En el Santa Mònica, la exposición 55 urnas por la libertad, entre fotografías documentos y objetos relativos a los golpistas catalanes presos, se exhiben 55 urnas, de las utilizadas en el famoso referéndum de independencia, manipuladas por otros tantos "artistas" locales, que se han prestado a ser pastoreados en este proyecto colectivo de mitificación del procés. Al prestarse a ello voluntariamente, al aceptar integrarse en el proyecto nacionalista --como cuando los surrealistas aceptaron ponerse "al servicio de la revolución" y así destruyeron toda la fuerza rebelde y libertaria del movimiento--, me temo que se desautorizan a sí mismos como artistas. Me extraña que Barenblit haya logrado evitar que semejante cosa se expusiera en el MACBA, que sin duda a la consellera Laura Borràs y a sus 50 les hubiera hecho muchísima más ilusión. Hay que felicitar a Barenblit, ya sea que opuso una resistencia invencible, sea que la suerte le sonrió. El caso es que ha salvado de ese baldón al museo que dirige. No así el Santa Mònica, que sigue así en su imparable declive... cualquier día nos encontramos el desdichado edificio en las escalinatas del puerto, a punto de caer al agua aceitosa...
¿Cómo no sentir una lástima grande por los 50 dizque artistas que han participado en este pesebre? Hay que compadecerles, hay que comprenderles. La vida es dura, el servicio del arte muy sacrificado y muy ingrato, especialmente en Barcelona, que ya se merece tanto o más que Brujas el alias de La Muerta. Cuando uno se está ahogando, acepta el socorro de cualquiera, y es posible que al tender la mano sólo encuentre la de un payaso siniestro de rostro pintarrajeado que se ha escapado del circo y echándole el aliento impregnado de olor a vino malo y ajo le diga: "Ven conmigo, a mí tampoco me quiere nadie".
Muchos de los 50 son perfectos desconocidos, pero entre ellos figuran también algunos creadores de cierta nombradía, como Francesca Llopis o Francesc Torres. Este en concreto ha pasado parte de su vida en el extranjero, está entrado en años y no puede alegar falta de formación ni de información para justificar su colaboración en una cosa tan clamorosamente antiartística y filistea, con tufos de exposición de fin de curso de alumnos del Colegio de los Maristas. No puede alegar que no sabía que el artista creador que se somete a las ideas del pensamiento de las autoridades de la tribu, y se aliena y alinea en proyectos kitsch está muerto: y en realidad no le ha matado nadie sino que se pega a sí mismo un tiro en la sien. ¡Tened cuidado que la urna que os han dado es para que metáis dentro vuestras propias cenizas! ¡Luego no os extrañéis si os dedican largos minutos de elogios en TV3!
Si uno se quita el filtro de la ironía hay algo pavoroso en esta rendición incondicional a las fuerzas de la convención. Más pavoroso es lo que esto indica sobre la situación desesperada de los artistas catalanes que rascan donde pueden, a ver si pillan algo, no ya grande, sino cualquier cosa, aunque sean unas migajas de visibilidad bajo los focos del procés. Me los imagino a los cincuenta en sus talleres, cada uno con su urna de plástico, sufriendo retortijones de vergüenza (los más inteligentes, los que conservan un poquito de orgullo), pensando en qué ingeniosa intervención pueden hacer en la urna de plástico para superar la vulgaridad del concepto y para que se destaque de las otras 49. ¿Le pongo unas alas? ¿La pinto de azul como un pitufo? ¿La lleno de mariposas vivas... pero cuánto vivirían las mariposas? ¿Y si le incrusto una porra de policía? ¿Y si meto dentro una cinta con canciones de Llach y Els Pets en bucle?... Ay, ay, ay, ¿qué se le habrá ocurrido a Meritxell? ¿Y a Jordi? ¿Esto es arte comprometido, militante? ¿Soy tonto?