Quien comete plagio secuestra, hace cantar a la víctima; luego la amordaza y pretende que lo que aquella dijo es suyo, como un ladrón de joyas acude al perista con gran protesta de dolor por la muerte de su abuela, que le legó esas piedras, ese oro, ay, y cómo le cuesta desprenderse de ellas. No suelen estos crímenes necesitar a su vez del asesinato porque tienen la buena costumbre de hallar ya fiambre a los expoliados, pertenecientes a siglos anteriores desde los que no hay voz que clame venganza.
Sin embargo, el escritor verdadero, y sobre todo el poeta genuino –es en su ámbito donde más se produce esto de lo que hoy nos ocupamos–, dialoga con el original, lo cuestiona, le plantea sus reparos, alaba sus logros, lo despierta cuando se adormece y lo saca a recorrer mundo más allá de la penumbra de las bibliotecas poco frecuentadas. Son el fruto de esto las variaciones. Las variaciones, imitaciones melódicas de un mismo tema, lindan con las versiones libres, las cuales a su vez lo hacen con las más ajustadas, como estas, aún, con las traducciones. Quien tiene agilidad salta y salva esas bardas y es capaz de firmar una traducción escrupulosamente fiel o, si se tercia, de recrear unos versos y usar el maderamen del original no como leña sino para hacerse la catapulta con la que asediar también él, y desde su ángulo, la fortaleza de la poesía. Son todas transformaciones, metamorfosis, y no hay que olvidar que el autor de las más famosas, Ovidio, tomó a capricho de otros textos que lo precedieron y de la mitología que impregnaba tantas fuentes en las que bebió.
Luis Alberto de Cuenca ha publicado hace poco Bloc de otoño (Viso), el más extenso de sus libros de poesía. En él, como ya en entregas anteriores, despliega un puñado de variaciones que, si harán las delicias del lector común, producirán todavía más placer a quien tenga alguna familiaridad con sus puntos de partida y en su oído resuene el eco de lo ya sabido, pero que aquí se presenta con la cara lavada y fresca.
Pesa en el poeta madrileño, sin duda, su condición de filólogo clásico, como se aprecia en la lista de variaciones del volumen: “Variación sobre un tema de Catulo”, “Variación sobre otro tema de Catulo” (ambos, sobre los quizá más conocidos poemas del amante de Lesbia, incurriendo en deliciosos anacronismos y puntos de fuga), “Variación sobre un tema de Íbico”, “Variación sobre un tema de Mimnermo”, “Variación sobre otro tema de Mimnermo”, “Variación sobre un tema de Alcmán” (que guarda sorprendentes paralelismos con uno de los poemas del relato irlandés sobre los amores de Diarmuid y Gráinne que en el siglo XX se aposentaron en un cancionero feniano), “Variación sobre un tema de Safo”, “Sobre un poema de Safo”, “Variación sobre un tema de Simónides”, “Variación sobre otro tema de Simónides”, “Variación sobre un tema de Arquíloco”, “Contra un fragmento de Arquíloco” o, finalmente, “Geórgica”.
El poeta Luis Alberto de Cuenca durante una lectura literaria
Precisamente en este poema con el que se cierra Bloc de otoño se da la clave de todo este rehacer, reformar, trasvasar: ante una paz idílica que hace pensar al poeta en versos ajenos y obras literarias o artísticas, este se pregunta de dónde “surge esta metafísica campestre”. Y se responde: “No de la realidad, sino del arte, / que es mucho más real. Porque esta geórgica / no es más que un homenaje a la ficción / de lo que crea el hombre, no a ese juego / cruel a que nos tiene acostumbrados / la vil Naturaleza que nos mata.”
Pero no se agota aquí la sombra de los clásicos, no necesariamente grecolatinos: ahí están, en mezcla con otros también queridos autores de la literatura universal, “Variación sobre un pasaje de Fausto”, “Variación sobre otro pasaje de Fausto”, “Webster, Sydney, Menandro” o “Sobre un verso de Donne” (que parte de El sol naciente del poeta inglés, uno de los poemas más conocidos de su intensa obra erótica). Añade así Luis Alberto de Cuenca, ya lo dije, a ejercicios suyos anteriores como “El cuervo” (su homenaje a Poe) y tantos otros, como “Hero y Leandro” (sobre el poema inacabado de Marlowe) o “Vuelve Guillermo de Aquitania” (a quien ya tradujo y que es autor del verso, aquí endecasílabo, más moderno de la literatura: “Haré un poema de la pura nada”).
En la obra de este autor culto y desenfadado, actualísimo y con los pies bien asentados en la tradición, abundan los poemas a la manera de, inspirados en; no es demérito sino, muy al contrario, bandera que hace ondear orgulloso. Como él mismo cierra “Inspirado en Faulkner”, de su libro anterior, no basta con que el poeta mire el pasado, hay traerlo al presente y proyectarlo en lo por venir: “Y su voz no ha de ser solamente memoria, / sino también columna en que se asiente / la condición humana, fundamento / que alivie su temor al vacío, mitigue / su angustia y vierta luces / en su noche perpetua.” No es un museo de arqueología la poesía de Luis Alberto de Cuenca, sino la barra de un selecto club que paradójicamente tiene las puertas abiertas y en el que se juntan nuevos y antiguos, y tertulian, y porfían, a la vez que llegado el momento entonan todos juntos el coro jovial de la amistad y la camaradería.