Liber, la principal muestra del sector editorial, reconoce en Abelardo Linares una trayectoria profesional centrada en “subrayar el valor del libro de fondo, recuperando de forma continuada autores del olvido, apostando también por la publicación de las últimas generaciones de escritores”. Linares es fundador de las editoriales Renacimiento, Espuela de Plata y Ulises. La entrevista tiene lugar semanas antes de que se haya anunciado el Homenaje, y discurre en la oficina de sus editoriales, que ocupan una impresionante nave atestada de libros a las afueras de Sevilla.
–Usted lo es prácticamente todo en el mundo del libro: autor, editor, librero de viejo. Para empezar por esto último, porque ya es mítico, ¿cómo ha llegado a ser el librero que es?
–En el centro de todo está la lectura. Eso se ha glosado muchas veces; uno de los penúltimos, Borges: creo que lo importante es ser lector. Y si yo he llegado a ser librero de viejo, fundamentalmente fue por ser lector y por ser luego también coleccionista. Fui librero de viejo al darme cuenta de que existían los libros de viejo. De eso no me enteré hasta que fui a estudiar a Madrid y fue un poco la suma de dos cosas: el leer ciertas obras como la Historia de la literatura contemporánea de Eugenio de Nora y los libros de recuento de escritores como el de Carlos Sainz Robles, que no era un crítico muy fino pero sí sugerente, con la atención a raros y olvidados, a figuras de segunda fila.
Mi experiencia de lector me llevó a empezar a tener contacto con gente como Benjamín Jarnés o Carranque de Ríos, autores que no estaban en los manuales y que a mí me parecían tan interesantes o más que algunos de los incluidos. Entonces decidí yo hacerme mis propios gustos. Al empezar a ser coleccionista me di cuenta de que había ahí posibilidades de negocio y de vivir de eso. A mí me ha parecido mucho más atractivo ser librero de viejo que haber sido profesor de literatura, mi destino alternativo. Creo además que la literatura es una estupenda afición, pero una pésima profesión. Si uno se profesionaliza demasiado en la literatura, esta corre demasiado peligro.
–¿Y ha sido tan mal profesión haber sido librero y editor?
–No, la verdad es que estoy encantado de ser esa suma de cosas. Primero, porque algunos amigos han bromeado diciendo que yo más que catálogo quería hacer una librería de viejo. Muchos poetas, como Cernuda, han tenido la idea de escribir para el futuro y pienso que los editores podemos aspirar un poco a eso. La mayor parte de los editores lo que quieren es descubrir qué se puede vender; a mí me apetece mucho más intentar descubrir qué puede leerse o releerse. El reto es ayudar a cierto tipo de lector: me interesa más hacer lectores que hacer dinero. Se pueden conciliar razonablemente las dos cosas.
Hoy día, el sistema literario empieza a no funcionar. Todo está dominado por dos grandes grupos, Penguin Random House y Planeta, y a estos grupos no les interesa demasiado la literatura, sino que están inmersos al 100% en el mercado y les da igual publicar un libro vendible que inventarse un libro vendible. Con ese duopolio, la literatura en sí misma no tiene ya demasiada importancia. Creo que hay mucha oportunidad de poder editar y rescatar autores porque es una labor que se hace relativamente poco. Aun así, creo que en España estamos haciendo esa labor más que, por ejemplo, en América. Países como Argentina, México, Cuba, Perú, que poseen una riquísima literatura, tienen una industria editorial menos potente que la española. De alguna forma son países que están casi colonizados por los grandes grupos y ahí casi no hay hueco. La labor de rescatar autores interesantes, que hay muchísimos de todas las épocas, es una tarea que se hace muy poco allí, donde casi nadie lee lo anterior al Boom, es decir, García Márquez. Y eso es un empobrecimiento terrible.
–Confirmando eso, veo en la edición que ha hecho de un poeta argentino. Ha reeditado a mucho hispanoamericano.
–No todo lo que me gustaría. He leído más de lo que he reeditado. Aparte de que el siglo XIX tiene cosas interesantes, sobre todo novelistas, el modernismo y postmodernismo es extraordinario, y la vanguardia también. En Cuba por ejemplo hay autores tipo Carlos Montenegro, al que no se presta prácticamente atención, y que tiene mucho interés. Como él hay docenas y docenas de novelistas y cuentistas en toda América. Aquí en España uno de los cubanos de la misma generación que Montenegro y que como él viene durante la Guerra Civil, Lino Novás Calvo, ha tenido la suerte de que se reeditara El Negrero, que tiene mucho que ver con la literatura española.
