Borja de Riquer, catedrático emérito y profesor honorario de Historia Contemporánea de la UAB, especialista en historia del catalanismo político, está contento. Tiene la sensación de que se ha quitado de encima un gran peso. Ha publicado el libro que quería: Cambó, el último retrato, (Crítica), después de muchos años en los que el viejo político de la Lliga ha sido el centro de sus investigaciones. Publicó en 1996 una obra clave, L’últim Cambó: la dreta catalanista davant la guerra civil i el franquisme. Su obra es extensa, pero ahora cree que Cambó puede ser interpretado con todas las claves posibles. Ha ahondado en la correspondencia privada de Cambó y tiene claro que el historiador debe beber de esas fuentes más que de las memorias de los políticos, que siempre ocultan o tergiversan cuestiones incómodas. En esta entrevista con Letra Global, el historiador ‘comprende’ al político contradictorio que fue Cambó, y ensalza, sin medias tintas, al Cambó mecenas y hombre de finanzas. Borja de Riquer reivindica parte de ese legado del hombre de la Lliga: "Cambó reclama concordia, no conllevancia, y eso implica pactar y ceder", pensando en el momento actual.
--Pregunta: A ojos de un catalanista, pero también a ojos de un político español, ¿qué visión había de lo que pretendía Francesc Cambó?
--Respuesta: A ojos de un catalanista de aquella época, lo que Cambó reflejó es un proyecto ambicioso. Fue capaz de situar la cuestión de Cataluña en Madrid, que se discutiera en Madrid, a partir de una propuesta de autonomía y de un cambio en el conjunto de España. Cataluña aparece en ese momento como el elemento de transformación de España, con un gran consenso detrás. Cambó logra el apoyo del catalanismo plural, que participa y colabora, con el primer proyecto de Estatut, en 1918. Hay un bloque de republicanos catalanistas junto a la Lliga, y solo quedan fuera los lerrouxistas y los monárquicos españolistas. En Madrid, a Cambó se le ve como un problema. Complica las cosas. Porque los políticos están acomodados con un régimen que Cambó quiere cambiar. Lo que desea es transformar el país, con menos caciquismo, que sea más moderno y europeo. Y eso implica perder cotas de poder para los que están instalados. Además, quien pide eso es un catalanista que quiere mandar, que dice estar preparado para gobernar España. Obtiene muy pocas complicidades y grandes hostilidades. Alcalá Zamora le dirá, en 1918, aquello de ‘jamás, jamás, jamás’, aunque quisiera decir ‘por el momento’. Cambó maniobra desde fuera y desde dentro, pero no consigue ir más allá de la Mancomunitat, que es una mera descentralización a partir de las cuatro diputaciones.
--¿Cambó es la constatación de que el nacionalismo catalán lo que ha pretendido históricamente es la modernización de España, siguiendo a Cacho Viu?
--En buena parte sí, porque se considera que había una herencia de la España más retrasada, de la España imperial que vive de forma angustiosa la pérdida progresiva de las colonias, que tiene esa fecha crucial en 1898. No se puede vivir del pasado y se debe iniciar un proceso de reformas. Y Cataluña es en ese momento la sociedad más avanzada, desde el punto de vista económico y cultural. En Cataluña hay gente inquieta, que mira a Europa y que quiere regenerar España. Cambó representa eso y busca aliados españoles y no los encuentra.
--En su libro, 1917, el historiador Roberto Villa presenta a Cambó como un nacionalista que quiere, desde siempre, un estado propio para Cataluña. ¿Lo ve así a partir de su investigación?
--No, no quiere un estado. Lo que hace es forzar desde fuera una asamblea de parlamentarios, implicando a Pablo Iglesias. Quiere cambiar el sistema político, cambiar el modelo de turnos, que supone la adulteración del voto. Cambó plantea cambios en clave democrática, porque ese proceso democrático es el que, precisamente, le ha llevado a ganar las elecciones en Barcelona y en otros distritos. Tiene una base popular. La Lliga no es un partido de elites, como el partido conservador o el liberal en España, que funcionan gracias a los caciques. La Lliga es un partido de masas, de miles de afiliados activos, y se desea provocar un cambio en la política española para lograr una España diferente, no un estado propio para Cataluña. Lo que hay es una estrategia. En 1918, con el proyecto de bases, se plantea un modelo que es, posiblemente, el más avanzado. Es un proyecto de cosoberanía, y se plantea una comisión mixta entre los dos gobiernos. No hay un Tribunal Constitucional que pueda intervenir. Cambó sabe que no le aceptarán ese planteamiento, pero lo impulsa para poder retroceder después, para negociar. Sabe que es un proyecto de máximos. Y lo que obtiene es una contrapropuesta de mínimos: la Mancomunitat y ya está. Y luego plantea un segundo proyecto de Estatuto, en 1919, que ya pretende una autonomía muy similar a la actual, y que tampoco es aceptado.
