A Jesús Munárriz (San Sebastián, 1940) le debemos algunos de los mejores libros de poemas de nuestra vida. Ha dispensado alimento literario a dos o tres generaciones desde que en 1965 echara a rodar como editor su primer libro con la pólvora del mítico sello Ciencia Nueva: Ciencia y política en el mundo antiguo de Benjamin Farrington. Por entonces, decidió que sería un estepario del oficio, sin más compañeros de viaje que algunos de los mejores poetas de todos los tiempos. Y, de buena fe, que ha cumplido. Gasta, además, hechuras de poeta, traductor y bibliófilo coronado por unas cuantas joyas en papel. Este hombre que aquí ven, 42 años capitaneando Hiperión, es un señor exquisito, mundano, replegado hacia dentro, rozado de buena conversación, que usa un elegante humor --posiblemente, un derivado de la sabiduría-- para moverse entre su vida y el mundo. 

-“Yo nací en el cuarenta / y la paz empezó en el treintaynueve. / Así que me tocó / prácticamente toda”, confiesa en su poema ‘Cuarentena’. ¿Cómo fue su infancia?

-Mi niñez estuvo marcada por la Guerra Civil, aunque lo peor ya había pasado. Mi padre era de izquierdas, como casi todos sus hermanos, y, aunque era navarro, él vivía en Zaragoza, donde el golpe militar fue muy duro. Pero pudo escapar a tiempo y montó en Pamplona, con un voluntario carlista como socio, una sociedad dedicada al caucho. Por el lado de mi madre, un hermano luchó en el bando de la República y terminó exiliado en Uruguay. Otro acabó preso en el fuerte de San Cristóbal, donde diariamente fusilaban a varios internos. De allí salió con 16 años y el pelo completamente blanco por el sufrimiento. La gente no hablaba mucho de la guerra. Todos querían olvidarla. 

La poesía española vive hoy un momento rico, con muchos malos poetas y otros, muy pocos, buenos

-¿Ha gestionado bien España su memoria?

-Digamos que España nunca se ha llevado demasiado bien con su memoria.  

-Usted se alistó pronto en la lucha contra la dictadura. Y de la mano de Chicho Sánchez Ferlosio, nada menos. 

-Con Chicho [Sánchez Ferlosio] coincidí en la Facultad de Filosofía y Letras, donde él se matriculó, aunque realmente no hacía nada. Él no era de estudios oficiales, pero iba todos los días a la cafetería. Allí se presentaba con su crío pequeño y su mujer y  montaba una animada tertulia. Siendo quién era, nada menos que el hijo de un fundador de la Falange, era un hombre situado muy a la contra. Él fue probando: una temporada, comunista; luego pro-chino; más tarde anarquista… Iba de un lado para otro, pero evidentemente estaba en contra del sistema. Es curioso, porque le tenía mucho respeto a su padre, Rafael Sánchez Mazas, al que cuidó durante el último año de vida. Es más, Chicho y su mujer se fueron a vivir con él, con cáncer. Familiarmente se portaron muy bien. 

Jesús Munarriz / @JMSANCHEZPHOTO

-Y combatió el franquismo desde las filas del Partido Comunista. 

-Yo me casé con Lourdes Ortiz, mi primera mujer, prima carnal de Fernando Sánchez Dragó, que ya era comunista entonces, pese a todo lo que ha pasado luego. Fue él quien nos animó y nos presentó a un cargo del PCE, Jaime Ballesteros, que llegaría a ser diputado en las Cortes. A ver, para estar en contra del sistema, qué se podía hacer… Pues, poca cosa, salvo enrolarse en el Partido Comunista. Allí estuve diez años hasta que empezaron a pasar cosas que no nos gustaron, como lo del 68 en Praga. Ya en el setenta, lo dejé. Después de eso, no me he vuelto a organizar ni me he metido en ningún partido. La política no me gusta. Desde entonces, me he mantenido en una oposición teórica, no organizada, pero siempre en la izquierda. 

-Inició los estudios de Arquitectura, pero terminó Filología alemana. 

-En realidad, quería ser pintor, pero en casa no me tomaron en serio. Entonces, intenté hacer algo que tuviera relación con el arte y me fui a Madrid a estudiar Arquitectura. En el curso de acceso aprobé todas las asignaturas, salvo Matemáticas, Física y Química. Así pasé dos años hasta que se me cruzó la Literatura. Eso sí, tuve que dedicar otro año a aprobar Latín y Griego porque cursé el bachillerato científico. Luego, me metí en Filosofía y Letras, y allí opté por la Filología germánica. Éramos seis o siete en clase, no más. Pero, en esa época, también pinté y canté. Hice de todo, vamos [risas].  