También se ha publicado Maneras de contar, sus cuentos. Pero en general los autores americanos que no sean puramente contemporáneos están muy mal representados. Además, los autores americanos suelen ser autores nacionales, no continentales. Yo aprecio mucho a un chileno, González Vera, autor de un humor finísimo, de una ironía extraordinaria, hombre de izquierdas aunque no se le notara nada en la prosa, y este es un escritor que está olvidado en toda América e incluso en Chile. Literaturas como la de su país, que tiene multitud de escritores interesantísimos, algunos que estuvieron en Europa, que tienen una vida pintoresca, están hoy día total e injustamente desatendidos.
–Esto coincide con una de sus líneas editoriales que es la Biblioteca del Rescate, dedicada a los exiliados españoles. Es eso algo además que va contra el tópico, porque casi todo el mundo le considera un editor de poesía. Pero son muchos más los libros de prosa que publica.
–Finalmente, sí, he llegado a ese destino. En la actualidad, el mundo de la poesía es especialmente confuso. Basta ver esas presuntas listas de más vendidos. Las editoriales que ahí aparecen o son nuevas o editoriales que no han tenido nada que ver con la poesía. Incluso últimamente Espasa o Aguilar se han puesto a publicar poesía cuando nunca han tenido interés en ella. El único interés que pueden tener es que la poesía se venda y forme parte del mercado, cuando lo cierto es que normalmente está más allá de este. En los ochenta y noventa, cuando yo estaba en la calle Mateos Gago, de vez en cuando no sé por qué razón había gente que me llamaba para hablar conmigo como editor y me decía que escribía poesía y que había llamado a Planeta y le habían dado el teléfono de la editorial Renacimiento porque ellos no editaban poesía y yo sí. No publicaban poesía porque pensaban que no había posibilidad ninguna de negocio. Hoy en día sí que la hay. Internet se ha aliado con los grandes grupos y es curioso que gente que no pertenecería del todo a la tradición de la poesía esté teniendo unas ventas altísimas.
Durante un tiempo ha habido poetas comerciales, estilo Mario Benedetti, que eran más o menos cercanos a lo popular y que vendían mucho, aunque no eran grandes poetas. Eso ha pasado por ejemplo con José Ángel Buesa en Cuba, que hacía una poesía romántica, o aquí en España con Rafael de León o José Carlos de Luna. Siempre ha habido poetas que vendían bien, que tenían su público, pero que no entraban en las historias de la literatura. Y lo curioso del fenómeno moderno es que eso se ha ampliado muchísimo y se ha alejado todavía más de la literatura.
Yo, que soy coleccionista de revistas y que saco muchos textos del pasado, veo que la literatura en España, especialmente desde finales de siglo XIX hasta la Guerra Civil e incluso hasta los años setenta, vivió un periodo en el que literatura y ocio estaban muy relacionados, y había muchas personas que leían por las razones más variadas y disímiles. De hecho, existían cientos de revistas de cualquier tipo (de moda, de coches, de deportes) y todo eso estaba lleno de literatura. En revistas como Aire Libre, de los años veinte, colaboran Jardiel Poncela, Edgar Neville y López Rubio, hay entrevistas con Cansinos o con Luis Araquistáin, Benavente o los Quintero, hablando de deportes. Realmente, hubo un momento en el que todo (la literatura frívola, la vida de cantantes o toreros) estaba relacionado con la literatura. Y ahora pasa a menudo que ni siquiera las revistas de libros y de literatura tienen literatura. Es un fenómeno paradójico y curiosísimo. [Risas.]
–Ha mencionado la antigua ubicación de Mateos Gago. En su último libro de poemas propio hay un poema que retrata muy bien el barrio de Santa Cruz, donde estaba la librería. Pero no se ha mostrado muy interesado en dar a conocer su propia obra poética, que tampoco la componen tantos libros. ¿Por qué ese desapego?