--Pero el proyecto de máximos es el estado.
--Es un proyecto que ya sabe que no obtendrá, y que servirá para jugar, para negociar. Lo que pasa es que la propuesta española es tan de mínimos, que él no la puede aceptar.
--¿Ha pecado el nacionalismo catalán de un excesivo juego? ¿Por qué no plantear realmente lo que se quiere desde lo que es posible?
--Al catalanismo siempre se le ha reprochado que no abandona sus objetivos estratégicos, pero es que los movimientos sociales también han defendido esos horizontes. Al catalanismo se le ha criticado por plantear etapas, sin renunciar nunca a la independencia. Pero lo mismo se le podría reprochar al socialismo, cuando aspira a una sociedad sin clases. No se trata, en todo caso, de una discusión, sino de ver qué puedes acordar, en qué puedes ceder. Cambó lo sabe, pero en 1918-1919 los españoles no ceden en nada. No hay negociación. Hay intransigencia.
--De Cambó, sin embargo, ha quedado su última etapa, ese último Cambó que usted mismo presentó en su libro L’últim Cambó, el que apoya a Franco y financia la propaganda franquista. Esa imagen, la del catalanista que en el momento decisivo mira primero su cartera y defiende sus intereses de clase, ¿es decisiva?
--El catalanismo es plural y cuando llegan las tensiones sociales se fractura. Los sectores más conservadores justifican su opción y los de izquierda pueden hacer esa lectura. Eso se ve en la Guerra Civil. Lo que pasa es que es la izquierda la que gestiona la legalidad republicana cuando llega la sublevación militar. Y una de las aportaciones del libro, ahora, es que Cambó se mostró en contra de la militarada. Cambó no es republicano, pero acepta el sistema político como un mal menor. Y condena esa sublevación militar, que califica de extemporánea. Cree que traerá más problemas. Lo que ocurre es que esa sublevación acaba en una Guerra Civil, que es una guerra de clases. Y como conservador, Cambó opta por la defensa de su mundo, aunque eso implique apoyar a esa militarada. Los intereses de clase pasan por delante de la catalanidad.
--Y eso se eleva a categoría, al asimilar el catalanismo con una clase social, la burguesía, que toma decisiones en función de su clase social.
--Cambó no deja de representar la burguesía. Es un hombre de negocios, es el presidente de la CHADE, una gran multinacional. ¿Puede el presidente de la CHADE en ese momento apoyar al gobierno de Largo Caballero?
--Pero se repite una misma lección. La burguesía reclamó a Primo de Rivera que tomara el mando para reprimir el movimiento obrero. Y luego se sintió irritada por los excesos de la dictadura. ¿Por qué se repite el mismo esquema en 1936?
--Lo que se plantea es que pueda haber una repetición del golpe de 1923, pero con más violencia, porque en ese momento casi no se produce. No hubo muertos en 1923. Pero en 1936 hay una resistencia por parte del gobierno, y se considera que los militares no serán capaces de establecer nada de forma consolidada. Cambó y todos, en realidad, creen que se podría crear un régimen provisional que duraría poco. Lo dice todo el mundo. Los conservadores lo creen, que será una guerra corta, que ganarán los militares, pero que esos militares serán incapaces de establecer algo estable. La previsión es que esos militares darían paso a los políticos conservadores. La sorpresa es que la guerra es más larga, la resistencia más potente y la concentración de poderes en la figura de Franco cobra visos de realidad, como jefe único de un régimen fascista, como sucede en Italia. Eso no lo había previsto nadie. Cambó se da cuenta a partir de 1937-1938, pero ya no puede rectificar. No puede ir contra Franco. Y a partir de ese momento ya no pintará nada, ni él ni esos políticos conservadores.
--¿Por qué renuncia en 1922 a gobernar España cuando se lo ofrece el rey Alfonso XIII?
