Alejandro Quiroga Fernández de Soto (Madrid, 1972) forma parte de una nueva generación de historiadores que son conscientes de la potencia de la narración. Hay que investigar y plasmar hechos históricos, interpretados, pero no menos importante es relatarlos con agilidad y con pulso narrativo. Doctor en Ciencias Políticas por la London School of Economics and Political Science, Investigador Senior Beatriz Galindo en la Universidad Complutense de Madrid, es también Reader en Historia de España, en la Newcastle University. Esa formación anglosajona es básica para entender cómo relata Quiroga. Lo expone en Miguel Primo de Rivera, dictadura, populismo y nación, una biografía del dictador que huye de caricaturas y que responde, a pesar de llevar años en el estudio del personaje, a un encargo de la editora de Crítica, Carmen Esteban, que buscaba, precisamente, ese tipo de libro. Precedente del franquismo, la figura de Primo de Rivera tiene muchas aristas. Quiroga, en esta entrevista con Letra Global, contextualiza y esclarece. En España, en 1923, Primo de Rivera da un golpe de estado, sí, “pero nadie soltó una lágrima en defensa del régimen de la Restauracion”. Condicionado por lo que sucedía en Barcelona y por lo que le pedía la alta burguesía, Primo les da lo que pide esa clase social: "La burguesía catalana lo que quiere es acabar con el obrerismo y abraza a Primo de Rivera".
--Pregunta: La idea de que Primo de Rivera protagonizó una dictablanda no se sostiene tras leer su libro. De dictablanda, como se ha descrito el régimen en muchas ocasiones, ¿nada de nada?
--Respuesta: La dictablanda es la de Berenguer, en comparación con la de Primo de Rivera. Lo que pasa es que cuando se compara con la de Franco, entonces parece poca cosa. En ambos casos, no podemos hablar de dictablanda. Para nada.
--¿Primo de Rivera no se puede entender sin Barcelona, donde ya estaba la figura de Martínez Anido, como gobernador militar?
--Si Franco no se explica sin entender su paso por África, Primo tampoco se entiende sin Barcelona, la Barcelona de 1922 y 1923, que es la capital de España en ese momento, por su peso económico, como lugar de pruebas a nivel político. Y no se entiende, cierto, sin Martínez Anido, que le acompañará luego, como ministro, como responsable de Interior.
--En Barcelona, la burguesía catalana va a buscar al dictador, auque luego se siente decepcionada. ¿Ha aplicado esa burguesía un chantaje constante, defendiendo una peculiaridad nacional, pero pidiendo luego protección ante la revolución social?
--Lo que tenemos es que la alta burguesía, tanto la más vinculada a la Lliga Regionalista, como al partido monárquico, va a buscar a Primo, en una relación en la que también se deja ser víctima del proceso de adulación que él pone en marcha. A Francesc Cambó y a Puig i Cadafalch los corteja. A Cambó, cuando lo ve en el Liceu, le considera su jefe. Y le llama de esa manera, como ‘jefe’. Desde marzo de 1922, va dando a la burguesía lo que ésta quiere. Y la cuestión social es más importante que la nacional. La burguesía catalana lo que quiere es acabar con el obrerismo y abraza a Primo de Rivera, porque el regionalismo es secundario.
--¿Es una constante por parte del nacionalismo catalán?
--Sí, en julio de 1936 apuesta también por las fuerzas conservadoras, aunque el marco es muy distinto. El nivel de poder de la alta burguesía es mayor en 1923. El golpe en ese momento es contra un régimen monárquico liberal y en 1936 es contra un régimen democrático. Pero para ciertas elites catalanas lo social es más importante y siente esa atracción por el autoritarismo de corte españolista.
--Primo, ¿un militar o un político?
--Un político con uniforme. Aunque depende del momento. Es más político a partir de 1921. Cuando pierde a su tío Fernando, que es su gran referente y valedor. Es cuando entiende que debe tener un papel más importante. Aspira, sin embargo, al juego político ya desde 1913, cuando funda el periódico La Nación. Habla y se pronuncia sobre todo. No tiene problema en hablar de reforma educativa en 1919, o en usar el cine para adoctrinar a los obreros. Tiene esa pulsión política, sobre todo desde que muere su tío, Fernando Primo de Rivera.
--¿Primo intenta un proyecto nacionalizador, consciente de que ha fallado, de que no ha seguido otros esquemas como en otros países europeos, siguiendo la tesis de Álvarez Junco?