La editorial Ciencia Nueva nació de un grupo con inquietudes intelectuales que quería saber hasta dónde se podía forzar la situación. Hiperión tardó en salir porque yo estaba en la lista negra 

-Entre otras cosas, ponerse al frente de la editorial Ciencia Nueva, que no es poco… 

-Por ideología, en España no se podían editar libros que a nosotros nos llegaban desde Argentina o México. Y quisimos hacerlo. Al principio, la montamos unos pocos compañeros de la facultad, pero el círculo se fue ampliando porque necesitábamos hacer frente a las deudas. Llegamos a sacar más de un centenar de títulos, pero nos cerraron al cabo de un par de años en un momento político de tensión. Fraga, por entonces al frente de Información y Turismo, quería quitar el estado de excepción porque ahuyentaba a los turistas, y los ministros militares –entonces, había tres: uno por mar, otro por tierra y otro por aire- dijeron que lo harían si él cerraba unas editoriales que habían surgido por ahí y que eran rojas, muy rojas. Y nos tocó, claro.   

-Imagino la intensidad de aquella etapa. 

-Éramos un grupo con inquietudes intelectuales que queríamos saber hasta dónde se podía forzar la situación. Había censura, voluntaria en una primera fase y obligatoria al final, pero, aun así, nos metíamos en la aventura. Recuerdo, por ejemplo, una vez que editamos a Ernst Bloch, un historiador marxista, y su libro dedicado a Thomas Münzer, el predicador del siglo XV. Los censores no sabían qué hacer con aquel texto en alemán y te daban la autorización inicial. Luego, tú contratabas la obra y pagabas a un traductor para, al final, tener que eliminar un capítulo entero. Pero, ¿cómo ibas a hacerlo después de toda la inversión? Tocaba entonces negociar… A veces, salía bien y otras mal, hasta que nos salió mal del todo. 

La política no me gusta. Desde que dejé en Partido Comunista en el setenta me he mantenido en una oposición teórica, no organizada, pero siempre en la izquierda

-De ahí a Hiperión, que tuvo un nacimiento lleno de dificultades. Tantas que echó a andar con el nombre de su madre. 

-Intenté obtener el permiso para la editorial dos o tres veces. Cada vez que había un cambio de ministro, lo pedía, pero siempre me decían lo mismo: "Usted está en la lista negra y nunca lo conseguirá". La última vez que fui, allá por 1975 con Franco de clínica en clínica, el director general me invitó a buscar a alguien que no tuviera antecedentes políticos. Sobre la marcha, entonces, le pregunté: ‘¿Mi madre?’. Y respondió: ‘Perfecto’. De ese modo, Hiperión se llamó Isabel Peralta durante año y medio o dos.

-Finalmente, eligió como nombre de la editorial el título de una obra de Hölderlin que acababa de traducir al castellano. 

-Bueno, en ese tiempo de espera, yo hice muchas más cosas. Por ejemplo, puse una librería, Robinson, en homenaje al personaje de Daniel Defoe, si bien una vez entró allí un señor inglés preguntando por el propietario: "Mister Robinson, please?" [risas]. También llevé un par de colecciones pequeñas y estuve en Siglo XXI, pero quería mi propia editorial. Por aquel tiempo volví a Alemania y comprobé que no existía una traducción del Hiperión de Hölderlin. Tanto tiempo y esfuerzo le dediqué que quise que fuera el nombre de la nueva editorial y el primer título que ésta pusiera en la calle.   

Jesús Munarriz / @JMSANCHEZPHOTO

-Hiperión nació en la primavera de 1976. ¿Ha cambiado mucho la edición de poesía?

-Ha cambiado mucho la edición de poesía y, si me apuras, casi todo. Acabo de salir de una librería y estoy abrumado. Veo libros en unas cantidades enormes y ya no conozco a casi nadie. Leo poca novela, pero sí poesía, donde hay muchísimas editoriales. Recuerdo que, al principio, éramos pocos, muy pocos. Estaba Adonais desde los años cuarenta, de donde salieron Blas de Otero, Francisco Brines y Ángel González, y luego otros competidores más pequeños. Ya en la época de Ciencia Nueva, había en Barcelona una editorial muy interesante que se llamaba El Bardo en manos de José Batlló. En una mala racha económica, él vino a nosotros para que acogiéramos su colección. Así editamos a José Ángel Valente, Pere Gimferrer… Era la mejor en aquel momento. Cuando nos cerraron, él logró llevarse sus libros a Barcelona. Quizás ahí pensé que, cuando yo volviera a editar, serían versos. 