--Fue una propuesta muy discreta. Cambó no lo explicó a nadie. No es un tema de debate público. Se trató de una conversación privada. Él solo lo explica a los íntimos y en sus memorias. Dice que no, porque le parece insólito que el rey le pida que no podrá actuar como catalanista. Y Cambó no entiende nada. Quiere una España diferente, pero es catalanista. Señala al rey que no le ha comprendido, que no ha sabido entender lo que él representa. Asegura que es una propuesta envenenada. ¿Con qué poderes, con qué aliados podrá cerrar las cortes y cómo podrá gobernar solo a partir de decretos leyes? Lo puedes hacer seis meses, pero, ¿después? ¿convocar elecciones? Necesitaba desmantelarlo todo y no tenía aliados, ni entre los conservadores monárquicos ni entre los liberales.
--Pero tiene entre manos rehacer España.
--Pero, ¿presidiendo España a modo de cirujano de hierro, como un pequeño dictador? Era muy arriesgado, con una alianza con un rey frívolo. Era una aventura, sin aliados españoles, porque conservadores y liberales hubieran estado en contra.
--¿Pujol siempre se fijó en Cambó para hacer lo contrario?
--Pujol toma a Cambó para no implicarse nunca en un Gobierno español. No quiere pactos que impliquen estar en el Gobierno. Su idea es representar la Generalitat y con sus diputados en Madrid apoyar, casi de forma bilateral, a un gobierno del PSOE o del PP, siempre con el objetivo de ampliar lo que ya se tiene. Rechaza embarcarse en un nuevo Estatut, aunque tuviera fuerza en un determinado momento. Su apuesta es el ‘peix al cove’, ir jugando con las cosas, poco a poco, sin entrar en el problema de fondo, que es el fruto de la correlación de fuerzas en un instante concreto.
--Pero Aznar invita a Pujol en 2000, pese a tener mayoría absoluta, a corresponsabilizarse del gobierno de España. ¿Oportunidad perdida?
--Pujol veta las aspiraciones de Miquel Roca de ser ministro, y en la época de Aznar veta a Duran Lleida, que podía haber sido ministro de Asuntos Exteriores. Porque Pujol cree que es una propuesta envenenada, que ser copartícipe de un gobierno sin que conceda todo lo que quieres para Cataluña, significará quemarse para conseguir muy poco.
--¿Entonces, nunca se ha sabido qué hacer con Cataluña?
--Bueno, la izquierda catalanista siempre ha apostado por la corresponsabilidad con España. Lo hizo ERC, con Companys, que llegó a ser ministro de Marina, como cuota catalana. En la época de Zapatero, la presencia del PSC también fue muy importante. Las izquierdas catalanistas han jugado más a la corresponsabilidad con España que la derecha catalanista, aunque los resultados han sido similares. El proyecto de Maragall se lo carga el Tribunal Constitucional, porque el Estatut blindaba tanto las competencias catalanas que el Constitucional no lo podía aceptar.
--¿El nacionalismo catalán de Cambó se liga al conservadurismo español?
--El problema de Cambó es que sus aliados naturales son los conservadores españolistas, que son anticatalanistas. Lo dice durante la República, al señalar que la autonomía catalana la ha traído la izquierda, porque las izquierdas españolas lo han permitido, y él, por tanto, queda en fuera de juego en los años 30. Es la izquierda la que posibilita esa autonomía, y se aprueba el Estatut.
--¿La derecha no entiende a Cambó?
--No, para nada, porque es una derecha a la antigua, antireformista, porque entiende que toda reforma le hará perder poder, y la gente no cede poder benéficamente.
--¿Estamos ante una anomalía española, porque la izquierda suele ser más jacobina, en el contexto europeo?
--En el caso español el liberalismo es jacobino y el federalismo se considera el caos. Hay un nacionalismo de masas, en ese momento, en referencia al catalán, que es visto con mucha reticencia, pero también con esperanza para los que desean cambios. El mismo lerrouxismo considera que el catalanismo está transformando España. Las izquierdas creen que lo moderno es el catalanismo, que representa intereses sociales, frente a lo otro, que es propio de caciques y que se organiza desde arriba.
--¿Hubiera sido conveniente en la transición que se hubiera hecho caso al PSOE, que en la comisión constitucional apostaba por recuperar los dos estatutos aprobados en la República, el vasco y el catalán y ya está?
--Lo que Cambó pedía era la regionalización de toda España. En los tiempos de la Mancomunitat pide que hagan lo mismo los aragoneses, los extremeños, todos, pero nadie le sigue. En la transición es distinto. Aparecen los tres nacionalismos, el gallego, el vasco y el catalán, que ningún demócrata puede negar, pero la derecha de Suárez, para apaciguar a los militares, deja claro que todos serán autonomías. Los catalanes no tendrán mucho más que la Región de Murcia. Y no se diferencia entre nacionalidades y regiones. Para Cataluña y el País Vasco eso se ve como una devaluación. Los vascos, por lo menos, tienen una fiscalidad propia. Cataluña ni eso. Y de ahí ‘plora la criatura’.