–Primero hay una parte de pura indolencia. Pero fundamentalmente creo que hay cierta incompatibilidad. Siempre me ha interesado mucho la defensa y el ataque, lo que Bergamín llamaba Cruz y Raya y que también es el + y el -. En la literatura, el problema de valorar las cosas y de apostar por algo es tan sencillo como que a pesar de todos los pesares un autor puede valer: es decir, que a pesar de todos los noes hay que dar un sí, o al revés, que a pesar de todos los síes hay que decir no a un autor. Por lo tanto, la literatura es una tarea de afirmación y negación. Hoy en día mucho más, porque el mercado lo inunda todo. Hubo otras épocas en las que la literatura estaba gestionada por los propios escritores. No había intromisiones de publicidad, no había grandes editoriales, cada uno sabía quién era, y los escritores podían llevarse mal, y me refiero tanto a la gente del 98 (Valle Inclán podía hablar mal de Benavente) como en tiempos de Cervantes, Quevedo podía llevarse mal con Góngora. Pero ninguno de ellos se llevaba mal con cualquier tontaina, lo mismo que en la generación del 98 o del 27, en que las enemistades eran de calidad, como las amistades.
El sistema literario que se fue creando durante siglos, y que hasta finales del siglo XX ha tenido un carácter ascendente, ahora mismo está de alguna forma en crisis. Habrá que ver si eso vuelve a recomponerse en un futuro y se verá si es una crisis circunstancial por la irrupción de Internet, de la globalización, etc. Yo creo que la literatura no va a desaparecer, pero aún no sabemos si va a ser una especie de gueto, una especie de sociedad secreta como los masones o los rotarios o si sencillamente vamos a volver al siglo XVIII, donde va a haber una minoría lectora y que esa minoría sea la que sigue moviendo el mundo, aunque sea nada más el de la literatura, o si por el contrario vamos a otra cosa distinta. Creo que el futuro será más o menos este: habrá una minoría potente, de un 20 o 30% de la población, que lea y lea con criterio.
Una de las intromisiones de lo que está pasando es que normalmente de un libro malo, de un autor sin interés, no habría por qué hablar. El problema contemporáneo es que gente que no tiene ningún interés vende muchísimo, tiene muchísima fama. Hoy, más que nunca, debiera haber polémica literaria y cierto tipo de discusión, cosa que paradójicamente no la hay. El modelo de imagen que se va poco a poco imponiendo es muy distinto del modelo de la letra impresa. Por ejemplo, Chesterton, un hombre que muere en 1936, un hombre muy antiguo en cierto modo, en un momento determinado habla del cine, y comenta cómo la imagen tiene una desventaja respecto a la letra impresa, y es que cuando uno en literatura hacía por ejemplo un ensayo ese ensayo podía ser discutido, y lo era, cualquier cosa que se escribiera podía ser refutada, y el mundo de los escritores anteriores al cine sonoro o los grandes medios de difusión era muy discutidor.
Sin embargo, cuando se hace una película nadie hace otra película para refutar a aquella. En fin, la imagen es de alguna forma más solitaria y solipsista, y pide menos la discusión. La imagen es una especie de soliloquio muy entretenido lógicamente, porque hay que hacer menos esfuerzo que al leer. Sin polémica y discusión casi se podría decir que no puede haber literatura ni cultura. Eso se tiene muy claro en ciencia, donde siempre hay una serie de pruebas, de acierto y de error. La ciencia es objetiva; la literatura, subjetiva.
–Y la subjetividad que le hace no defender más su poesía, ¿cuál es entonces?
–Quería decir que en eso del afirmar y negar es incompatible afirmar con afirmarse uno. Yo a mí mismo no me intereso como alguien que ha escrito (muy poco), porque lo que me interesa es defender a otros autores, y defender aquello que publico. Si me hubiese dedicado más a escribir y tuviese una actividad mucho más efectiva en ese campo, primero sería muy complicado editar como estamos haciendo ahora un libro casi cada dos días (las editoriales pequeñas del panorama español tienen una colección o dos, de narrativa o ensayo, pero nosotros tenemos unas cuarenta colecciones distintas).
Todos los campos que ahora mismo manejamos requieren una gran cantidad de trabajo y creo que la poesía tiene una parte también tiránica, y hay que estar siempre un poco a su servicio. La poesía requiere, desde mi punto de vista, estar atento al momento en que puede surgir y estar siempre, si no junto a la poesía misma, por los alrededores, y yo ahora mismo no tengo mucho tiempo. Pero fundamentalmente, es que quiero defender lo que publico y creo que escribir y defender lo propio sería una perturbación grave, y desde luego me quitaría muchísima credibilidad. Hay muchos autores que pongo en cuestión y, si lo hago con escritores que tienen lectores y en muchos casos prestigio, si quisiera al tiempo meterme a mí mismo de matute en eso habría una montaña de gente que con mucha razón me diría que cómo me atrevo a afirmarme habiendo negado tantas cosas.