-¿Ha tenido que sacrificar muchos de aquellos ideales del inicio por la dureza del negocio?

-Alguno que otro, sí. Por ejemplo, ahora nosotros editamos ocho o diez galardones literarios, que son un apoyo económico importante. Y lo hacemos, pese a que tenemos el premio Hiperión, sin dotación económica pero con un prestigio importante. 

Falta formación y falta lectura, que es como se aprende a escribir poesía. Los youtubers e instagramers venden muchísimo, pero su calidad deja mucho que desear

-¿Qué piensa cuando ve que la lista de los libros de poesía más vendidos está llena de youtubers e instagramers?

-Una vez me ocurrió que no conocía a ninguno de los que aparecía en el periódico, por lo que me fui a una librería y allí estaban todos perfectamente colocados en una mesa. Lo curioso es que esta apuesta se inició en sellos pequeños, pero ya se han apuntado las grandes editoriales como Planeta con el argumento de las ventas. Y, claro, es un fenómeno raro, muy condicionado por las redes sociales, pues se considera que si tienen 50.000 seguidores, hay 50.000 posibles compradores. Y, es cierto: venden muchísimo, aunque la calidad es más discutible. Los que he tenido entre mis manos, creo, dejan mucho que desear, pero no te puedes enfadar. Cada uno tiene derecho a publicar y a leer lo que le dé la gana. Sólo espero que alguno de esos lectores llegue algún día a Antonio Machado. 

-¿Cuál es, en su opinión, el estado de salud actual de la poesía española? 

-La poesía española vive un momento rico, con muchos malos poetas y otros, muy pocos, buenos. Luego, es curioso cómo la poesía conserva un prestigio social, pese a los pocos lectores que tiene. Todavía suena bien decir que eres poeta. 

-¿Cómo decide qué libro publicar?

-Diría que es una cuestión de gusto. Cuando llevas toda la vida leyendo, escribiendo y traduciendo, te llegas a formar un criterio y, claro, te fías de él. Publico, básicamente, lo que me gusta.   

-¿Al Jesús Munárriz poeta le ha influido el Jesús Munárriz editor? 

-Quizás para mal. Al poeta le viene mal la faceta de editor porque parece que publicas por esa razón, por la capacidad de influencia, por los amigos. Sin embargo, al editor le da igual si eres o no poeta. A mi poesía le ha servido más traducir y traducir mucho, porque aprendes de grandes autores, ya que te ves obligado a desmenuzarlos verso a verso, palabra a palabra. 

Al poeta le viene mal la faceta de editor porque parece que publicas por esa razón, por la capacidad de influencia, por los amigos. Sin embargo, al editor le da igual si eres o no poeta

-A usted lo han calificado de poeta de la experiencia. ¿Está cómodo en la etiqueta? 

-Así se ha etiquetado, durante años, a un tipo de poesía, pero dígame qué hay realmente que no sea experiencia. ¿Poesía de la imaginación? ¿Metafísica quizás? Todo es posible, pero, desde luego, todo lo que he escrito no es sólo poesía de la experiencia, sino de circunstancias, como decía Goethe. Siempre hay algo que te impresiona o te emociona o te indigna o te alegra y necesitas expresarlo. Es, entonces, cuando te viene un verso, el famoso verso, que te da pie para seguir escribiendo. Y lo marca todo: la métrica, el ritmo… Hay una parte de mecánica y de oficio que echo en falta en la joven poesía. Falta formación y falta lectura, que es como se aprende a escribir poesía 

-¿Qué le apetecería traducir? 

-He traducido mucho y no paro. Hace poco encontré unos poemas eróticos franceses y me puse con un par de ellos que me gustaron mucho. Uno de ellos era de Apollinaire, realmente subido de tono. Tengo también dos o tres libros traducidos al completo y pendientes de publicar. 

-Poeta, editor, traductor, bibliófilo... ¿Con qué faceta se siente más identificado? 

-A mí, realmente, lo que me gusta es ser poeta, pero serlo en España con unos pocos poetazos de primera fila es un poco suicida. La competencia es durísima. Empiezas, por ejemplo, por los hermanos Machado y Juan Ramón Jiménez y te paras a pensar: ¿qué hago yo al lado de ellos? Pero, bueno, si es lo único que sabes hacer bien, por qué no. Algún buen poema quedará.