--¿Entonces hablamos más de reconocimiento que de competencias?
--De reconocimiento seguro. Pero también de fiscalidad. Trias Fargas trabajó por el concierto, pero ni Pujol ni Roca le acabaron de dar apoyo. El País Vasco lo obtuvo por dos factores, porque solo representaba el 6% del PIB español y por la presencia de ETA.
--¿Hay que recuperar el concepto de concordia de Cambó frente a la conllevancia de Ortega y que impera en Madrid?
--Los sectores intelectuales más comprensivos siempre han visto el llamado problema catalán como algo difícil de resolver ante el cual lo mejor es la conllevancia, aceptar que existe y soportarlo. Te reconozco, pero siempre como segundo elemento, porque yo mando y establezco las reglas del juego. En Cambó es distinto. Su idea de concordia parte del reconocimiento de cada uno, y de buscar un tercer lugar, una tercera posición, que ya no será la misma que el punto de partida. Cambó reclama concordia, no conllevancia, y eso implica pactar y ceder. Eso las fuerzas españolas nunca han estado dispuestas a practicarlo. Hay una pluralidad de identidades en España, y la fórmula federalista nunca se ha discutido realmente en España, porque no hay federalistas.
--Lo iniciado en 2012 con el proceso independentista ha resultado ser una mala jugada para la reivindicación nacionalista? ¿Ha hecho más mal que bien?
--Lo que pasa desde la sentencia de 2010 es fruto de una posición intransigente del Gobierno español. Rajoy no tiene habilidad política. Yo creo que ha sido el peor jefe de gobierno de toda la democracia. Rajoy es un politiquero, que lo deja pudrir todo, deja que se radicalice todo. No contrarrestó con una contrapropuesta lo que le pide Artur Mas. Un hombre de estado no lo hubiera despachado a patadas, como hizo. Si se habla sobre el concierto, como señala Mas, se busca una comisión que estudie otra posible salida. Sin ese comportamiento, no se explica que gente convergente, que nunca había sido independentista, hubiera reaccionado como lo hizo. Creo que a Rajoy ese independentismo le debería construir un monumento.
--¿Cómo hubiera reaccionado Cambó?
--Seguramente como Mas, pero proponiendo una comisión mixta para problemas fiscales. Pero son situaciones muy diferentes. Hay una carta de Estelrich que señala una circunstancia que sí se ha dado después. Cuando te dicen ‘no’, te radicalizas. Lo decía sobre Cambó, al apuntar su transformación, casi como un separatista cuando no obtiene ninguna respuesta desde Madrid.
--Hay otra opción, que se defiende en Madrid, pero también por una parte de la sociedad catalana en Cataluña, que es decir no, como a los niños pequeños, y aguantar con un paraguas la reacción en contra. ¿Es contraproducente?
--Yo creo que sí, porque las actitudes que demuestran que eres un hombre de estado pasan por intentar negociarlo todo. Y mirar a largo plazo por el interés de tu país, sin pensar en las elecciones. Hubo un gran problema después del Estatut, y es que fue desnaturalizado por el Tribunal Constitucional, después de haber sido aprobado en las Cortes españolas. Y ante ese problema, que es político, ¿cómo actúa un gobernante? Yo creo que debe ver qué puede hacer, y no ratificarse en el ‘no’ y no hacer caso.
--Usted en el libro demuestra que lo importante son las cartas personales, más que las memorias. En Cambó hay contradicciones claras.
--Es uno de los problemas de los historiadores, y es que no podemos creernos las memorias de los políticos, que intentan autojustificarse, como hilo conductor, con episodios que no se explican, porque no se ve conveniente en ese momento. Las memorias de Jesús Pabón sobre Cambó se creyeron, pero las cartas personales a las que he tenido acceso desmienten cosas y presentan versiones contradictorias. Cambó en esas cartas muestra sentimientos auténticos, y desmiente, como se dijo, que él vio llegar la Guerra Civil.
--La idea, por tanto, de que él da apoyo al golpe, tras la victoria del Frente Popular.
--Hubo tensiones en ese momento, pero las cartas de Cambó dejan claro que él no estaba a favor de esa militarada. Asegura que ni la situación económica, ni la tensión social, ni el Frente Popular justifica esa acción. Lo que propone es dejar que ese Frente Popular se desgaste y que, después, ya ganarán las derechas. Son sus argumentos que después olvida, porque se ve en la tesitura de justificar su apoyo a Franco. Pero cuando se dice que la militarada se justifica por una revolución en ciernes, por las acciones de la FAI o de la CNT, todo eso es mentira. Y él lo deja claro.
