Podría entenderse como lo que es: una impertinencia. Pero lo pensamos desde hace mucho tiempo y en contra de la opinión general. La verdadera calidad de página de un escritor --ya sea en acto o en potencia-- se vislumbra, antes que en las líneas de sus obras mayores, en aquellas otras que pertenecen a los libros fragmentarios, menores, alimenticios o secundarios que alumbran todas las trayectorias literarias (que en el mundo han sido). Ocurre con los grandes nombres y con los poetas menores. Y, por supuesto, la norma se cumple sin excepción en el caso de los autores intermedios. Un ejemplo palmario es el caso de Federico García Lorca, poeta mayúsculo al que la leyenda de su tragedia personal --ese asesinato sin tumba-- ha hecho tanto bien como mal, diríamos que casi a partes iguales.
Lorca, en efecto, es el símbolo de una España prometedora y luminosa frustrada por la intransigencia, la ignorancia y la violencia. Pero, frente a lo que se ha visto en días recientes en sitios como el Parlamento de Andalucía, donde su recuerdo ha sido manipulado de forma obscena por los distintos grupos políticos, su obra no es patrimonio ideológico de nadie. Pertenece a todos sus lectores por igual, sean éstos quienes sean. Y, como lectores tempranos, no podemos sino sentir una honda emoción prosaica cuando releemos, treinta años después de haberlo descubierto por vez primera, el prólogo de Impresiones y paisajes, su primer libro, que ahora resucita Biblioteca Nueva en una deliciosa edición encomendada a Jesús Ortega y Víctor Fernández que ilustra Alfonso Zapico, Premio Nacional de Cómic.
Lorca (segundo por la derecha; fila inferior) junto a sus profesores y compañeros / Archivo Ian Gibson - Patronato Fundación García Lorca
La poesía es emoción
El texto que nos deslumbra dice así: "La poesía existe en todas las cosas, en lo feo, en lo hermoso, en lo repugnante: lo difícil es saberla descubrir, despertar los lagos profundos del alma. Lo admirable de un espíritu está en recibir una emoción e interpretarla de muchas maneras, todas distintas y contrarias". Lorca tenía 18 años (escasos) cuando compuso esta líneas que, frente al idealismo de la tradición que lo precede, reivindica el poder del sujeto como verdadero creador del arte. Es un síntoma inequívoco de la modernidad de un libro, con frecuencia minusvalorado, donde el poeta de Granada ensaya distintas formas de mirar el mundo y comienza a percibir --a la vista de todos aquellos que sepan contemplar el espectáculo-- que las retóricas heredadas, aunque hayan funcionado durante mucho tiempo, son insuficientes para transmitir el ánimo de un alma como la suya, llena de prisa, plena rabia y encendida por la ansiedad de vivirlo todo.
Como explica Víctor Fernández en "El nacimiento de un escritor", Impresiones y paisajes tiene algo de retrato de un artista adolescente, en la flor misma de la edad vacilante, que debuta en el incierto mundo de las letras después de ver frustrada su vocación musical por la muerte de su maestro Antonio Segura Mesa --"ese santo que sufría sus antiguas pasiones al conjuro de una sonata de Beethoven"-- y la negativa de su padre de costearle un viaje de estudios a París para estudiar piano, prefiriendo darle una carrera universitaria (de provecho) en Granada.
Oposición paterna
La primera edición de esta entrañable gavilla de prosas impresionistas --este no es un libro narrativo, sino sentido-- fue costeada, quizás a modo de compensación, por el progenitor del poeta, no sin antes cerciorarse de que la incursión literaria de su vástago no terminaría siendo motivo para la burla social de toda la familia en aquella urbe de provincias. Lorca lo expresa, bajo la fórmula de la captatio benevolentiae, en la obertura:
"Este pobre libro llega a tus manos, lector amigo, lleno de humildad. Te ríes, no te gusta, no lees más que el prólogo, te burlas…es igual, nada se pierde ni se gana…es una flor más en el pobre jardín de la literatura provinciana…Unos días en los escaparates y después al mar de la indiferencia".
Debut literario oculto
Fue un augurio cierto: la edición casi al completo, ilustrada por Ismael González de la Serna y encomendada a Paulino Traveset, que cometió errores tipográficos y de composición sinnúmero, se guardó durante años en la Huerta de San Vicente, descontados aquellos ejemplares dedicados a los amigos de la familia y a los camaradas del casinete del Café Alameda. El volumen también le costó a Lorca la amistad con su maestro Berrueta, aunque la causa exacta de la ruptura entre ambos siga siendo todavía un misterio.
Fue un augurio cierto: la edición casi al completo, ilustrada por Ismael
Se trata de un debut literario bisoño pero, al mismo tiempo, lleno de una seguridad envidiable. En Impresiones y paisajes está no sólo el antecesor del poeta que unos años más tarde asombraría a su siglo, sino un escritor cuya poética encontramos ya básicamente definida: es el individuo el que construye la realidad literaria. Y habla del mundo exterior sólo en la medida en que refleja su interior. Se trata de una perspectiva romántica del arte que, en el caso de Lorca, se torna profundamente prosaica. Porque el poeta andaluz, igual que Baudelaire, se dirige directamente a su "amigo lector" --"¡hipócrita lector, mi prójimo, mi hermano!", escribió el poeta francés-- y le confiesa, sin máscaras de por medio, que lo que va a leer son "interpretaciones de recuerdos, de paisajes, de figuras". Esto es: una traducción sensorial de algunos paisajes castellanos y andaluces que, por metonimia, representan el mundo espiritual de un joven escritor que --algo que no es nada casual-- en lugar de versos escribe prosas y, mediante este ejercicio artístico, "agranda las cosas pequeñas y dignifica las fealdades, como hace la luna llena al invadir los campos".
El individuo como guía
Esta voluntad por anteponer la mirada del individuo a cualquier otra regla de composición explica que Lorca empiece ya desde este libro a cuestionar las mismas formas genéricas que emplea en un evidente ejercicio de emulación de sus mayores. Elaborado a partir de apuntes de excursiones y artículos publicados en periódicos, junto a piezas escritas en la intimidad de la evocación solitaria, en Impresiones y paisajes pueden rastrearse, como ha señalado parte de la crítica, con su devoción por las tipologías, las influencias culturales de su tiempo, desde el regeneracionismo al romanticismo, pasando por el simbolismo y el modernismo más temprano. Un sincretismo de estilos donde son visibles las huellas de Unamuno, Azorín, el Baroja de Camino de perfección, Verlaine, Lautréamont, Machado o la pintura de Sorolla.
Esta voluntad por anteponer la mirada del individuo a cualquier otra regla de composición explica que
El lenguaje de la modernidad literaria asoma así, tímido, en este librito de juventud, donde se mezclan los géneros, la descripción sustituye a la narración y la forma literaria natural brota a partir de la voluntad de expresión, no al contrario. Lorca no llega a quebrar por completo las normas literarias, pero sí percibe su anacronismo y comienza a explorar el sendero de la condensación poética, la fuerza del fragmento, la capacidad de sugerencia del retrato del natural y la teatralización de un mundo –aquella España sobria y rotunda– que le llevará, justo antes de su infame asesinato, a la cumbre de la poesía de vanguardia en español. Donde todavía reina.