--Hemos cambiado nuestra idea del proceso de nacionalización de masas. Las tesis de Álvarez Junco o de Borja de Riquer o Juan Pablo Fusi han sido revisadas o matizadas. La historiografía va en otra dirección. Pero es indiscutible que a finales del siglo XIX y principios del XX, la fuerza de los nacionalismos subestatales, el vasco y el catalán, no tienen parangón en Europa, salvo alguna excepción, como Escocia o el caso irlandés. No es que el proceso de nacionalización se hiciera mal, es que los nacionalismos subestatales tienen mucha fuerza. Y parte del proceso de Primo de Rivera consiste en corregir eso. Pero el mayor problema de Primo no es tanto que genere un mayor nacionalismo catalán o vasco como el de generar un nacionalismo español republicano, secular, que sorprende a los propios republicanos, como Lerroux, o Blasco Ibáñez o Unamuno. Un republicanismo de corte españolista inesperado.
--Pero, ¿no resurge ese nacionalismo catalán, sobre todo, tras la pérdida de Cuba, con la acusación a un Estado por no poder proteger las colonias que benefician, principalmente, a la burguesía catalana?
--Eso es interesante, sí. La cuestión es que las colonias se pierden mucho antes, entre 1814 y 1826. Se pierde el imperio americano y en la península no pasa gran cosa. Pero la explicación es clara: en ese momento, en 1898, ya hay una clase media, que tiene en cuenta la cuestión nacional. Antes no tiene importancia, porque la preocupación por lo nacional es cosa de elites, en parte porque esas colonias se consideran posiciones regias, de la monarquía. Cuba es importante para Primo. Se casa con la hija del último alcalde de La Habana, Saénz de Heredia. Primo ha luchado en Filipinas. Es militar. La caída de Cuba coincide con la muerte de su padre. Y con todo ello, Primo interioriza que se debe hablar más castellano. Impondrá planes de nacionalización, y en eso no está lejos de Mussolini, que en determinados territorios, como el Alto Adige o en el Valle de Aosta, impone la lengua italiana.
--¿Es Primo el precedente del franquismo, respecto a las leyes que implementa y que se recuperan por el régimen franquista o se crean otras inspiradas en ellas?
--A nivel ideológico es claro. En cuanto al diseño del Estado, también, con esa relación entre municipio, provincia y Estado, sin regiones. Es una estructura piramidal, inspirada en el militarismo, con la idea de que el Ejército es el intérprete de la voluntad del pueblo. Después, hay muchas similitudes. Hay una continuidad del personal político. Los ministros de Primo acaban en el gobierno franquista y, a menor escala, los delegados gubernativos. Hay muchos militares en labores políticas con Primo y esa experiencia se aprovecha después. En todo caso, debemos diferenciar. Uno es un régimen que se levanta contra la Restauración monárquica. El otro llega después de un golpe de estado y de la Guerra Civil.
--Primo llega con el campo abonado.
--Llega fácil, en el sentido de que si no hay un apoyo, no hay tampoco un movimiento contrario. Pero, ¿cómo medir el apoyo en una dictadura? Hay estudios que muestran que hay clases medias y populares y bajas que si no ven con mucha simpatía la dictadura, sí constatan un cierto consentimiento. Son estudios a partir de las peticiones que hacía la gente al dictador, y que son similares a partir del vocabulario que les lanza Primo. Un vocabulario regeneracionista, que había calado en las clases medias. Otra manera de verlo es a través del número de delaciones, que el régimen fomentaba. Cuando Martínez Anido le pide a Primo que frene, que los juzgados podrían echar para atrás esas delaciones, por falta de pruebas, con una connotación negativa para el dictador, lo que sucede es que no acaba de tener éxito. El pueblo lo sigue haciendo. Se siguen produciendo delaciones de unos a otros. Lo que está claro es que nadie derramó una lágrima por el régimen de la Restauración.
--El rey Alfonso XII, ¿está a la sombra de Primo, o el dictador a la sombra del monarca?
--No hubo mucho amor. No se apreciaban. Primo insistía en que nadie le iba a borbonear. El rey sabe que se prepara un golpe. Lo sabe el 7 de septiembre, antes del 13 de septiembre, cuando se produce. Pero ya se iba hablando de ello. Alfonso XIII se siente incómodo con Primo. Al ministro Santiago Alba le dice que no tiene ganas de verlo, cuando da el golpe, porque es como estar con un ‘pavo real’. El rey se resiste, durante la dictadura, a firmar determinadas decisiones autoritarias de Primo. Y en el quinto aniversario de la dictadura, el rey se va a Suecia, ya muy contrariado. Las relaciones empeoran cuando se incrementa la represión. En septiembre de 1928, Alfonso XIII ya va pensando en un sucesor de Primo.