–Veo ahí una efigie de pirata. Abrió una colección sobre piratería hace algunos años. ¿Cuáles han sido las últimas colecciones que ha abierto?
–Ahora hemos abierto una editorial nueva que se llama Ulises. A veces proporciono el material para que un investigador haga su trabajo. Ahora por ejemplo acabo de encontrar material sobre los primeros días de Queipo de Llano. Hay una revista muy rara mexicana en la que hay una serie de artículos con una información tremenda. Y otros son los artículos de un tal José de la Luz León, cónsul cubano aquí en tiempos de Queipo y amigo de él, y lo cuenta también en unos artículos que se editan en la revista Carteles. Yo lo que hago es proporcionar ese material a historiadores, en este caso locales, para que hagan una edición.
Hay casos en los que yo soy quien anima a alguien a investigar, pero en muchos casos me viene la idea, no conocía el libro, el autor, el asunto; y otros casos es una feliz coincidencia de ambas cosas. Por ejemplo, he publicado ahora un libro de Fernando Ortiz Echagüe que es un español argentino, nacido aquí pero que desarrolló su trabajo en Argentina, hermano de otro Ortiz Echagüe, un famosísimo fotógrafo de los años veinte y treinta, y siempre he tenido interés en este Ortiz Echagüe porque es una especie de Chaves Nogales argentino, de quien fue amigo, un periodista excelente que vivió mucho tiempo en París y conocía muy bien la literatura europea.
–Hablando de revistas, una revista también mítica que hizo fue Renacimiento. ¿Se plantea relanzarla?
–Una revista que se llama Renacimiento siempre puede renacer. Aparte de que en literatura nada hay definitivo, ni para el éxito ni para el fracaso. La revista nace por mi gran admiración a las revistas. De hecho, la maqueta está muy influida por la revista Alfar, que fue una gran revista de vanguardia, del mismo formato. La idea era que fuese una revista literaria pero que también en cada número hubiese un pintor que ilustrara el número entero. Lo que sucede es que eso dificultó y le quitó agilidad. Era una revista de equipo, por eso figuraba un comité directivo amplio, pero la verdad es que durante los primeros años la hicimos entre Felipe Benítez Reyes y yo, y luego más Felipe, y más tarde la dirigió Fernando Iwasaki, y también algún número lo dirigió Juan Bonilla o Juan Lamillar. Incluso había el proyecto de que fuera una revista itinerante y que pudiera salir un número al cuidado de Carlos Marzal en Valencia, o al cuidado de García Martín en Oviedo. Me gustaría una revista que no fuera monográfica, que eso es aburrido, sino con ese tipo de pequeñas innovaciones.
El problema es que una revista necesita muchísimo trabajo y no le dediqué todo el tiempo que merecía, y además cambiaron un poco los vientos, los aires, y la revista tenía una venta puramente simbólica, no tenía prácticamente tampoco suscriptores. Tampoco admitíamos publicidad. Una revista es una tarea de tipo empresarial, en general. Creo que sigue habiendo hueco para revistas tipo La Gaceta Literaria, creo que falta una revista de libros que sea verdaderamente independiente, que pase revista a lo publicado en el año y que sea verídico su criterio. Muy a menudo ocurre en las revistas y suplementos que si no regalas un libro no hablan de él; eso es como si, en una publicación de motor, si no regalas un deportivo no van a hablar nunca de él. [Risas.] Creo que en general lo que se llama crítica en otros medios no depende de que te obsequien el libro. Veo una serie de irregularidades en los suplementos al dar noticia de las novedades. No se separa lo que es publicidad de lo que es información u opinión. Pero para responder a la pregunta: sí creo que existe posibilidad de una revista que fuese un periódico de las letras por un lado y que además tuviese un hueco para la obra en marcha de escritores. Me gustaría. Ahora, de hecho, salen dos o tres revistas nuevas. Saco una que va a salir este año: Mediodía. Revista Hispánica de Rescate.
–Como la del 27.
