“Mossen Ausias March, el qual aún vive, es grand trovador e ome de assaz elevado espíritu”. Con estas palabras elogiaba el Marqués de Santillana la fama del poeta valenciano, a mediados del siglo XV, que moriría poco después, en 1459. Hasta la primera edición impresa en Valencia en 1539 circularon sus poemas manuscritos en catalán —lemosina, como se decía entonces—. Incluso después de esa fecha persistió la difusión de copias a mano.
En el siglo XVI, los poemas de Ausiàs March habían alcanzado gran prestigio en Castilla. Ya en aquella primera edición de 1539, junto al texto original, se había incluido una versión en castellano de Baltasar de Romaní, poco afortunada, reimpresa de nuevo en Sevilla en 1553 pero sin el texto en catalán.
Consecuencias de una traducción defectuosa
Joan Fuster sugirió que pudo ser esa traducción defectuosa y fragmentaria de Romaní la que despertó el interés de lectores barceloneses y valencianos por leer con más garantías al poeta. Fue en ese contexto de recuperación de los poemas de March cuando Juan Boscán o Joan Boscà (tanto da) impulsó las primeras ediciones barcelonesas en catalán de 1543. Para facilitar la lectura se incluyó “una declaratió en los marges de alguns vocables scurs”. En las siguientes ediciones de 1545 y 1560, las postillas marginales y cualquier añadido fueron puestos al final de la obra por orden alfabético (Taula y alfabet dels vocables scurs), con la particularidad de que la palabra catalana iba generalmente acompañada de su correspondencia en castellano. Es comprensible que ante tanta facilidad para la lectura tuviesen una amplia difusión estas ediciones barcelonesas.
Así fue como a mediados del siglo XVI había lectores castellanos y catalanes de los poemas originales de March. Algunos los leían y memorizaban con la misma devoción que los italianos hacían con Petrarca, aseguró el humanista toscano Giraldi en 1545. Después de muerto, March se había convertido en el mejor embajador de las excelencias del catalán por tierras castellanas. No ha de extrañar que el capellán real Juan de Resa se embarcase en un proyecto editorial multilingüe e ibérico. En 1555, publicó en Valladolid una versión original de los poemas de March, con los elogios del portugués Jorge de Montemayor y acompañada de un vocabulario catalán-castellano del mismo Resa.
Unos años más tarde, en 1560, Montemayor publicó en Valencia la primera parte de su elegante y bastante fiel traducción al castellano, que de nuevo fue reimpresa en Zaragoza en 1562 y en Madrid, en 1579. Un año más tarde, era El Brocense el que leía y traducía versos de Ausiàs March. Garcilaso, Diego Hurtado de Mendoza, Fray Luis de León, Fernando de Herrera, Lope de Vega, el conde de Villamediana, y tantos otros, como recordó Martí de Riquer, habían leído con pasión versos del poeta valenciano. Hasta Francisco de Quevedo, en los márgenes de un ejemplar de la edición valenciana de 1539, se atrevió a traducir en “redondillas” castellanas cinco poesías de March.
Irrepetible
Pero ¿a quiénes iba dirigida aquella edición vallisoletana en catalán? Juan de Resa acababa la introducción a su vocabulario con este explícito comentario: “Todo lo sobre dicho se ha notado para nuestros castellanos, y que del todo ignoran aquella lengua, que con los valencianos y catalanes, ni con los castellanos expertos en ella, no es mi intención hablar, pues lo entienden muy mejor que yo”.
Una aventura editorial de estas características hoy día parecería irrepetible. Y si se pudiese realizar, habría que seguir el consejo de Resa y evitar a esas elites culturales impertinentes —la clerecía de cada momento—. Son esos ideólogos y practicantes de nacionalismo, de uno y otro lado, los que estorban, por su incapacidad para comprender estas empresas culturales que, aunque del siglo XVI, superan ampliamente sus estrechos y cerrados horizontes del siglo XXI.