--Pero el rey liga su suerte a Primo, porque acabará abandonando el país.
--No ve venir ese final. En septiembre de 1923, al rey le dicen que ni se le ocurra avalar a Primo. Se lo dice Antonio Maura. Pero nadie piensa que la caída de la dictadura pueda suponer el final de la monarquía. Y el movimiento popular a favor de la República toma aire a principios de 1931.
--Puede sorprender para un lector de hoy que el PSOE y la UGT estuvieran al lado de la dictadura. ¿Tiene explicación?
--Es cuestión del momento. En septiembre de 1923, guardan silencio. Y hay un cálculo cínico por parte de Largo Caballero, al frente de la UGT, que se vincula más al régimen. Largo Caballero entiende que lo primero es la organización, que se debe mantener. Y si el régimen reprime el anarquismo, pues la colaboración se producirá sin problema. Se produce un choque, cuando se favorece a los sindicatos católicos agrarios. Y la relación se tuerce en los útimos años, cuando en 1929 se cierran casas del pueblo del PSOE. Se cerraron 87 en ese año, aunque es cierto que no todas eran iguales, y que no era lo mismo que el régimen cerrara una casa del pueblo en Durango que en Villalba, en Madrid, que era más pequeña. La relación es compleja, pero en líneas generales se preserva la organización, que es, finalmente, lo que se consigue. Si eso pasa por colaborar con la dictadura, pues se hace.
--¿Sorprende las interpretaciones posteriores sobre Primo, las de Ramón Tamames o las de Pérez Reverte, que lo siguen viendo como el protagonista de una dictablanda que permitió un gran crecimiento económico de España?
--Hubo crecimiento, es cierto, con la creación de monopolios, de empresa de hidrocarburos, de telefonía, de hidroeléctricas. Hay un proceso de modernización, y de educación, con la creación de escuelas. Y no me llama tanto la atención esa interpretación, de la que se da cuenta al final del libro. La dictadura de Franco fue tan violenta, que la otra queda relegada, porque duró muy poco, en comparación, con solo seis años. El personaje es muy distinto a Franco. Es un andaluz de Jerez, afable, divertido públicamente, del que se explican cosas sobre sus amantes. Es un personaje muy distinto también a Mussolini, por ejemplo. Lo que queda de Primo es que sacó a una prostituta de la cárcel. Lo que pretendía con el libro es mostrar un personaje que se debe contextualizar, lejos de la caricatura.
--¿Ha sido utilizado más por la derecha?
--Depende. Es la imagen del predecesor de Franco, o del militar que acaba con la guerra de Marruecos, y eso se vincula, claro, a una idea política conservadora. Pero la cuestión es que Primo no estaba en el centro. No ha estado en la memoria colectiva, porque la memoria histórica se ha centrado en la Guerra Civil y en el franquismo. Y, en cierto modo, es normal que haya sido así.
--Pero sin Primo no se entiende el franquismo.
--No, no se entiende. Franco aprende mucho de esa etapa. Pero debemos entender los contextos históricos. Trazamos a veces continuidades que se difuminan, porque establecemos un diálogo entre el presente y las fuentes de la época.
--Tanto con Primo como con Franco, en los dos regímenes, ¿es el Ejército el pilar esencial, sin buscar otros adornos o ideologías?
--Es la espina dorsal de los dos regímenes. Son militares africanistas. Luego caben civiles o carlistas, o falangistas. Pero las bases son militares. Es lo que aguanta a esos dos regímenes.
¿Qué le transmite a su hijo, José Antonio, que será el gran referente de la derecha española autoritaria?
--El sentido de autoridad, de orden, las ideas militares. La Falange de José Antonio recoge todo eso, también actitudes de corte aristocrático. El hijo tiene una admiración constante por su padre. Lo defiende hasta el final, a pesar de ser un padre ausente, que no estuvo para nada por sus hijos. Lo que nos llega sobre esas relaciones lo sabemos por las memorias de su hija, Pilar, que idealiza también al padre.
--Hay un Primo público y privado. En su correspondencia privada, constata cómo ve a los catalanes. Les llama ladrones. ¿Era lo que sentía?
--Hay muchas diferencias entre la parte pública y la privada, y eso pasa con todos los políticos. Pero llama la atención esas alusiones a los catalanes, cuando les llama directamente ladrones, en cada relación que tienen con el dinero. Primo mostró interés en aprender algo de catalán, y cortejó a Cambó. Pero en privado, aunque pudiera actuar también en función de su interlocutor, llegó a considerar al cardenal Vidal i Barraquer poco menos que un tonto.