En el mundo de la traducción, ¿qué hay que no sea interesante, si cada palabra trae un asombro en el pico, si cada bandada --cada frase-- porta una algarabía por el cielo? Con todo, uno de los fenómenos más enriquecedores para quien quiera fijarse en él es el de las traducciones que hace de su propia obra un autor. Hablamos, efectivamente, de escritores bilingües. Es el caso de autores de países con varias lenguas, como Irlanda, Gran Bretaña o, no hay que ir tan lejos, España; o el de autores que trasmigran, como aves. La autotraducción es algo que han practicado numerosos poetas en las diferentes lenguas peninsulares. No bien acaba uno de leer y disfrutar La tierra y el cielu / La tierra y el cielo (Impronta, 2017), el último libro de poemas de Pablo Antón Marín Estrada, que ha escrito los poemas primero en asturiano y luego los ha trasladado al castellano, cuando hace otra lectura, igualmente gozosa, de la más reciente entrega de Joan Margarit: Un asombroso invierno (Visor, col. Palabra de Honor, 2017). Aquí, el poeta nacido en La Segarra (Lleida, 1938) vuelve a ofrecer un libro originalmente compuesto y publicado en catalán, a continuación traducido por él mismo.
La autotraducción encierra la posibilidad de una traviesa trampa nominal, vía prefijo: la creencia de que el término alude a una traducción automática, a algo que puede hacer una máquina, un programa informático. Nada más lejos de la realidad: la traducción que un autor hace de algo que ya ha escrito en otra lengua no tiene nada de maquinal, carece de automatismo. Ha de ser, por el contrario, algo muy calculado. En el caso que nos ocupa, porque Margarit fue catedrático de esa materia, exige cálculo de estructuras; y estas no son solamente las sintácticas, sino también y más aún, porque modifican aquellas, las rítmicas.
Beckett, Nabokov y Brodsky se autotradujeron. Pound, que hizo su tesis sobre Lope de Vega y visitó el Burgos de Mío Cid, aconsejó a su traductor al español, Vázquez Amaral, que el título de su gran poema épico, Cantos, pasara a ser Cantares en español (precisamente por el poema que recuerda las hazañas de Rodrigo Díaz de Vivar). En España, están los casos brillantes del enorme Álvaro Cunqueiro, Carlos Casares o Manuel Rivas por la banda de Galicia; el del guipuzcoano Bernardo Atxaga por lo que hace al vascuence; o a Joan Perucho, Carme Riera, Valentí Puig y Pere Gimferrer, entre muchos otros, en lo que concierne al catalán.
La traducción, un nuevo poeta
Cualquier lector de Margarit sabe de la excelencia de su poesía, que no se ha estancado ni retrocede en calidad. Lo que seguramente pase por alto a los lectores catalanoparlantes que leen sus libros en las ediciones monolingües de la editorial Proa es que --es mi impresión, pero creo no equivocarme-- Margarit es cada vez mejor traductor de su poesía al castellano. Un examen detenido brinda numerosas lecciones y despliega todo un muestrario de soluciones que el amante de la poesía (y el de la traducción bien hecha) apreciará. Ya en el título (en el frontispicio de la portada, no en las más escuetas cubierta y sobrecubierta) se plantea una cuestión nada baladí: no puede haber equivalencia de lo que tiene diferente forma prosódica. Un hivern fascinant pasa a ser Un asombroso invierno. No es una decisión del todo caprichosa la que origina el cambio: el heptasílabo catalán no habría podido pasar tal cual al hipotético Un invierno fascinante porque entonces se metamorfosearía como el protagonista de la novela de Kafka en un bicho (aquí, de ocho patas, un octosílabo). Habría sido necesario optar (el castellano es lo bastante dúctil) por Un fascinante invierno. ¿Por qué ha elegido el poeta Un asombroso invierno? Bajo el título doble, una aclaración editorial sumamente reveladora: “Poemas en castellano del autor”. Es decir, que Margarit asume que la traducción de un poema ha de ser un nuevo poema en la lengua de llegada.
Muy frecuentemente Margarit busca fórmulas para que la solución sea rítmica, aunque no necesariamente un calco del original; así, hay alejandrinos que pasan a endecasílabos (con el apoyo o la calza de un primer sintagma desgajado): Una dona a un portal me mira amb mala cara se convierte en “Desde un portal, / una mujer me mira con reproche.” Sucede también que en la mayoría de las traducciones haya al menos un verso más. El catalán tiene muchas palabras más cortas que sus correspondientes castellanas, y esto hace que se produzcan esos suplementos que no resultarán extraños a quien haya vertido poesía del inglés. Un caso extremo es el del poema D’injúries, cuyo verso tercero (un alejandrino) se desdobla en dos (endecasílabos) en la traducción: "Els hi porten també homes i dones grans" muda en “También los llevan hombre y mujeres / que dejaron atrás su juventud”, donde todo el segundo verso es una amplificación --con acento en sexta, eso sí-- del grans que quedó al filo del verso anterior.
Anotaría mil cosas, pero no hay espacio. La poesía de Margarit se compone de dos hemistiquios interrumpidos por la cesura que divide a las páginas pares de las impares. Ambos hemistiquios --catalán, castellano-- producen su verso. También, el deleite de quienes por fortuna pueden leer y comparar ambas lenguas.