--Hay otras facetas en Cambó, como su labor como mecenas. Al margen de esa imagen que ha quedado, del último Cambó, ¿qué le debe la cultura catalana a Cambó?
--Queda la imagen del político fracasado que ha dado apoyo a Franco en la Guerra Civil. Pero hay muchas más facetas, que son contradictorias e interesantes. Es el mecenas más importante de España y uno de los más importantes en el mundo en el siglo XX. Tiene proyectos, muy ambiciosos, con un volumen enorme de dinero. El prestigio que Cambó le da a la cultura catalana es enorme. Impulsa una colección de clásicos en catalán, a través de la Fundación Bernat Metge, que pocas lenguas en el mundo tienen. Habrá ahora unos 450 títulos de clásicos griegos y latinos traducidos al catalán. Solo existe algo así en tres lenguas: en francés, en alemán y en inglés. La editorial Gredos, en España, que comenzó 40 años más tarde que la Bernat Metge, no ha alcanzado ese número de títulos. Luego, con una visión de mecenas americano, se interesa por la pintura europea de los siglos XIII y XIV para rellenar los huecos que faltan en las colecciones españolas. Y se gasta el equivalente a unos 300 millones de euros que ofrece a los museos de Barcelona y al Prado. En el Prado hay tres obras de Botticelli que tendrían una valoración de 70 millones de euros. ¿Qué mecenas ha hecho algo parecido? También financia una Biblia al catalán, que acaban siendo dos, la de los capuchinos y la de los benedictinos, más literaria la primera, y biblista la segunda. Financia la historia de Catalunya de Ferran Soldevila, y la historia antigua de España de Bosch i Gimpera. Encarga a Joan de Sagarra la traducción de la Divina Comedia. No hay nadie comparable a él en esa labor de mecenas. Es un hombre de negocios internacional, que cena con el director del Banco de Inglaterra en Londres, con el que coincide en consejos de administración. Tiene una excelente relación con el conde Volpi, presidente de Confindustria, con quien se entrevista en Roma. Está en 22 consejos de administración y viaja constantemente. No había nadie así en España.
--Y tiene una vertiente lúdica
--Es una vida ocultada, una vida de lujo, con casas fantásticas. Le gusta viajar, es el político español que viaja más. Cánovas o Canalejas, como mucho van a París. Cambó se conoce Europa, el norte de África, casi toda América. Escribe libros, sobre Grecia, Turquía, sobre Italia, sobre la crisis económica inglesa. Tiene una capacidad y una inquietud intelectual que no tiene nadie o muy pocos. Con una relación con los intelectuales españoles muy buena. Ortega lo respeta tanto que le ofrece ser el primer firmante del manifiesto al servicio de la República. Creo que la historiografía española y catalana no han sabido valorar la figura de Cambó, con muchas contradicciones, algo que para un historiador es apasionante.
--¿Es la máxima exponencia de lo que representa Cataluña, con todas esas contradicciones?
--No solamente es el líder del catalanismo, sino que aspira a ser un gobernante español. Es un hombre que aspira a mandar y el poco tiempo que ejerce de ministro supone una huella importante. Como ministro de Fomento plantea una cuestión esencial, que es la nacionalización de los ferrocarriles. Lo pide en 1918. Y eso no llegará hasta 1942, cuando lo desarrolla Franco. Cambó ve que es lo que hacen países como Francia, Italia, Alemania, y lo tiene claro. Como ministro de Hacienda aprueba un arancel que estará vigente hasta los planes de estabilización en 1959. Y la ley de bases del sistema bancario que implementó dura hasta mediados del franquismo.
--¿Un catalanista podrá gobernar España?
--Tal y como está el patio ahora me parece difícil. Quien más cerca lo tuvo fue Narcís Serra, que fue vetado por Guerra. Creo que habrá antes una presidenta del Gobierno que un catalán.
--¿ERC ha entendido mejor el signo de los tiempos, ahora, con la presidencia de la Generalitat?
--ERC formula propuestas razonables. El problema del independentismo es que no ha reconocido que se ha perdido una batalla, no una guerra, pero sí una batalla, y que ante eso debes cambiar la estrategia. Junts per Catalunya no lo ve y menos la CUP. Creo que mientras se viva en la ficción se harán propuestas imposibles.