo: / Fue un viejo buque que zarpó / Y me dejó en el embarcadero / Sin ningún otro sueño”.
Los poemas del Diario tratan de todo un poco (paseos, momentos de congoja, sensaciones, viajes) y están fechados entre 1932 y 1941 en diversos lugares, entre los que se encuentran sendas cárceles en las que fue recluso el escritor. Por su parte, las Odas (1946), menos personales, van dirigidas A la Luna, A la Tierra, Al Viento, pero también a referentes mitológicos como Eros, Baco, Orfeo o Pan. No se limita a estas muestras la poesía de Miguel Torga, que ocupa tres volúmenes en una editorial portuguesa de nombre también cervantino como el de su seudónimo: Dom Quixote.