–Sí, se llama Mediodía porque se hace desde el Sur y también está orientada hacia Hispanoamérica, que también es de alguna forma Sur respecto a América del Norte. Se dedica al rescate de autores americanos y españoles de entre final de siglo y la Guerra Civil. La va a dirigir Gómez Soriano, un investigador joven madrileño que me ha ayudado en ediciones de Luis Bello y Julio Camba, y que está vinculado a un grupo de trabajo que se llama “La otra Edad de Plata”. La otra revista se llama Sansueña. Revista del Exilio Español Republicano, dirigida por José Ramón López. Yolada Morató tiene también el encargo, aunque esto seguramente será ya para el año próximo, de una revista más contemporánea de literatura comparada abierta a literatura española y universal, con el criterio que ella quiera darle. Y aparte, si encontrara la fórmula, me gustaría volver a sacar Renacimiento.
–Para una revista de estas, ¿ha de gozar de algún respaldo o ayuda institucional?
–Hoy en día, esa posibilidad lo que proporciona es que la revista vaya a algún sitio. Como las bibliotecas no compran libros, los libreros no están tampoco demasiado interesados y a los quioscos les viene a veces un poco grande… Si se cuenta con las personas adecuadas, estoy completamente convencido de que una revista literaria puede enganchar con un público más o menos vivo, curioso, interesado. Algunas de las revistas que se han hecho los últimos treinta años han practicado una idea de la literatura un poco de grupo y muy cercana a planteamientos de escuela que no atraían mucho a los lectores. Creo que falta amplitud de miras y cercanía con la literatura; a veces predomina el ensayo y lo demasiado fino, y aun así han durado, han tenido cierto éxito.
–La tendencia es a ver Renacimiento como una editorial de poesía con una línea muy marcada. ¿Es así, o hay margen a la variedad?
–Me gustaría que la línea estuviese muy bien marcada en vez de estar desvaída. Una línea editorial nítida es mucho mejor que una de línea borrosa o abierta a cualquier cosa. De todas formas, sí que es cierto que hay unas líneas maestras de la editorial, que creo que han tenido cierta continuidad, pero también a la fuerza una editorial que tiene ya más de cuarenta años, que ha publicado dos mil títulos, es muy difícil que sea algo de facción o de grupo. Por muchas razones tiene que estar abierta.
–Renacimiento y Espuela de Plata, su sello hermano, son editoriales muy cuidadas en lo formal. ¿Es importante la elegancia formal?
–Hay una frase que se repite mucho, de Juan Ramón, según la cual “en ediciones distintas los libros dicen cosas distintas”. Es indudable. A menudo, hacer un libro con un mínimo de gusto no es más caro que hacerlo pésimamente. Con frecuencia es al revés. Muchos de los libros más caros, falsamente lujosos, con papel pesadísimo, como suelen emplear las instituciones públicas, solo sirven para tirar el dinero. En Andalucía se han hecho ediciones patrocinadas con dinero público en las que había varias tintas en todo el libro, innecesariamente, cosa que es producto de la ignorancia. A veces había prólogos de algún político y para darle más relevancia lo ponían todo en mayúsculas. Eso es ser ignorantes hasta extremos… [Risas.] Con todo, si una editorial tiene algo de dinero puede hacer las cosas muchísimo mejor. En Renacimiento, para ser una pequeña editorial, con un presupuesto muy pequeño, intentamos cuidar las ediciones todo lo posible. Pero el único mérito es en realidad que se trata de una editorial que se hace sin dinero. Es cierto que a veces, por lo que sea, la persona que ha cuidado el libro ha dejado pasar erratas. Tenemos más fallos de los que debiéramos por ser pequeños.
–El público aprecia la factura de sus libros, como sucede con Pre-Textos.
–Creo que llamar público a quienes compran los libros de Pre-Textos o los nuestros es un poco excesivo. Yo, que soy comprador de bibliotecas, rara vez encuentro en una, aunque tenga varios miles de volúmenes, un libro editado por nosotros. A menudo es un misterio quién compra los libros que editamos y cuando me encuentro de vez en cuando con un lector, alguien que dice que tiene en su biblioteca libros de la editorial, me parece sorprendente.
–La serie de antologías, “la de las rayas”, es una de las estrellas de la editorial.
