Jordi Doce (Gijón, 1967) es uno de los poetas más destacados de su generación. Tiene varios libros publicados en ese género (el último, No estábamos allí, 2016), pero también es autor de ensayos que han explorado algo que aquí es relevante para la novedad editorial que nos ocupa, pues ha estudiado las relaciones entre poetas españoles y británicos, lo que viene a ser una declaración de amor a ambas lenguas, a ambas literaturas. Así, hace trece años dio a la imprenta Imán y desafío: presencia del romanticismo inglés en la poesía española contemporánea. Ahora publica en Trea Libro de los otros, un volumen de más de 400 páginas en el que reúne un buen número de versiones de poetas que han escrito o escriben en la lengua de Shakespeare, sean estos del país que sean (los hay de Norteamérica, incluido Canadá, más ingleses, galeses, escoceses e irlandeses, junto con alguno de otra procedencia que, como Nabokov, optaron por el inglés como vehículo de su poesía).
Doce, siendo asturiano (aunque con muchos años de residencia en Madrid), no tiene apenas nada en común con los poetas que han ido conformando su sensibilidad en torno a la figura de José Luis García Martín y las tertulias que este promueve en Oviedo desde hace décadas. De todos los que han pasado por ellas con quien más puntos de contacto tiene es con Martín López-Vega, el más abierto a otras tradiciones y formas de concebir y dar a luz el poema. La poesía de Doce es --ensayemos una caracterización reticente-- algo oscura, amiga de un irracionalismo que no llega a desbordarse, más desembarazada en lo formal métrico de lo que se estila por estos pagos (en esto se acerca a cierta poesía hispanoamericana). Sin duda ha contribuido a ello la lectura, el conocimiento, el disfrute de tantas voces de poetas de lengua inglesa, un trasterramiento tonal que ya en su día fue muy provechoso para Luis Cernuda, quien a partir de su exilio en la Gran Bretaña adquirió su plenitud en dos colecciones espléndidas: Las nubes y Como quien espera el alba.
El trasterramiento tonal ya en su día fue muy provechoso para Luis Cernuda, quien a partir de su exilio en la Gran Bretaña adquirió su plenitud en dos colecciones espléndidas: Las nubes y Como quien espera el alba
Hoy se pueden leer las traducciones que Cernuda hizo de los poetas en lengua inglesa en el tomo correspondiente a su propia poesía dentro de su Obra completa. Vienen a ser así un apéndice de su obra, un diálogo con ella. En Libro de los otros, Doce reúne sus versiones y sigue así la estela de poetas que hicieron lo propio, muchos entre los mejores, de Octavio Paz a Robert Lowell. El recorrido que ofrece Doce no es lineal cronológico: hay saltos en el tiempo y en el espacio. Pero en este itinerario irregular, sinuoso a veces, él acompaña como cicerone y va explicando las circunstancias en las que se puso a traducir los poemas y da las pinceladas justas sobre sus autores. En ningún caso se ofrece el texto original, lo que hace más autónomas las versiones. De hecho, en los créditos del libro el único titular de derechos que se hace constar, junto con el de la casa editorial, es el de Doce.
No es ni mucho menos lo único que ha traducido a lo largo de los años el poeta, pues ha venido publicando traducciones de Eliot, Auden Hughes, Simic, Tomlinson, Blake, Carson o Burnside, sin ser exhaustivos. Algunas de esas traducciones comparecen aquí parcialmente, más muchas otras que proceden de antologías y revistas y de libros de autores que ha ido descubriendo en este tiempo. A veces ha retomado aproximaciones antiguas, realizadas muy al comienzo de su carrera, y en otros casos las versiones están casi recién nacidas. Muchísimas, no sé si la totalidad, vieron la primera luz en la pantalla de los ordenadores cuando se incluyeron en Perros en la playa, el blog de Doce. Que hay voluntad de que no quede todo en traslaciones rasas queda declarado en el prefacio: “la certeza de que la necesidad --la exigencia-- de crear poemas de pleno derecho en nuestro idioma no hace sino devolvernos con más intensidad al llamado texto original, cuya fuerza crece en relación proporcional con su capacidad para generar nuevas versiones.”
En algunas ocasiones, uno ha traducido o traduciría de otra manera, como es inevitable que suceda cuando dos o más personas se acercan al mismo texto
Aquí las hay de poetas difíciles como Muldoon o Ashbery, y también de poco conocidos entre nosotros como Bly, o Fallon. Pero igualmente reivindican su lugar en el muestrario (que no aspira a ser canon o antología) Dickinson, Donne, Graves o Pound. Doce atina en sus comentarios, que también conciernen a los obstáculos y trampas que ha de sortear la traducción, como cuando recuerda que “el gerundio da siempre muchos problemas en español --Borges aconsejaba evitarlos a toda costa--”. También revela que a menudo no queda satisfecho con sus versiones, a pesar de volver sobre ellas. Y observa: “Lo cual demuestra, supongo, que cada trabajo tiene su momento, que los textos encuentran su enunciación final cuando quieren o les resulta conveniente”.
En algunas ocasiones, uno ha traducido o traduciría de otra manera, como es inevitable que suceda cuando dos o más personas se acercan al mismo texto, pero en general admira los numerosos aciertos que aquí se despliegan, y envidia más de una solución. Traducir ayuda mucho a un poeta. Puede afirmarse, así, que estas apropiaciones no son indebidas, sino también un catálogo de deudas, de saldos que se deben, acreedores, a los poetas originales.