Sometida a los reflectores del interrogatorio, confiesa la etimología que la palabra crisis procede del griego, y que significa originalmente juicio, escrutinio. Quienes estudiamos letras en el bachillerato y hoy rondamos la cincuentena tuvimos, y algunos conservamos incluso, el diccionario de griego de Pabón. Compruebo ese significado abriendo sus tapas grises al tiempo que hojeo algunos de los libros de poesía que primero leí, obra de un grupo que con el sobrenombre de Novísimos y la potencia de lo esdrújulo lo fue casi todo en el panorama poético patrio. También a ellos, transcurridos cincuenta años, les ha llegado el momento de la crisis; una crisis que no es ya de menopausia (en el caso de la única componente del grupo) ni de andropausia (el de los ocho restantes).
Una crisis que, en el sentido griego, es de examen y evaluación, de balance, de ponderar qué fueron, qué sol los iluminaba entonces y hasta dónde alcanza ahora su sombra, que hundía sus raíces no en el momento en que la antología salió de la imprenta, sino un par de años antes, al menos. 1968 es el año que también se ha utilizado como marbete del grupo, aunque con capacidad de recoger bajo esa datación a más poetas. Es de esto de lo que se cumple medio siglo. Otros, sin embargo, prefieren denominarla Generación de 1970. Este baile de fechas no es nada nuevo, basta recordar lo sucedido con la Generación del 27, que atendió a varios nombres y que Cernuda, una de sus más altas voces, prefería llamar de 1925 (aunque él había publicado su primer libro en 1927, meses antes del cónclave gongorino en Sevilla).
José María Castellet
La poesía que se hacía en España hacia 1965, vísperas de la publicación del libro de Castellet Nueve novísimos poetas españoles (1970), no era el monolítico bloque con el que querrían despacharla los manuales de literatura, también ellos bloques monolíticos en su mayoría, por no decir ladrillos. No se libró una batalla entre una estética uniforme nueva y otra antigua. Más bien quedó constancia de una fragmentación del territorio lírico, abierto en muchas taifas simultáneas. Coincidían muchas más tendencias de lo que suele reconocerse, que gravitaban sobre numerosos centros, y la poesía social, tan denostada, no era ni mucho menos la única posibilidad de hacer versos que se daba en nuestro país.
La poesía que se hacía en España hacia 1965, vísperas de la publicación del libro de Castellet,no era el monolítico bloque con el que querrían despacharla los manuales de literatura
De hecho, la generación anterior que atendiendo a lapsos de quince años correspondería (la del cincuenta, con Jaime Gil de Biedma y Ángel González, por citar dos exponentes), aunque a veces tocara temas civiles, apenas tenía nada que ver con ese discurso cansino de poesía con mensaje, militante, “concienciada”. Estaban haciendo su obra grandes poetas como Valente, Caballero Bonald o Aquilino Duque, los tres con grandes diferencias entre sí, aunque compartieron, mesta poética, el dato biográfico de su trashumancia fuera de España.
Por otra parte, Aleixandre, de la Generación del 27, seguía al pie del cañón y tras recoger sus obras completas daba, nuevos, los Diálogos de la Consumación en 1968. Además, en la tertulia de su casa o epistolarmente, orientaba y animaba a muchos jóvenes poetas, entre los que se contaban varios de los novísimos. Y un poeta fenomenal de la del 36 como Luis Rosales, por ejemplo, seguía escribiendo y rompía las costuras del garcilasismo anterior, que lo había constreñido, con libros tan espléndidos como La casa encendida (cuya segunda edición, ampliada, es de 1967). Dos gigantes inclasificables, Juan Eduardo Cirlot y Carlos Edmundo de Ory, estaban por su parte creando sendas obras magníficas, aunque muy poco conocidas en su momento. De hecho, el ciclo Bronwyn del primero deja en pañales todo el vanguardismo de los novísimos.
El editor Carlos Barral
Pero el caso es que tras la estela de la antología italiana I novissimi (1961, segunda edición de 1965) con poetas como Sanguinetti o Giulani, José María Castellet reunió a un grupo de poetas españoles. Lo hizo como apéndice de la gauche divine y de las noches de la discoteca Boccaccio, y no en vano el editor fue Carlos Barral. Manuel Vázquez Montalbán, Ana María Moix, Pedro Gimferrer, Félix de Azúa, Guillermo Carnero, Vicente Molina Foix, Antonio Martínez Sarrión, José María Álvarez y Leopoldo María Panero fueron los poetas escogidos por Castellet. Dejaba fuera al hermano mayor de este, Juan Luis, que no sería conocido hasta la edición de su poesía reunida, Juegos para aplazar la muerte, en 1985. Llama la atención que entre ellos no figurara un solo andaluz, habiendo tantos poetas de primera fila dorando con su voz el Mediodía, y que por el contrario hubiera cuatro catalanes (específicamente, barceloneses), más dos que también tuvieron su base o estudios en la Ciudad Condal.