–Sí, pero los autores que no son conocidos no venden ni doscientos ejemplares. Por ejemplo, Luis Alberto de Cuenca puede con los años llegar a vender cinco mil, pero otros autores… Hay varios tramos. Están Luis García Montero y Felipe Benítez Reyes, que son los top. Luego están autores como Karmelo C. Iribarren, que también venden mucho, y luego los que poseen un público (Roger Wolfe, Amalia Bautista, Carlos Marzal...), que tienen un mínimo de lectores. Pero luego hay muchísimos autores excelentes que venden ciento cincuenta ejemplares, aunque muchos de sus libros no se han reeditado. Por ejemplo, José Luis Parra, un autor que me encanta y del que hemos publicado la antología Cimas y abismos. En teoría, es un autor que debería tener un mínimo de público. Cuando se leen poemas suyos, Parra gusta. ¿Por qué alguien que es un buen poeta, y que edita en editoriales con buena circulación, prácticamente no existe?
–Una magnífica poeta mexicana, Rosario Castellanos, fue publicada en la colección. Luego Visor ha publicado también una antología suya. Ha pasado como con Luis Alberto de Cuenca, que también publica allí pero que cuando adquirió verdadero relieve fue al publicar en Renacimiento La caja de plata, en 1983.
–El caso de Luis Alberto es curioso. A mí me parece un poeta absolutamente extraordinario. Cuando me fue a ver lo primero que me dijo, casi para intentar disuadirme, era que ese libro se lo habían rechazado Visor e Hiperión, cosa que para mí fue más que nada un acicate. Me sorprendió.
–Un libro que nada más salir compré en la antigua sede de su editorial, me encantó y luego tuvo mucho predicamento. Fue Juegos para aplazar la muerte, la poesía reunida hasta la fecha de Juan Luis Panero. Cuando lo leí, dije: ¿pero esto qué es?
–A Panero lo había rechazado Seix Barral. Pere Gimferrer no lo quiso publicar allí. Hubo algún editor más que tampoco quiso publicarlo. Me acuerdo que Miguel García Posada, que hacía por entonces crítica en El País, sacó esa semana dos críticas: una poniendo muy bien el libro de entonces de Sánchez Robayna y otra de Juegos para aplazar la muerte en la que comenzaba diciendo que si a estas alturas del siglo se podía seguir escribiendo poesía de la experiencia, porque a Panero lo consideraba sencillamente un epígono del cincuenta, mientras que yo lo había publicado porque lo consideraba un adelantado de lo que pensaba que estaba haciendo la gente joven. Yo fui a publicarle también el siguiente libro. Le adelanté 100.000 pesetas, lo cual fue para mí un esfuerzo en aquel momento. Sucedió que lo llamaran de Loewe para que se presentara al premio y lo ganó cuando lo teníamos ya compuesto y a punto de salir, y me dijo si no me importaba no editarlo. Le habían prometido que lo iba a ganar, y evidentemente dijeron la verdad.
–Devolvería el anticipo...
–Lo que hicimos fue que años más tarde le publiqué la antología, que hizo Felipe Benítez Reyes. Era gracioso: decía “Nosotros los aristócratas” porque se había casado con una Domecq. Era un mitómano.
–Panero vivió en México. Aparte de comprar libros de viejo allí, y en América en general, ¿ha vendido muchos como editor en aquellos países?
–Muy poco. Primero porque en América he vendido algo pero no he cobrado casi nada. Los que he tenido como distribuidores han quedado casi todos en suspensión de pagos. El problema no es tanto mandar ejemplares como que te los paguen. También sucede que en el libro importan mucho los gastos de envío, de modo que allí el mercado es tremendamente local. Es muy complicado abrirse hueco. Lo del prestigio, escaso, es muy relativo porque si se venden veinte ejemplares de un libro…
El prestigio, equivocado o no, consiste en vender de un libro nuevo, o aunque el libro sea malo, muchos ejemplares, y conseguir que por el prestigio de la editorial muchas personas lo compren pese a su baja calidad. Si vemos las cifras que movemos, de nosotros no se fía casi nadie. [Risas.] Publicar a un autor tan ilegible como Juan Gelman y vender varios miles de ejemplares, eso es prestigio. Yo creo que formamos parte de una especie de sociedad secreta. La editorial la conoce sobre todo gente que escribe y gente muy formada, pero que no es el público normal del libro. El público “interesante” del libro es el que se mueve de oídas, y se mueve porque piensa que algo está de moda. Hay editoriales que alguien las crea, les da un espíritu y luego se venden y se vacían, se convierten en un zombi y vuelven a vender y siguen vendiendo. Eso Planeta lo ha hecho con montañas de editoriales a las que ha vaciado y rellenado de paja. Las ha disecado y ahí siguen.
