Ezra Pound (Hailey, Idaho, 1885 - Venecia, 1972) fue una de esas personalidades arrolladoras que sacuden y modifican lo que tocan, intempestivas, inconformistas, críticas, respondonas. Es un autor de la mayor importancia no solo por su propia obra y sus renovaciones sino por las relaciones que tuvo con otros escritores eminentes como Eliot, Yeats, Hemingway, Joyce... y también por sus extrañas simpatías políticas y su comportamiento como traidor durante la Segunda Guerra Mundial.
Esos escritores tan distintos cambiaron en torno a 1922 la faz de la narrativa y de la poesía con sus obras. El centro es más o menos París, con un apéndice en Londres. Pound, motor del cambio, ejerció su patrocinio en ellos y propició la publicación de sus libros. Él hizo una poesía que prestó atención a otras latitudes y otros tiempos, y fue un maestro de la adaptación, la versión, la traducción libre, la metamorfosis.
Llevó al inglés moderno, pero lleno de sabor y de crudeza --nada de domesticaciones en su caso--, a un poeta anónimo anglosajón altomedieval, a los trovadores provenzales, a Propercio, y delicadamente a japoneses y chinos con joyas absolutas de la lírica universal como “Despidiendo a un amigo” o “La mujer del mercader del río: una carta”.
El desastre de la Primera Guerra Mundial sacudió su conciencia, y no solo lamentó la carnicería, sino que quiso buscar las causas de la misma. En su libro Hugh Selwyn Mauberley (1920) se rebeló y reveló también las causas, que tenían que ver con el capitalismo.
Sería largo entrar ahora en su diagnóstico, pero lo cierto es que fue incómodo, como incómoda sería la obra a la que dedicó medio siglo, The Cantos, con título en español (no Canti como de Dante, aunque se puede decir que en su poema épico todo es Inferno, todo está bajo el imperio de ese vicio que del crédito y la servidumbre del dinero deviene usura).
Ezra Pound en Venecia (1963).
¿Son ininteligibles los Cantos? A diferencia de La tierra baldía o Finnegans Wake, su dificultad no radica en la acumulación de elementos dispares yuxtapuestos; de la malla que crean esos retales que Eliot cose a partir de metafísicos ingleses, ramalazos de las Upanishads o visiones suyas de un Londres estéril en correlato con el paisaje interior del autor; del tejido onírico y ebrio en el que Joyce hace que transmuten las palabras y estas abandonen su lengua para convertirse en una maleable materia en la que, arcilla, él percute con un punzón rehaciendo la escritura y, más aún, lo oral.
Lo que Pound hace, aunque cueste trabajo entenderlo, es crear una sintaxis, una trama rara vez meridiana, para desvelar la trama que él advierte en el devenir del mundo: la toma de posesión por parte de unos especuladores del dinero de nuestras casas, vidas y sueños. Evidentemente, leer a pelo su obra, sin aparato crítico, es enterarse de bien poco. Pero la poesía, y esta lo es, tiene tanto que ver con la asimilación de contenidos como con el disfrute de la percepción de lo intuido en música, imágenes, atmósfera.
Lleva a gala esta nueva publicación de Sexto Piso (Cantos, 2018) ser la primera íntegra en español. Lo es, pues ya estaba parcialmente disponible, presentada en bilingüe y con profusión de notas, en la edición de Javier Coy (Cátedra) en tres tomos a partir de la traducción de José Vázquez Amaral, pero lamentablemente esta edición ha quedado hace años interrumpida en el tercer volumen, por lo que solo se podía acceder al total de los Cantares (con el título así) en la traducción de Vázquez Amaral en la mexicana Joaquín Mortiz (1975), que sin embargo dejaba fuera algún material.
Lleva a gala esta nueva publicación de
La traducción del argentino Jan de Jager suena bien, y solo cabe asentir a sus soluciones, que podrían parecer a veces heterodoxas pero que son creativas, como Pound lo fue. Recuerda que este tradujo él mismo y teorizó sobre esta actividad: “Lo mínimo que se merece es traducirlo como él mismo proclama que se debe traducir. Es decir: apropiarse de la obra, hacerla un poema por derecho propio, en el otro idioma”.
Un ejemplo de lo que ha hecho y que nos toca de cerca se puede ver en el pasaje en el que se evoca al Cid Campeador (Canto III): My Cid rode up to Burgos, “Mio Çid por Burgos entrove” (que es el texto del Cantar de Mío Cid que Pound tradujo, siempre incorporando textos ajenos). En algunos versos más restaura el castellano antiguo, modificándolo en algún caso para seguir la literalidad poundiana: “Y perder los ojos de las caras y serle los averes e las casas incautados”.
El norteamericano cambió el orden de algunos versos, como estos que de Jager devuelve (también trastocado el orden) a su estado primigenio. With no hawks left there on their perches, / And no clothes there in the presses es aquí “alcándaras vazías sin pielles e sin mantos / e sin falcones e sin adtores mudados”.
Aunque no es escrupuloso con los metros (la prosodia de Pound es muy flexible, no en vano preconizó dejar de lado el metrónomo), el traductor abre el Canto I con un verso endecasílabo (“Y entonces descendimos a la nave”) como señal de lo que el lector va a encontrar: poesía (aunque esta se halle sepultada bajo muchos pasajes prosaicos).