¡Uy, qué valiente es el jurado del Premio Nobel de Literatura! ¿Valiente? Atrevido. Arriesgado. Temerario. Casi suicida. Y qué olfato ha demostrado, qué instinto para descubrir en el más recóndito villorrio del planeta a un excelente poeta, pero oscuro y pobre de solemnidad, cuya obra, al ser potentemente iluminada por la publicidad que rodea al Nobel, podrá por fin mostrar, como una flor que se abre al anochecer, toda su belleza y su esperanza a miles de lectores que no lo conocían y que por fin tendrán acceso a ese tesoro escondido. Además de que la sustanciosa dotación económica sacará de apuros al pobre poeta, ¡que buena falta le hace!...
Es broma, claro. Ese jurado, al sancionar con su plácet estocolmés o estocolmino a Bob Dylan, que resulta que es el trovador más universalmente conocido y venerado, multimillonario en dinero y en seguidores, un icono pop, objeto de miles de libros y tesis doctorales, ha incurrido en redundancia, en reiteración, en contumacia; ha sido superfluo; ha hecho el ridi. Ni a Dylan le ayuda esa distinción para nada (aunque a nadie le amarga un dulce y seguro que no le hace ascos) ni ésta beneficia a nadie que a estas alturas tenga que descubrir su talento o su obra. En fin: que el premio no tiene ningún sentido, salvo quizá el de celebrarse a si mismo.
Ni a Dylan le ayuda esa distinción para nada ni ésta beneficia a nadie que a estas alturas tenga que descubrir su talento o su obra. El premio no tiene ningún sentido, salvo quizá el de celebrarse a si mismo
Con su proverbial agudeza y suave ironía, Leonard Cohen ha resumido así el caso: "Es como si le pusieran una medalla al Everest por ser la montaña más alta". Como Cohen es un señor tan elegante, no ha querido formular el final de su idea, que es --no me cabe la menor duda-- éste: "Darle el Nobel a Dylan es poco menos que ofenderle".
En efecto, ¿quiénes se habrán creído que son esos señores estocolmenses, estocolminos o estocolmoides para ponerle su medalla al Everest?
Tengo amigos que se han alegrado y casi se han emocionado. Como si el Nobel les confirmase en sus gustos, como si les dijese: "Sí, chicos, teníais razón, eso también es literatura".
Esto, amigos, es tomarse la alada poesía poco en serio y tener una actitud pueril ante los premios y los castigos. Es la mentalidad del hincha que celebra estentóreamente un gol del Barça al Alcoyano.