–¿Cómo se defiende de eso una editorial pequeña o mediana? ¿Cuál puede ser la estrategia?
–Bueno, yo creo que la palabra estrategia viene muy grande. Siempre pensé que quería ser un librero relativamente grande y poder tener empleados, poder comprar grandes bibliotecas… A mí no me interesaba ser un librero exquisito que compra muy buenas piezas, que compra y tiene solo lo mejor y todo eso. Porque eso te obliga a ser un pequeño librero con fondos estupendos y para presumir de ellos, pero también haría que en muchos casos no pudiese comprar grandes bibliotecas. Si me salió lo de Nueva York, la compra de la librería de Eliseo Torres, fue porque antes había ido cincuenta veces a América y entonces ya tenía una idea de disponer de un almacén grande y una serie de características. Como editor, me he planteado abrir muchísimo el campo para ver si había suerte en algo. Realmente hemos sembrado en campos muy diversos. Hemos publicado libros taurinos, libros deportivos, libros sobre libros… Incluso libros médicos, literatura de gauchos… a ver por dónde saltaba la liebre.
–¿Y qué es lo que más ha vendido?
–La verdad es que el best seller es Elena Fortún. Luego, hay autores como Pepys que también han vendido mucho.
–¿Y lo que menos?
–La novela. Hay libros de poesía y de novela, también de ensayo. La historia y la filosofía no son de grandes ventas, pero siempre hay un mínimo. Sin embargo, un libro universitario de tipo filológico, una novela contemporánea o un libro de poemas puede perfectamente no vender ni siquiera veinticinco ejemplares. Lo que hemos publicado de autores clásicos, como Conan Doyle, London, Chesterton, etc., tampoco genera grandes ventas, pero siempre hay un número de ejemplares del que no bajan. El problema es lo contemporáneo. Ahora hemos publicado a Darío Falú una novela y un volumen de cuentos, extraordinarios, un poco de la estirpe de Borges, un tipo inteligentísimo, pero sin embargo, como no tenemos capacidad de influir, resulta muy difícil venderlo. Habría que crear una moda. En el mundo del libro, a menudo se tira la flecha y luego se dibuja la diana.
–Bueno, el logotipo de Renacimiento es un arquero… La editorial llegó a tener un premio de poesía. ¿Acertó?
–Sí, lo presidió las tres veces Paco Brines. Eran siete personas de jurado, yo no formaba parte de él, ni siquiera estaba presente en las deliberaciones, de modo que era imposible de manipular. Fue un premio de los más independientes que ha habido en España, pero no nos hicieron ni el más mínimo caso. La prensa no sabía que se había creado el premio. Todo lo pagaba la editorial. Eso fue después de Nueva York, había un poco de dinero y se podía.
–Hubo un momento en que había unos noventa editores asociados en Andalucía, y ahora son menos de treinta. ¿Está en la Asociación?
–Ahora hemos vuelto a estar para asistir a las ferias y eso, pero sí, nos quitamos. De todas formas, si estamos es como si no estuviésemos. El año pasado salieron unas ayudas de la Junta presuntamente destinadas a la Cultura y que se dedicaban al flamenco, al cine y al circo. La palabra cultura englobaba el circo, pero no la literatura. Es cierto que mucha literatura tiene mucho de circo, pero tanto tanto…
–Muy de Ramón Gómez de la Serna. Algo nefasto es que no se compren libros para las bibliotecas. Esas adquisiciones permitirían la viabilidad de muchos libros.
–En España son tres libros los que tienes que regalar para depósito legal. El Parlamento andaluz cambió la ley para que en vez de tres fueran cuatro y hubiera al menos dos ejemplares para Andalucía: uno para la Biblioteca de Andalucía y otro para la biblioteca de la provincia donde se edita el libro. ¿Realmente con eso tiene suficiente? Al Gobierno andaluz le parece que sí, y además si lo regala el editor miel sobre hojuelas. Claro, ¿para qué van a mejorar eso? Y me temo que así sucede en toda España.
–¿Cuál ha sido su relación con los autores? ¿Ha tenido decepciones, muchos pesados que llaman a la puerta con originales malos?
