"Tomémonos un momento para dar gracias por la hermosa vida que ha tenido Aretha Franklin, la Reina de nuestras souls (almas)”, escribe Paul McCartney, en palabras que ya se alojan junto a las de Elton John, quien afirma que “el piano de Aretha estaba subestimado". Se vio sobre el escenario el pasado 7 de noviembre, el día de su última actuación en un evento de la fundación Elton John contra el SIDA, en Nueva York.
La despedida de la reina del soul, un género musical que combina elementos del góspel y del rhythm and blues, ha congregado un tumulto de músicos y artistas de todo género que, desde Memphis, Washington Square, el corazón del Harlem, Nueva Orleans y otros miles de lugares orientan su rezo hacia Detroit. Son legión los que han dicho en las redes sociales que será difícil concebir un mundo sin ella, no solo por su música sino también por su compromiso con los derechos civiles. En las primeras horas tras su fallecimiento, Barak Obama y su esposa Michelle han dejado un cálido recuerdo para su vieja amiga: "América no tiene realeza. Pero tenemos algo más duradero: en la voz de Aretha podíamos sentir nuestra historia”. El arte que funciona es el que va sincronizado con la vida y esta interrelación puede que sea la esencia que describe a la música negra.
Franklin nació en Memphis (Tennessee), pero se crió en el mismo lugar de su deceso, Detroit, en el estado de Michigan. Comenzó a cantar en el coro de la iglesia de su padre, Clarence LeVaughn Franklin, un pastor bebedor y acusado de maltrato, pero influyente amigo de Martin Luther King. Descubrió muy pronto el talento de Aretha y quiso que tomara clases de piano, pero ella lo rechazó y prefirió aprender por sí sola con la ayuda de grabaciones. ¿Cómo es posible establecer una relación profunda con la música sin haber pasado por ningún conservatorio? En la calle o en la iglesia del barrio de ciudades singulares han germinado artistas descollantes que, al leer una partitura, eran como analfabetos ante las páginas de un libro. Aretha aprendió por contagio y llegó a lo más alto. Clara Ward, James Cleveland y Mahalia Jackson eran amigos íntimos de su familia; la niña prodigio creció rodeada de músicos e intérpretes.
La Reina del Soul nació tocada por los dioses. A los 7 años ya podía interpretar difíciles piezas en el piano y reproducir canciones a la perfección después de escucharlas solo una vez. Se estrenó con temas como I Never Loved A Man The Way I Love You. Y así lo cuenta su biografía titulada Respect: The life of Aretha Franklin publicada en 2014 por David Ritz, después de batallas incontables entre el autor y la cantante. Su álbum de debut, Songs of Faith data de 1956, cuando la cantante tan solo tenía 14 años.
Con estos antecedentes no es extraño que fuera ella quien removiera la música entonces llamada espiritual, con éxitos legendarios como Respect, la conocida versión personalísima de un tema original de Otis Redding, que ella convirtió en una oda a la liberación de la mujer. La canción se grabó en los estudios Atlantic, en Nueva York, el 14 de febrero de 1967 y a la versión original de Redding se le añadió un puente y un solo de saxo, el de King Curtis. Fue la bomba. Aretha rompía esquemas preestablecidos. Dejó la música religiosa para buscar un público más amplio inspirada por Sam Cooke. Condujo el soul a su máxima expresión; y su mensaje tuvo dos ejes claros: la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos y el feminismo. Su compromiso no fue mayor que el de Billie Holiday, pero su éxito planetario potenció su mensaje.
Era un icono racial en el sentido más libre del término, pero también representa el fin de la música racial, un concepto xenófobo destrozado por el mítico Keith Richards, que le abrió a la cantante las puertas de Rock and Roll Hall of Fame. Cantó en el funeral de Martin Luther King, en el 68, y lo hizo también en enero de 2009 cuando Obama tomó posesión y se convirtió en el primer presidente negro de la historia estadounidense; “el cénit emocional de mi carrera” en palabras de Aretha. Estos dos momentos históricos acotan la exaltación y la ira de la clase salarial negra norteamericana al compás de la industria metalúrgica, marcada por el crecimiento económico continuado hasta consagrar “el fin de los ciclos económicos”, como lo definió Bill Clinton, en un ataque erróneo de optimismo frágil.
La de los Franklin fue una de las muchas familias que emigraron a Detroit durante los años dulces de General Motors. Aquella etapa de bonanza económica coincidió con los momentos más duros del combate por los derechos civiles. La moda afro y el ritmo desenfrenado se acunaban en las iglesias y se expresaban sin freno en la calle y en los grandes escenarios creados por las casas discográficas. El góspel atrajo la atención de todos, pero supo recatarse sabiamente bajo el gusto por el detalle y la disciplina. La música ha pagado un alto precio por la disyuntiva entre belleza y rigor. A menor rigor, mayor belleza y viceversa, según un principio heredado de Mozart, el compositor que está más presente en la cultura pop de nuestro tiempo. Aretha Franklin evitó que la creatividad del soul derivase en desorden y que la exactitud sepultase a la genialidad. Los críticos suelen decir que en ella confluyeron ambos factores.
En la música negra norteamericana, el cambio de paradigma se produjo entrados los años setenta de la pasada centuria, tras el apogeo reformista y la ascensión fugaz de líderes radicales del movimiento Black Panter, como Malcolm X o Ángela Davis, hoy convertida en pacífica y provecta profesora. La denuncia se apoderó de la canción y las metáforas sexuales escondidas en los blues se hicieron expresión visible en el soul. Fue el momento de The Temptations, del fenómeno Motown, con Stevie Wonder y James Brown, y del sello Atlantic, manteniendo en lo más alto a Ray Charles. Aquel caldo de cultivo fue la cuna de la Franklin, Lady Soul, la mejor cantante femenina de la historia, según la revista Rolling Stone.
Ganadora de 18 premios Grammy y con 70 millones de discos vendidos, Franklin anunció su retirada a principios de 2017 con la idea de limitar su agenda a actuaciones seleccionadas. No pudo actuar el pasado marzo en Newark, ni tampoco el pasado abril en el festival de jazz de Nueva Orleans. Su influencia musical, sin embargo, pervive en artistas de generaciones actuales, como Beyoncé, la cantante que provocó la ira celosa de Aretha al presentar a Tina Turner como la Diosa, en los Grammy 2008. Precisamente en aquella edición de la discordia, que coincidió con el 50 Aniversario de los célebres premios, Aretha consiguió su vigésimo galardón gracias a un dueto con Mary J. Blige. La voz de Aretha Franklin es parte del alma colectiva de un pueblo cuyo anhelo no vamos a descifrar nosotros; su sonido cumple con la exigencia de haber creado un estilo único.