Los rasgos comunes eran el culturalismo y la contracultura, lo pop y lo camp, el rock y el Rick de Casablanca. Venecianismo, paisajes franceses y también calles londinenses
Se le atribuyó ser una operación de marketing, más allá de la calidad literaria, toda vez que varios de los tocados por la varita mágica del antólogo o astrólogo aún no habían publicado un primer libro de poemas. Y más, a posteriori, si se ve en qué fue a parar la obra breve de algunos de esos jóvenes. Los rasgos comunes eran el culturalismo y la contracultura, lo pop y lo camp, el rock y el Rick de Casablanca. Se habló de venecianismo, presente en Arde el mar. Pero hubo asimismo paisajes franceses o las rúas londinenses (Así se fundó Carnaby Street). Por otra parte, aunque también de la misma época y con elementos afines, Antonio Colinas o Luis Alberto de Cuenca, de quien se están reeditando hoy sus libros de la época, podrían haber formado parte de una antología que no fuera tan estrecha, como también, acercándonos un poco más en el tiempo Luis Antonio de Villena. Hay muchos más nombres (se puede citar a José Luis Giménez Frontín, José Miguel Ullán o Francisco Ferrer Lerín), y varias aproximaciones y antologías han tratado de redibujar el retrato de aquella nómina que, en honor a la verdad, no pretendía ser exhaustiva.
Un tercio de los integrantes ya no viven. Salvo Félix de Azúa, los cinco supervivientes se reunieron en 2012 en Cosmopoética, el festival cordobés, a la sazón dirigido entonces por Joaquín Pérez Azaústre. Aunque dos de ellos estaban mal avenidos, la impresión del público fue que, entre alguna salida de tono de Martínez Sarrión y el disparate continuo de Panero (que ora levantaba un puño, ora empinaba el codo, no con mollate sino con coca-cola), constituían un grupo aún vivo, intenso y cohesionado no solo en la fotografía oficial para la que también posaron poetas más o menos coetáneos de aquel grupo del 68 como el algo Jaime Siles, Marcos Ricardo Barnatán, Antonio Carvajal o Jenaro Talens.
Manuel Vázquez Montalbán
En un artículo publicado en 1985, Vázquez Montalbán escribió: “Castellet, de un colectivo de 10.000 poetas jóvenes, o los que fueran, seleccionaba nueve, con lo que sembraba 9.991 agravios, multiplicados por los agravios compartidos de los amigos, amigas, novios, novias, amantes, maridos, esposas, madres, padres, tíos, tías, abuelos, abuelas de los 9.991 no escogidos”. Tenía razón. Fue una selección muy española, dada la envidia y cainismo que suscitó. En cuanto a las características, se dio vacaciones a las formas cerradas como el soneto (aunque vía Pound se compuso alguna sextina), se desdeñó la rima (esposa formal repudiada en favor del amor libre, digo del versolibrismo), se propició el versículo, se enjoyaron los poemas con palabras modernistas y otras extranjeras, y el cine (como en el 27) volvió a ocupar las pantallas (las páginas). Curiosamente, aunque no hubiera andaluz alguno que orara en aquella novena, uno de los poetas más destacados, Carnero, volvió la atención sobre el cordobés grupo Cántico, heredero del 27. También Gimferrer participó de ello. Hay otra manera de entender las generaciones y los grupos: viendo más los puentes que los fosos, las escaleras alzadas en el tiempo que las elevadas murallas.
Fue una selección muy española, dada la envidia y cainismo que suscitó. Obviaba el soneto, desdeñaba la rima en favor del versículo y los poemas se enjoyaban con palabras modernistas y extranjeras
Un repaso sucinto de aquellos poetas muestra destinos muy dispares: Vázquez Montalbán fue mucho más reconocido como periodista, novelista y gastrónomo; Panero entró en una locura ya apuntada en la que casi todo eran haces de citas y citadas heces; Moix se dedicó a la novela y a la edición; Azúa ha cultivado el ensayo y hará pronto dos lustros se ha marchó dando un portazo de la Cataluña cada vez más demencial que más que para poesía da para coplillas satíricas; Álvarez, aunque mantiene el tipo, ha ido engordando y engordando el volumen que compila su poesía, Museo de cera; Molina Foix ha escrito poca poesía, aunque recogió la completa, y noveliza su vida y la del grupo y sigue prestando atención al cine; Martínez Sarrión, autor de notables memorias, casi perdida la vista sigue escribiendo versos y publicándolos.
Leopoldo María Panero en un fotograma de El Desencanto, de Jaime Chávarri
Gimferrer (desde hace décadas Pere) acaba de sacar un nuevo libro en español, siguiendo en la racha de esta lengua después de haber sido un tiempo poeta solo en catalán; Carnero, el más constante con el anterior, también ha publicado libro nuevo hace pocos meses y ha renovado en sus lectores la indeclinable impresión de su maestría. Como fue habitual, varios de ellos coquetearon con el comunismo, pero hoy están más favor de los derechos humanos que del derecho al homicidio por justa que parezca la causa. Y los hay de una inclasificable derecha liberal anarcoide, como en el caso de Álvarez, siempre con corbata (como Gimferrer).
Un tercio de los integrantes ya no viven
A la interrogación antes formulada de hasta dónde alcanza la sombra de los Novísimos habrá que contestar que hasta aquí mismo, bien que sea una sombra menos tupida, ralo ya el follaje después de la muerte de varios de los miembros: primero Vázquez Montalbán y luego en cuestión de meses Moix y Panero. Su vigencia hay que verla en poetas como José Luis Rey, que en su torrencial procesión irracional sigue el magisterio de Gimferrer (a quien dedicó una extensa monografía). Y en las chicas, que el gran fenómeno contemporáneo del género es el de las poetas: inconformes, experimentadoras, libérrimas, metamorfoseadas.
Los novísimos son una sinécdoque de toda la poesía que se hacía a finales de los sesenta. Como siempre sucede en la poesía, su lección no ha de ser qué hicieron ellos, como modo estático, sino el dinamismo de su ruptura. No dónde se sentaron sino, venciendo la pereza, el deseo de no acomodarse.