–Ahora se reciben más originales que antes. Durante mucho tiempo no hemos recibido apenas. Hubo una época en la que tuvimos suerte y, o bien hemos pedido, o nos han mandado lo que queríamos publicar. Hemos publicado muchos primeros libros de poetas no conocidos. Me parece que la tarea, el reto para un editor es atreverse a ser el primero que publica a un novelista o a un poeta. Obviamente, para publicar a Cervantes no hace falta tener ningún criterio literario ni hace falta que te guste la literatura. Recuerdo haber escuchado de labios de editores importantes de grandes grupos la idea de que un editor no debe leer libros porque corre el peligro de publicar lo que le gusta, en vez de lo que se vende. [Risas.] Claro, con unas ideas como esas, tan peculiares… Es como decir que un buen abogado no debe leer libros de derecho porque entonces se va a encariñar con las leyes y no va a defender bien a su cliente.
–¿Y hay muchos autores que se obsesionan con usted y le dan la lata? ¿Cómo le sienta, por otra parte, que algunos pasen a otras editoriales?
–Yo me conformo con que no lleguen al asesinato. Y no soy defensor de la fidelidad de los autores. Un autor puede publicar donde quiera. Además, si publica en varias editoriales en vez de en una sola consigue lectores nuevos. Entre un autor y un editor hay un contrato, pero no un contrato de matrimonio.
–Usted es tímido pero le encantan las polémicas.
–Muy, muy tímido, no. Lo que pasa es que si algo no me interesa… Pero está bien que mi hija Cristina, que lleva las redes sociales de la editorial, entre otras cosas, tenga don de gentes. Yo, no. Hay gente que a mí me tiene casi miedo, que me ve muy serio.
–A ser librero de viejo aprendió frecuentando la Cuesta de Moyano. ¿Cómo aprendió los rudimentos de la edición y sus aspectos administrativos?
–Eso fue progresivo. Al principio, al sacar Calle del Aire con Fernando Ortiz él era quien más se ocupaba del aspecto comercial de las ayudas y subvenciones, aunque había libros que se pagaban los autores, como hice yo con mi libro Mitos. Luego hubo una segunda etapa con César Viguela editor, un amigo de Barcelona que sacó los primeros números de Renacimiento; luego, a partir de Juan Luis Panero, que ese ya lo hice yo, gracias a la experiencia que teníamos de poder distribuir y que ya habíamos crecido un poco. Era una cosa relativamente artesanal, sacaba pocos libros. La parte de infraestructura al principio es muy pequeña. De hecho, una cosa que pasa es que las pequeñas editoriales son posibles al principio porque no necesitas ningún tipo de infraestructura.
El problema no es comenzar, sino continuar. Llega un momento en que una editorial necesita hacer un catálogo, tener un almacén, hacer un inventario y control de los vendidos y de los invendidos, liquidar los impuestos, en fin, muchísimas cosas. Y la mayoría de las editoriales no resiste ese cambio. Una editorial, cuando han pasado tres o cuatro años, empieza a necesitar un tipo de infraestructura comercial que pesa cada vez más y que hace que muy a menudo las editoriales pequeñas desaparezcan. Desaparecen casi de éxito. La editorial que es inviable desaparece tras uno o dos libros, como las revistas. La editorial que cierra a partir de los tres años es porque no ha podido resolver los problemas de crecimiento a los que obliga la continuidad. Tener ya una librería me ayudó mucho.
–¿Cuáles son los proyectos más inmediatos de la editorial? Sé que va a publicar varias poesías completas. Una de ellas, la muy esperada y necesaria de Julio Martínez Mesanza.
–Acabamos de sacar poesías completas de Dionisia García de Marcos Tramón y Pedro Sevilla. Pero está preparándose la de Martínez Mesanza, sí, y de José Mateos, Miguel d’Ors, José Luis Parra… No solo vamos a sacar poesías completas. Vamos a sacar ahora a muchas mujeres, treinta y tantos libros: María Lejárraga (recién publicada), Margarita Nelken, Irene Falcón… Sacamos luego una serie de libros sobre renegados del comunismo, unas obras apasionantes. Yo soy un enamorado de la poesía. No llego a ser amante, pero por lo menos enamorado sí, y de los libros también. Lo que pasa es que mi amor por los libros y la edición no siempre ha sido correspondido. De todas formas, últimamente vendemos un poquito más que antes.